Arte y primavera
- Por Miguel Ruffo
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En el día en que se celebra el comienzo de la primavera, ofrecemos un recorrido por pinturas y esculturas alusivas a la estación que el poeta cubano Eliseo Diego definió como “la joven perfecta, fuerte y pura / que eternamente vamos persiguiendo / por las inmemoriales lejanías”.
La primavera es la estación del año que comienza en el equinoccio del mismo nombre (21 de septiembre) y termina en el solsticio de verano (22 de diciembre).
El óleo La primavera de Sandro Boticelli es un catálogo de la mitología clásica en relación a esta estación. Es una exaltación del pensamiento sagrado del paganismo. En el centro vemos a Venus, diosa itálica asociada a la Afrodita griega. “Surgida del mar (…) una mañana de primavera (…) fue impulsada por Céfiro hacia las costas de la Isla de Chipre”, cuenta Jota C. Escobedo. Era la diosa de la belleza, la sensualidad y el amor. Platón había señalado en El banquete los dos aspectos del amor: el vinculado, por un lado, a la atracción física y la sexualidad y, por el otro, al conocimiento y el mundo celeste. La Venus de Boticelli está representada como Humanitas, lo que la vincula al humanismo del Renacimiento y a las letras y las artes. En la parte superior del cuadro hallamos a Cupido, dios itálico asociado al Eros griego, también dios del amor, hijo de Afrodita y de Ares. “La madre de Eros, Afrodita, utilizaba a su hijo para ejercer su poder universal en el cielo y en la tierra. Su imagen, en la fantasía de los antiguos, era la de un bellísimo muchacho, en los umbrales de la juventud, con alas de oro y armado con un arco y una aljaba, llena de flechas, sin errar el blanco (…) en Grecia y en Roma, lo rodearon de una multitud de seres semejantes, los amorcillos, compañeros de Eros en sus juegos y travesuras”, señala Escobedo. En el óleo de Boticelli, el principio del amor aparece representado con un amorcillo a punto de arrojar su flecha hacia el grupo de las tres Gracias iniciando su travesura. Las Gracias eran las diosas itálicas correspondientes a las Cárites griegas. Representaban la belleza del mundo natural, así como también la existente en todas las cosas. “Sin embargo, su misión específica consistía en formar parte del séquito de la diosa de la belleza y del amor, Afrodita”, aclara Escobedo. Boticelli nos presenta las Gracias como tres jóvenes de cabellos rubios, en una danza sensual, con los cuerpos deliciosamente cubiertos por túnicas transparentes. Hacia el otro lado del óleo, “Céfiro, personificación de un viento de la primavera, persigue a su esposa Cloris, que se transforma en Flora, diosa de la primavera”, describen Christiane Stukenbrock y Bárbara Topper. Flora era la diosa itálica de la primavera y de las flores, protectora de la fecundidad y el florecer de la naturaleza. Finalmente tenemos a Mercurio, asociado al dios griego Hermes, que era el mensajero de los dioses. Como mensajero de la voluntad divina, tiene el don de la persuasión y por ende es el dios de la palabra, es el jefe de las Gracias que embellecen el discurso. En la pintura de Boticelli, Mercurio alza su mano derecha a punto de hacerse con un fruto que es símbolo del conocimiento celeste, con lo cual este catálogo de la mitología clásica nos lleva al conocimiento divino y celestial.
Cosme Tura nos dejó una Primavera bajo la forma de una mujer sentada en un trono. Su cuerpo se contornea y mira melancólicamente a la derecha del espectador. Contrastando, la posición de sus brazos es firme y decidida pese al antinaturalismo de su estar. Sus vestidos presentan numerosos pliegues remarcando sus rodillas. El cuello alto no deja traslucir su rostro. La representación general nos hace recordar a la Emperatriz o a la Justicia, ambos arcanos mayores del Tarot. La mujer como reina del mundo terrenal. Así, Primavera nos convoca a reflexionar sobre el eterno femenino, sobre la femineidad como principio universal. La primavera como estación del florecer de la vida se mimetiza con la imagen de la joven mujer entronizada.
La ninfa de la primavera , de Lucas Cranach, el joven, vuelve al tema de lo femenino. En este caso con el desnudo de una mujer recostada en un agreste paisaje. Por su forma, hace recordar a los monarcas orientales recostados en el diván de su estrado. La primavera procede de Oriente, del sol naciente que despliega su luz y calor.
Giuseppe Arcimboldo nos ha dejado en un óleo sobre lienzo la alegoría La primavera, que forma parte de su serie Las cuatro estaciones, con un gran nombre de flores y hojas. Modeló el cuerpo con la forma de las plantas y con los colores matizó y contrastó la obra. Según Stukenbrock y Topper, “Arcimboldo desarrolló un estilo propio, manierista y naturalista, en sus retratos y en sus alegorías fantásticas. Componía cabezas y figuras de mayor tamaño que el natural con frutas, plantas, animales y objetos creados por el hombre, como si se tratara de naturalezas muertas”. Su Primavera se nos presenta con un perfil izquierdo, de busto, mirando en aquella dirección. Es una representación que sorprende por el despliegue sobre todo en los cabellos y en el busto de numerosas flores y plantas. Da la impresión de un collage, de haber sido construido por partes superpuestas, creando una imagen donde el florecer de la primavera se manifiesta en las dimensiones físicas de un joven. Es una pintura rica desde el punto de vista cromático. Son los colores de la naturaleza que despierta después de haberse adormecido en el invierno, son los colores de la vida. “Su pintura se interpreta como una reacción frente a la decadencia del Renacimiento y como una nueva visión científica de la naturaleza”, afirman Stukenbrock y Topper.
La primavera de Claude Monet es una sinfonía de colores. Son los colores y sus matices, en las aguas, la vegetación, el cielo al fondo y dos agraciados personajes. Las tonalidades de verde, celeste, amarillo, azul se combinan para dejarnos la impresión de una estación florida. Nos está diciendo que la primavera es la estación de la vida, es el momento en que la energía vital se convierte en la pulsión del amor y de la alegría de vivir. Una alegría que encuentra en la pareja que, sentada en el césped, dialoga vivazmente la comunión con la naturaleza. El hombre acompañando a la flora, las aguas y el cielo. Desde lo cromático hay una fusión entre lo social y lo natural. El hombre es parte de la naturaleza, si se quiere, es una pequeña partícula abrazada por los tiempos primaverales. Un aspecto que Belinda Thomson destaca de Monet es su habilidad como colorista. “Análisis de laboratorio recientes han demostrado que Monet en muy raras ocasiones usaba colores puros; para crear esos matices exactos y raros hacía elaboradas mezclas de pigmentos”, expresa Thomson. Es la magia del color asombrando al espectador lo que encontramos en esta obra del impresionista Monet.
Con Auguste Rodin se inicia la modernidad en la escultura. Ya no se trata tanto de la mímesis o imitación de la realidad como de la creación ideal de las formas. Eterna primavera evoca la felicidad de los jóvenes amantes. La sensualidad del cuerpo femenino, arqueado, se integra en una composición donde el cuerpo del hombre se contornea en sentido contrario. Un apasionado beso funde a los amantes. Es un bronce y tiene una versión en mármol. Rodin concebía la escultura como un medio para plasmar los sentimientos, el estado interior, de ahí que sus obras sean trascendentales.
Louis Moreau presenta una Alegoría infantil de la primavera donde esta estación se manifiesta como un niño, cual si fuese un tierno Cupido en el nacer de la vida, que lo espera para cobijarla en el amor.
Finalmente, señalemos que en el Parque Lezama de la Ciudad de Buenos Aires se conserva la escultura La primavera, pieza única que perteneció a la residencia de los Lezama. “Aunque [Eduardo] Schiaffino dijera que estas figuras alegóricas compradas por Lezama ‘eran simples ejemplos de marmolería rudimentaria’, suponemos que se refería a que eran reproducciones hechas por marmolistas europeos para venderse, no como piezas únicas, sino como esculturas decorativas, copias de originales grecolatinos. No creemos que hiciera referencia a la calidad del mármol, que aunque no fuera Carrara de primera calidad, bien pudo soportar los embates del tiempo o de los visitantes del paseo”, observan María del Carmen Magaz y María Beatriz Arévalo. La escultura La primavera del Parque Lezama, a diferencia de las esculturas de las otras estaciones que se encuentran en dicho parque, se nos presenta con una mayor elongación y estilización, al mismo tiempo que es menos tectónica. Tiene en su mano izquierda un cesto con flores y la derecha lleva un ramillete como atributo infaltable que caracteriza a la primavera.
Fuentes consultadas
Escobedo, Jota C. Diccionario enciclopédico de la mitología, Barcelona, Editorial de Vecchi S.A., 1985.
Magaz, María del Carmen y Arévalo, María Beatriz. Historia de los monumentos y esculturas de Buenos Aires, Buenos Aires, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1985.
Stukenbrock, Christiane y Topper, Bárbara. Mil obras maestras de la pintura, Postdam, H. S. Ullmann, 2011.
Thomson, Belinda. El impresionismo. Orígenes, práctica y acogida, Barcelona, Ediciones Destino S. A., 2001.