Identidades
Por Víctor Pais
Material de archivo
Habitamos una ciudad que es una deformada caja de resonancia de los avatares de un país convulsionado. Una ciudad donde el dolor de millones de seres se disipa entre la fastuosidad imbécil que, con renovada sofisticación, encarna una minoría voraz.
Habitamos una ciudad que no comprende al país en cuya geografía está levantada porque no se comprende a sí misma. Una ciudad en la que resulta impracticable esconder el hambre y la mendicidad debajo de la alfombra aunque sean mil las veces que se lo propongan los administradores eventualmente elegidos por esa masa humana tan reputada que recibe el nombre de ciudadanía.
Habitamos una ciudad con límites formales pero sin límites reales precisos, en cuyo centro cívico se encuentra montado el proscenio desde donde los principales actores del espectáculo de la "legitimidad democrática" continúan con el guión trazado y convenido, mientras se nos reserva al común de los mortales el humillante papel de ser espectadores de nuestro propio sacrificio.Aquí, por estas calles en las que tantas veces hemos tropezado por causa de las zancadillas que nos tendió nuestra propia torpeza, por estas calles en las que tantas veces hemos apurado el paso sin percatarnos de lo que íbamos dejando atrás, la vida, maniatada, busca abrirse paso a toda costa, y si le interponen un muro para detenerla, encuentra pasadizos o huecos por donde seguir avanzando, o fisuras por donde filtrar su aliento.
Aquí, por el ancho asfalto bajo el que ha quedado sepultada la terrosa senda sobre la que se apoyaban los entrañables adoquines, y por el que aceleran, frenan, se atascan y vuelven a arrancar decenas de miles de ruidosos vehículos que el tiempo, inclemente, convertirá en chatarra vieja, hay días en que irrumpe una marea humana cohesionada, decidida a plantar bandera y a interrumpir la circulación de esos rodados para que se escuchen y sean satisfechas sus peticiones.
Habitamos una ciudad envuelta en un perfume agrio. Una ciudad que sale a venderse como una mujer de caderas cimbreantes y andar felino y que se hace la otaria cuando alguien le recuerda cómo miró para otro lado cuando se producían los episodios sangrientos donde acabaron muchos de aquellos que ahora reclama como hijos dilectos.
Habitamos una ciudad, ésta, Buenos Aires, que mañana mismo, llamándose igual, puede ser otra.
Somos de acá.
Abril 2009