Nuestro homenaje a Osvaldo Bayer
- Por Tras Cartón
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En el día de hoy falleció Osvaldo Bayer, un gran intelectual y extraordinario ser humano, conocido fundamentalmente por su faceta de historiador especializado en la divulgación de lo que fue la actividad de las corrientes del anarquismo en la Argentina. En más de una oportunidad se ha acercado a alguna escuela o club de nuestra barriada para charlar y debatir con los vecinos. Tuvimos además el privilegio de entrevistarlo en su casa para la edición gráfica de Tras Cartón de mayo de 1997. La nota salió publicada con el título “Globalicemos la dignidad”. A modo de homenaje, la transcribimos a continuación:
Son múltiples los costados por los que se puede abordar una personalidad tan rica como la de Osvaldo Bayer. Podemos encontrar en él al apasionado investigador de temas urticantes de la historia argentina y al periodista implacable con la hipocresía de los poderosos, al entusiasta militante de un socialismo con signo libertario y a uno de los pocos intelectuales “consagrados” que no ha sido seducido por el insidioso estribillo de la “muerte de las ideologías”… Hoy, con 70 años, tras haber vivido exiliado en Alemania durante la dictadura, el autor de libros fundamentales como La Patagonia rebelde y Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, es titular de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, desde su lanzamiento en 1993. En la calle Arcos, en el barrio de Belgrano, en la misma sencilla casa en la que transcurrió una parte importante de su infancia y adolescencia, tuvimos la oportunidad de conocer a un hombre entrañable, sencillo en el trato y profundo en el pensamiento.
–¿Qué opinión tiene acerca de cómo se enseña la historia?
–La historia ha quedado reducida a cómo la interpreta quien la enseña. Hay mucho personalismo en eso. En la universidad se toma una línea muy afecta al positivismo. Se omiten muchas realidades. Un ejemplo es el libro sobre la historia de la represión en la Argentina del profesor Rodríguez Molas. Allí no figura la represión que hubo en las primeras décadas del siglo durante lo gobiernos radicales: la Semana Trágica, los fusilamientos en la Patagonia, la represión de La Forestal, la de la Pampa bonaerense. Cuando uno recorre los diarios de esa época, todos los días hay uno o dos muertos por huelga. El movimiento agrario, principalmente de quienes venían a la cosecha, era muy activo. Todos esos aspectos se ignoran y esto va a ser una eterna discusión, dado que la Argentina, desde sus orígenes, está dividida en dos y no ha habido nadie capaz de hacer una síntesis. Los ha tratado bastante bien Halperin Donghi, profesor radicado en Estados Unidos, con poca influencia acá. Pero, en general, los profesores más jóvenes proponen una historia consecuente con el liberalismo y el positivismo.
–Se podría pensar esto como una de las razones que aleja a la universidad del pueblo…
–Desgraciadamente, en la universidad escribimos libros para los anaqueles, no para que los lea la gente y sean de educación pública. Las internas que hay en la Facultad de Filosofía y Letras entre los profesores no tendrían que ocurrir. Cada vez se encierran más en sectas. Mientras no tengamos un sentido popular para la filosofía, las letras, la historia, la antropología, vamos a seguir encerrados, y los académicos seguirán escribiendo para ellos y el pueblo seguirá viendo a Mauro Viale.
–¿Cómo definiría su modo de abordar la historia?
–Me gusta autotitularme como un “cronista con opinión”. Soy absolutamente fiel a las normas de la historia científica, es decir, de sostener con pruebas lo que se afirma. En historia no tiene ningún sentido mentir o agitar. La base de una investigación siempre tiene que ser científica. Testimonios, documentos oficiales, crónicas periodísticas, etc., interpretadas en todo su alcance. Y no menoscabar las citas. Para mí, un tipo que mata sin cumplir con las leyes es un asesino.
–¿Cómo empezó a interesarse por temas que han sido distorsionados o esquivados por la historia oficial?
–Cuando entré en el periodismo pedí ir a la sección policial, pero como cronista. Para salir a la calle y empezar a conocer a la gente, cómo es el alma humana. Después pedí ir a la parte gremial. Trabajé un año y medio acá, en el viejo diario Noticias gráficas. Después fui a hacer periodismo a la Patagonia. Quería conocer bien mi país viviendo allí. El profesor que se ha quedado toda su vida en el aula, encerrado en la biblioteca, no adquiere la grandeza de alma que hay que tener para interpretar ciertos hechos humanos. Entonces empecé a a investigar los hechos escondidos de la historia argentina. La primera investigación fue sobre un negocio fraudulento que sacudió al país en 1940, conocido como el affaire del Palomar. Había investigado antes algunos crímenes famosos pero eso lo firmaba con seudónimo.
–Sus obras se caracterizan por incluir testimonios de muchos protagonistas de los hechos que investiga…
–Como digo siempre, el investigador histórico ante todo debe tener suerte, y yo tuve muchísima suerte. Cuando empecé a investigar en el 70 lo de las huelgas patagónicas –suceso del 21– salvo el coronel Varela, vivían todos: los soldados que habían participado, muchos estancieros, los políticos radicales de esa época –como es el caso del senador Bartolomé Perez– peones rurales que se hab{ian salvado de los fusilamientos por tener dieciséis años. También en la investigación sobre Severino me acompañó la suerte. Del grupo de Di Giovanni vivían todos. Fíjense cómo es la historia: Di Giovanni fusilado acá como delincuente, y los hombres de su grupo o “banda” –al decir de la policía– pasaron a ser héroes antifascistas– cobrando pensión del gobierno democrático italiano. Algunos habían sido entregados por el dictador Uriburu y Mussolini los confinó a la isla de Lípari. Y en el 44, 14 años después, fueron liberados por los norteamericanos en la guerra europea. Así pude levantar y reproducir todo, asalto por asalto. Vivía, además, América Scarfó, la que había sido su amiga adolescente, y pude recoger todo el testimonio de ella.
–El papel del anarquismo en las primeras luchas del movimiento obrero argentino ocupó siempre un lugar de privilegio en sus investigaciones. ¿En el carecer de una estrategia de poder podría estar la clave para entender la declinación de esa corriente política?
–Los anarquistas nunca quisieron pactar con el Estado. Hacían la huelga y después iban los socialistas a pactar. Y el Estado se fue tomando cada vez más atribuciones. Antes no había ministro de Trabajo ni nada por el patrón y el obrero. Entonces el movimiento obrero anarquista empieza a decaer. Desde la perspectiva actual nos resultaría difícil entender que, por ejemplo, cuando fue creado el sistema jubilatorio, los anarquistas estuvieran en contra. Decían que ese dinero que se descuenta del salario potenciaría la fuerza represiva del Estado. Querían crear cajas propias que administren los propios obreros. Y así es como hicieron muchas huelgas que no triunfaron. Y el Estado se fue complicando cada vez más. También por el hecho de que dentro de la izquierda el socialismo democrático saludaba al Estado y sostenía que había que hacer todo a través de las elecciones. Y estaba el comunismo, que había hecho la revolución rusa y se estaba demostrando capaz de manejar un Estado como la Unión Soviética en el que, al menos, a diferencia de lo que sucedía en la Rusia zarista, la gente comía. Entonces, ante esas dos evidencias, el anarquismo fue perdiendo fuerza.
–¿Qué reflexión le merece la adopción, por parte dice algunos jóvenes, de símbolos anarquistas?
–Las ideas libertarias o el socialismo libertario –que quiere decir socialismo en libertad– siempre están presente, nunca van a caducar, el Partido Verde Alemán está construido sobre bases anarquistas, como la defensa de la naturaleza. Los hermanos Reclús, famosos pensadores libertarios, decían, a diferencia de Marx, que el industrialismo no va a liberar a los obreros sino que va a terminar con el planeta. Se puede ver 120 años después a lo que nos ha llevado el consumismo. Y el obrero no solo no se ha liberado sino que ha empeorado su situación. Ojalá que la humanidad saque sus conclusiones después de todas las experiencias vividas. El capitalismo –al que ya no se lo llama sistema social de mercado sino capitalismo “puro”, para no decirle salvaje– nos está mostrando lo que este mundo hace con los débiles. Globalización sí, por supuesto. Pero una globalización que no sea solamente económica sino que involucre la dignidad ser humano. Que globalicemos la dignidad.
–Eso supone replantearse todo…
–Así es. Este sistema no va. Los grandes teóricos del capitalismo “puro” nos dicen que hay que esperar. Es el único argumento. Y hace diez años que se está esperando. A mucha gente se le va la vida. Y esperar ¿para qué? Si cada vez va peor, Fíjense ustedes la perla del capitalismo alemán. Todos los meses cincuenta mil desocupados más desde hace diez años. Es matemática la cosa. ¿Qué vamos a seguir esperando? Acá el ministro de Trabajo dice cualquier cosa. No sabe lo que dice ya. Con lo de Cutral-Có dijo que eran todos agitadores.
–Hubo un fuerte intento del gobierno de reinstalar el miedo agitando el fantasma de la subversión… ¿Cómo lo evalúa?
–Una pretensión de juntar a la sociedad ante el peligro con vista a las elecciones de octubre. Y no tuvieron éxito. Han tenido que retroceder. Por ahí no va la cosa sino dándole trabajo a la gente. No queriendo asustarnos porque rompieron la vidriera de la Casa de Neuquén. Con eso no van a ningún lado. Las piedras que arrojaron en Cutal-Có fueron por falta de trabajo y por hambre. No por otra cosa. Por más agitadores que uno mande a Neuquén, si la gente no tiene bronca no pasa nada.
–Usted debió exiliarse durante la dictadura. ¿Cómo vivió esa etapa?
–Tener que abandonar todo y empezar de nuevo lo sentí como algo muy injusto. Yo tenía una serie de investigaciones ya programadas. Tuve que dejarlas y dedicarme a la enseñanza en las universidades alemanas y a la traducción. Después escribí ensayos. Salió Exilio, un libro que hice con Gelman. Galería de esperanza… Además artículos periodísticos, filmes para la televisión alemana, española…
–¿Cómo se originó la Catedra Libre de Derechos Humanos que usted dirige?
–La iniciativa surgió de la misma facultad. Fue una idea del decano con el inmediato visto bueno del centro de estudiantes. Y lo votó el Consejo de la facultad y el Consejo Universitario. Después vino la discusión sobre el titular. Y tras varias votaciones se aprobó mi nombre por unanimidad. Estamos desde octubre del 93 y he recibido un apoyo total del decano, del alumnado y de gente de afuera que viene a escuchar las clases. Hacemos el foro los viernes a las ocho de la noche, siempre sobre temáticas de la actualidad quemante de la Argentina. Pero también hacemos varios seminarios.