Mansedumbre, rebeldía y orgullo de clase
- Por Haydée Breslav
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Con motivo del 1º de mayo, reproducimos la nota que realizamos para la edición de dicho mes de 2008 en la que se destaca la relación entre el trabajador y uno de los componentes fundamentales de nuestra cultura: el tango.
Con demasiada frecuencia, hemos escuchado y leído que las letras de tango exaltan a la delincuencia y que sus protagonistas son criminales y gente de mal vivir.
El argumento, esgrimido por los detractores del tango canción desde los inicios de este, se basa en el arraigado prejuicio, que tanta vigencia conserva, de identificar a la pobreza con la delincuencia.
Porque el tango es una creación de los sectores más desposeídos de Buenos Aires. En un meduloso ensayo, Juan Francisco Giacobbe explica: “En el principio del tango, de un lado está el canto de la Europa pobre, y del otro, el canto de la pampa pobre. La cadencia del tango, entonces, se deriva de la pobreza y del proletariado…”.
Como se sabe, el primer tango canción es Mi noche triste, con letra de Pascual Contursi sobre música de Samuel Castriota; fue estrenado por Carlos Gardel en 1917. Así lo glosó Alberto Gerchunoff: “El tango de Contursi cuenta, pues, como la copla campesina, el dolor de los humildes y al esparcir sus congojas en la larga lamentación, la ciudad se reconoce en el movimiento y en los recios vocablos de su estrofa fugitiva”.
Importancia de Carlos Gardel
Entrando en materia, podemos afirmar que el trabajador ha sido protagonista de no pocas letras de tango de disímil calidad. Gardel incorporó a su repertorio buena parte de ellas, y a sus muchos méritos se suma el de haber grabado el mayor número de tangos con esa temática.
Caminito del taller, una de las primeras letras de Cátulo Castillo, a quien también pertenece la música, fue grabado por el Zorzal en 1925; el tango, que se inclina por el drama de las costureras a destajo, recobró desgraciada actualidad setenta años más tarde con la ignominia de los talleres clandestinos. En los primeros versos que transcribimos ya asoma el gran poeta de María, La última curda y A Homero: “Caminito al conchabo, caminito a la muerte / bajo el fardo de ropas que llevas a coser / quien sabe si otro día como éste podré verte / pobre costurerita, camino del taller”.
Surgen otros tangos
Por esa época surgen otros dos tangos cuyas letras no se distinguen por su valor poético pero sí por el testimonial, pues eligen a trabajadoras como protagonistas. En Cotorrita de la suerte –cuyos autores son Alfredo de Grandis y José de Franco en letra y música, respectivamente– se trata de una muchacha gravemente enferma de tuberculosis; Gardel lo grabó en 1927: “Como tose la obrerita por las noches”…”.
Fosforerita, con letra de Amaro Giura y música de Bartolomé Chapela, y grabado por la gran Azucema Maizani en 1925, entraña una suerte de homenaje y desagravio a las obreras de la Compañía de Fósforos de Avellaneda –ciudad de los autores– asediadas rumbo a la fábrica por “los piropos / de patotas embriagadas / que en alegres carcajadas / ofendían su virtud”.
Las patotas que hostigaban a los trabajadores y los hacían objetos de crueles bromas también inspiraron a Victor Soliño un tango, titulado precisamente Patoteros; lleva música de Adolfo Mondino y fue grabado en 1927 por Agustín Magaldi: “El hombre es un obrero que vuelve del taller / cansado de ganarse el pan para comer / cobarde la patota, de pronto lo rodea / y un guapo lo golpea haciéndolo caer”. En el tango la historia termina bien porque el trabajador se incorpora y los encara, “al verlo decidido, los taitas de cartón / se esfuman en la sombra del negro callejón”.
Tango e ideología
Frente a la miseria de los trabajadores, la actitud asumida por los distintos autores no es unánime: si bien todos coinciden en condenar el flagelo, algunos se limitan a expresar sentimientos compasivos, mientras otros aluden a la resistencia y se animan a la esperanza.
Eugenio Cárdenas eleva el lamento en Vida amarga, con música de Pascual Mazzeo, grabado por Gardel en 1927: “Mudo de pena me quedo / cuando llega la pobreza / hasta la mísera pieza / de un pobre trabajador”; por su parte, Dante A. Linyera exhorta: “Mientras ganas tus centavos, canta bravo / la canción de los esclavos, tu canción / que en las urbanas arterias / vengarás un día tu miseria / de gorrión”. El tango se titula Pajarito, el gran cantor lo grabó en 1930.
Es importante puntualizar que muchos de esos autores eran anarquistas, como Pascual Contursi, José González Castillo –quien quiso que su hijo llevara los nombres de Descanso Dominical; como no se lo permitieron, lo llamó Ovidio Cátulo, y con los años llegó a ser Cátulo Castillo–, Antonio Podestá –autor de Como abrazao a un rencor– y Enrique Santos Discépolo en sus comienzos.
Y también músicos como Juan de Dios Filiberto, quien compuso tangos memorables como Caminito, Quejas de bandoneón, Amigazo y Cuando llora la milonga. Acerca de este último, en una entrevista publicada por el diario La Nación el 10 de mayo de 1929, Filiberto explicó: “Quise expresar el dolor del hombre de arrabal que vuelve a su casa sin traer de comer y encuentra su a viejita esperándolo para decirle que los desalojan, la ve quieta en un rincón, resignada con la débil luz de una lámpara, y se desespera más…”.
Sin embargo, la letra de Luis Mario –seudónimo de la periodista y escritora María Luisa Carnelli, que fue la compañera de Enrique González Tuñón–, plena de melancolía y recogimiento, no guarda demasiada relación con los conceptos del compositor: “Dos viejos unidos / en un callejón / elevan las manos / por su salvación”. Fue grabado por Gardel en 1928.
La década infame
“Años terribles en que la calamidad fue tan grande que se la tomaba por fatalidad, en que la injusticia era tan inconmensurable que se la consideraba como una parte de la naturaleza, en que la sociedad era tan ciega e inhumana que cada uno se sentía culpable de su propio destino desastroso”. Así describió Alberto Vanasco a la década infame, durante la cual Gardel grabó en Buenos Aires los tres tangos de mensaje social más fuerte y directo.
Celedonio Flores, uno de los autores fundamentales del género, cuya obra le valió ser llamado “un poeta social frustrado por el tango”, recrea en Pan, con música de Eduardo Pereyra, la tragedia de Jean Valjean en clave tanguera: “¿Trabajar? ¿Adónde? Extender la mano / pidiendo al que pasa limosna, ¿por qué? / Recibir la afrenta de un ‘perdone, hermano’ / él, que es fuerte y tiene valor y altivez? / Se durmieron todos, cachó la barreta / si Jesús no ayuda, ¡que ayude Satán! / Un vidrio, unos gritos, carreras, auxilio / un hombre que llora y un cacho de pan”.
Gardel lo grabó en 1932 logrando una versión inigualable, no solo por la interpretación, sino porque canta la letra tal como la transcribimos; otros la cambiaron, reemplazando “si Jesús no ayuda, ¡que ayude Satán!” por “se puso la gorra, dispuesto a robar”.
Entre los tangos con temática social, uno de los más conocidos es Acquaforte, con letra de Carlos Marambio Catán y música de Horacio Pettorossi, guitarrista de Gardel; este lo grabó en 1933, muchos otros intérpretes lo incorporaron a su repertorio. Una estrofa relata un episodio que pone de manifiesto la humildad de un obrero y la insensibilidad del frívolo patrón: “Un viejo verde que gasta su dinero / emborrachando a Lulú con su champán / hoy le negó el aumento a un pobre obrero / que le pidió un pedazo más de pan”.
El tango también supo denunciar a la represión; el protagonista de Al pie de la Santa Cruz es un huelguista condenado a la cárcel de Ushuaia. Letra y música corresponden, respectivamente, a Mario Battistella y Enrique Delfino; la grabación del gran cantor es de 1933: “Declaran la huelga, hay hambre en las casas / es mucho el trabajo y poco el jornal. / Y en ese entrevero de lucha sangrienta / se venga de un hombre la ley patronal”.
Curiosamente, o no tanto, en 1949 la orquesta de Alfredo de Angelis con la voz de Carlos Dante grabó este tango reemplazando los versos anteriores por los siguientes: “Estaban de fiesta, corría la caña / y en medio del baile la gresca se armó. / Y en ese entrevero de mozos compadres / un naipe marcado su cara mostró”.
La década de oro del tango
Después de la muerte de Gardel, ocurrida en 1935, no se han grabado muchos tangos que reflejen en sus letras las vicisitudes del trabajador. En los años cuarenta, a favor de mejores condiciones sociales y económicas y de la política cultural de la época, se desarrolló una renovación musical y poética que dio lugar a la década de oro del tango. Sin embargo, ese movimiento fue particularmente escaso en letras de asunto social, lo que puede atribuirse a una conjunción de factores: el innegable alivio de la penuria, el neorromanticismo poético entonces en boga y un posible temor a la censura.
Acaso por eso de la ley de las compensaciones, la cantidad escasa encuentra contrapeso en la notable calidad de un tango de 1943, perteneciente a los hermanos Expósito (letra de Homero, música de Virgilio). Se trata de Farol, cuyos versos expresan la sordidez de los ambientes humildes y las esperanzas de sus habitantes con un despliegue de metáforas de belleza y originalidad infrecuentes hasta entonces: “Un arrabal con casas / que reflejan su dolor de lata. / Un arrabal humano / con leyendas que se cantan como tangos. / Y un reloj que lejos da / las dos de la mañana. / Un arrabal obrero, / una esquina de recuerdos y un farol (…) Allí conversa el cielo / con los sueños de un millón de obreros…”.
No fue casual que don Osvaldo Pugliese lo eligiera para iniciar su discografía (con la voz de Roberto Chanel); recomendamos también, y vivamente, la versión de Roberto Goyeneche.
Pertenencias y prohibiciones
El orgullo de pertenencia a la clase trabajadora no se había manifestado aún; había que esperar a la década del 50 para que Mario Battistella –el de Al pie de la Santa Cruz– lo proclamara en sendas estrofas de dos tangos que compuso con Edmundo Rivero, quien los cantó admirablemente y los grabó, respectivamente, en 1953 y 1954: se trata del Pa’l nene y Pobre rico. Y no empela por ello el léxico del manual doctrinario, ni la consigna del panfleto, sino el cálido y cordial lenguaje de la calle.
El primero de esos tangos reivindica para el trabajador una de las condiciones más apreciadas por la tradición del género: “Guapo es el que labura / y gana con sudor / el pan que lleva a casa / sin arrastrar su honor. / Ni en la cara lleva tajos / ni presume de matón / ese sí que es hombre guapo / y no un maula como vos”; en el segundo, el protagonista enarbola gallardamente las herramientas de su oficio: “Con la pala y con el pico / cuando voy a laburar / yo también me siento rico / y lo digo sin cachar”.
En la década siguiente, Héctor Negro, haciendo suya una de las consignas más significativas de esa apasionada época, toma sus deseos por realidades en Un mundo nuevo, que lleva música de Osvaldo Avena y fue grabado por Reynaldo Martín en 1968: “Tengo un mes sin fin de mes / un trabajo sin patrón / (…) en la red tengo al ladrón / de tu sangre y de mi sangre…”.
Este tango fue prohibido por la dictadura de Onganía; la de Videla lo prohibió directamente a Gardel, quien cuarenta años después de su muerte pasó a encabezar las listas negras que integraron tantos destacados autores, compositores e intérpretes. En tanto, se disponía la apertura indiscriminada de la importación de producciones discográficas.
“¡Yo no canto eso!”
Álvaro Yunque prologa su libro Versos rantes con la siguiente anécdota: “Le habían alcanzado a Carlos Gardel un tango para que lo cantara. En él se pintaba al suburbio como una madriguera de delincuentes:
–¡Pero, che! –exclamó el cantor, indignado–. ¿Estos qué se creen? ¡La madona! ¡Ni que fuésemos todos delincuentes!
–Y… escriben de ese modo –dijo el que llevaba el tango– porque así ven el arrabal.
–¡Grupo! –gritó Gardel–. Yo sí conozco el arrabal, y allí no hay vida pa’ chorros. Además, che, si allí vive algún malandra, en cualquier suburbio hay también veinte mil laburantes que se levantan a las cinco de la matina… ¡Que se dejen de macanear! ¡Yo no canto eso!”.