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Los fuegos de junio

Los fuegos de junio

En vísperas de la festividad de San Juan (24 de junio) y de San Pedro y San Pablo (29 de junio), ofrecemos una breve reseña del origen, las significaciones y la manifestación porteña de un ritual íntimamente asociado a ellas: el de encender fogatas.

Una de las costumbres más difundidas en los barrios porteños hasta mediados de la década del 60 del pasado siglo era la de encender fogatas en el día de la festividad de San Juan, el 24 de junio, o en el día de la festividad de San Pedro y San Pablo, el 29 de junio.
Las fogatas se encendían al anochecer, generando una fiesta donde el piberío del barrio era el gran protagonista. Pero también era una fiesta ancestral en la que probablemente habían participado no solo los padres y abuelos de esos mismos pibes, sino también sus antepasados más remotos, por lo general desconocidos.
La noche de San Juan, el día del solsticio de verano para el hemisferio norte, remonta sus orígenes no solo a la Europa precristiana sino también a la preindoeuropea. Se trata de una costumbre popular donde se entrelazan el paganismo y el cristianismo, el culto al fuego con la devoción a San Juan Bautista, el más milagroso de todos los santos de la Iglesia, “patrono del fuego”, “patrono de los enamorados”, al que se le atribuyen todo tipo de virtudes mágicas y milagreras.
Es la noche de San Juan una noche mágica, propicia para conocer el porvenir, sobre todo en cuestiones de amor; para purificarse por medio del fuego o del agua; para curarse y preparar hierbas y medicamentos mágicos. En la tradición cristiano-medieval se atribuyó a Santa Isabel, la madre de San Juan, haber encendido una fogata para anunciarle a la Virgen María el nacimiento de su hijo. Lo cierto es que en el proceso de cristianización de las festividades paganas la fiesta del solsticio de verano fue adjudicada a San Juan.
En nuestra América, esta costumbre se remonta a la época hispánica; aunque la devoción al fuego también estaba presente en las culturas autóctonas.
En la Argentina, hasta la década del 50 e incluso hasta mediados de los años 60, fue una costumbre muy popular en los barrios porteños. Desde el restablecimiento de la democracia, en algunos barrios, como Palermo Viejo, se comenzó a resucitar, valga la expresión, esta saludable costumbre y sapiencia popular. También se celebra en el interior, siendo Misiones y Santiago del Estero dos de las provincias donde más se practica.
Era una fiesta de los barrios. Algunos la organizaban para San Juan y otros para San Pedro y San Pablo. Semanas antes del 24 o 29 de junio empezaba la labor. El piberío se movilizaba para conseguir maderas, cajones, tablones y, por sobre todo, para podar los árboles: “¡A las ramas y a los troncos!”, era la consigna. El material a veces era guardado en una casa que tenía fondo; otras veces quedaba a cielo descubierto. Había que tener cuidado, rogar que no lloviera y, ante todo, evitar que los chicuelos de otras cuadras “robasen” el preciado material. Porque, y esto es bueno decirlo, había una rivalidad entre los barrios, entendiendo acá por “barrio” a unas pocas cuadras vecinas.
Los protagonistas eran también los vecinos: la “barra” que jugaba al fútbol y paraba en la esquina y los mayores que se sumaban a la fiesta transformando lo que empezaba siendo la actividad de los pibes en una amena reunión social frente al fuego.
La fogata había que hacerla lo más alto posible. “A veces las fogatas eran más altas que los árboles y se quemaban los cables de luz”, recuerda Demóstenes Baudracco, cuya infancia transcurrió en las inmediaciones de Bolivia y General Rivas, en la zona de Agronomía. En la parte superior se colocaba un muñeco llamado “Judas” para que se incinerase en la pira encendida. Se encendía la fogata y las llamas se adueñaban de las maderas, troncos y ramas. ¡Qué espectáculo maravilloso ver esas llamas imponentes y soberanas elevarse hacia los cielos! La ronda o círculo respecto del centro donde estaba la fogata se ampliaba: es que el fuego es una fuerza natural que debe ser respetada para poder ser controlada y adquirir sus virtudes y potencialidades. Una vez que este menguaba, llegaba la hora de las papas y las batatas asadas. Se saltaba y había incluso quienes caminaban sobre las brasas. No se quemaban. En la Noche Mágica, conociendo determinadas fórmulas o conjuros, la fuerza vital del fuego podía ser incorporada al interior de cada uno.
La Noche Mágica es noche propicia para el enamoramiento. De allí las cédulas. El ajo, la clara de huevo, el gallo, con determinados procedimientos podían ser consultados por las niñas casamenteras para saber si estaba próximo un noviazgo.
Las costumbres fueron cambiando. El barrio fue desapareciendo como la unidad social que otrora había sido. Edificios cada vez más altos, calles asfaltadas, ajetreo automovilístico, la televisión, la nueva ola, la gran ruptura cultural de los 60... y esta costumbre ancestral fue desapareciendo de la ciudad de Buenos Aires y del conurbano.
Pero ¡vaya casualidad! El 28 de junio de 1966 es el día del golpe de Estado de Juan Carlos Onganía. Onganiato es represión. El 29 de junio era la fogata de San Pedro y San Pablo. ¿Hay que decir algo más?

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