Un palacio francés en Buenos Aires
- Por Pablo Sáez. Fuente: ebcprensacooperativa.net.ar*
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El Museo Nacional de Arte Decorativo, ubicado en avenida Libertador y Sánchez de Bustamante, también sede de la Academia Argentina de Letras y de Bellas Artes, fue, en la década del 20 del siglo pasado, escenario de las fiestas más exclusivas de las elites porteñas, y hoy es un palacio que reúne una enorme colección de piezas de arte y constituye una de las claves más exquisitas para comprender las paradojas de la historia argentina.
Melancolía frente al mar
Matías Errázuriz Ortúzar, ya en su vejez, le escribe a su amiga y prima Blanca: “Solo después de los ochenta me he venido a dar cuenta de tanta cosa maravillosa y hermosa que fue mi vida”. Retirado y solitario, en su casa del Zapallar, balneario de la costa central de Chile, recuerda, asombrado y dolorido, un tiempo pasado. Su vida fue muy singular ya desde su linaje: una familia española llegada a Chile en 1735, con miembros que fueron activos participantes de la vida política de ese país desde su emancipación, dio cuatro presidentes, un cardenal, eclesiásticos, hombres públicos... A él le tocó la diplomacia, y fue embajador y encargado de negocios en Buenos Aires durante la segunda presidencia de Julio A. Roca. Aquí se casó en 1897 con Josefina Alvear, de treinta y tres años, viuda de Gregorio Rodríguez, una rica heredera descendiente de una familia muy tradicional. Carlos María de Alvear, abuelo de Josefina, participó en las luchas por la independencia. Diego de Alvear, su padre, fue de gran influencia en la política argentina de finales del siglo XIX. Torcuato de Alvear, su tío, fue el primer intendente de la Ciudad de Buenos Aires en 1880, y Marcelo T. de Alvear, su primo, presidente de la República en 1922.
Matías y Josefina vivieron, en principio, en una residencia en la calle Chacabuco y tuvieron dos hijos que, como era uso de la época, nombraron igual que ellos, pero que terminaron llamados por sus apodos: Mato y Pepita. En 1906 Matías es designado embajador en Francia, el matrimonio se instala en París y es allí donde ambos, amantes de las artes y el refinamiento, se vuelven coleccionistas y sueñan una mansión de características asombrosas que los aguardará a su regreso a Buenos Aires.
El sueño del palacio propio
Matías y Josefina compartían una gran pasión por el arte y la cultura. Durante su estadía parisina, recorrieron el viejo continente y adquirieron una gran colección de valiosos objetos que ya pensaban traer a la Argentina. El regreso fue confirmado frente a un gran conflicto mundial que se intuía. Y en 1911 contratan al arquitecto francés René Sergent (1865-1927), uno de los más importantes del momento, para el diseño de la residencia en Buenos Aires. Especialista en arquitectura francesa de los siglos XVI y XVII, desarrolló numerosas obras en estilo neoclásico en Francia, Estados Unidos y Argentina. Además de la mansión de los Errázuriz Alvear, Sergent proyectó para la sociedad porteña las residencias de la familia Atucha, de los Bosch Alvear, la mansión Unzué, el Palacio Sans Souci en San Fernando y el Hogar Luis María Saavedra.
El Palacio Errázuriz Alvear fue construido entre 1911 y 1917 con la dirección de obra de los arquitectos locales Eduardo M. Lanús y Pablo Hary, formados también en Francia. Todos los materiales, salvo la mampostería gruesa, fueron traídos de Europa. Tras el comienzo de la Primera Guerra Mundial, la obra se vio demorada. Los revestimientos de madera, espejos, mármoles, carpinterías, fallebas y molduras llegaron preparados para su directa colocación en obra, y para algunas tareas, como la realización de estucos, fueron contratados artesanos europeos.
El exterior del edificio está inspirado en el neoclasicismo del siglo XVIII, en especial en las obras de Jacques A. Gabriel, artista de la corte de Luis XV. Tiene cuatro niveles visibles desde el exterior: subsuelo con ventanas hacia el basamento, planta principal comunicada con el jardín y la terraza por puertas en arco de medio punto. Encima se abren las ventanas de las habitaciones y en el último nivel, detrás de la balaustrada, hay lucarnas de ventilación en las áreas de servicio.
Todo el interiorismo es ecléctico, pero clásico. Al ingresar, encontramos un salón del Renacimiento y luego, en un recorrido en sentido de las agujas del reloj, el comedor estilo Luis XIV, que significa un salto de cien años en la historia. Le sigue una réplica del Salón de los Espejos de Versalles y luego aposentos y bibliotecas que remiten a la Ilustración, período donde pierde la cabeza Luis XVI. En los departamentos privados del primer piso, la decoración corresponde a los estilos Luis XV y Luis XVI, Directorio e Imperio. La excepción es la sala Art Déco del artista catalán José María Sert, a pedido expreso de Mato Errázuriz. La casa además cuenta con adelantos de la modernidad, como ascensores y calefacción central.
Notas sociales para la Dama Duende
Así era el seudónimo de la mujer que en Caras y Caretas hacía las crónicas de los acontecimientos sociales de la clase alta porteña, que nada tenía que envidiar a la realeza europea. En 1918, luego de dos años de preparativos y detalles en decoración dirigidos por el mismo Matías, la casa fue inaugurada en septiembre con una gran fiesta a partir de la cual pasó a ser el centro de la vida social durante toda una década. Eventos de caridad, recepciones, casamientos y todo tipo de agasajos sucedieron en una mansión habitada por un matrimonio con dos hijos y treinta empleados de servicio. Impresionantes serían esas reuniones donde los invitados encontraban en la sala tres tapices flamencos bordados en oro y plata en paredes de once metros de altura. Además, se exponían pinturas españolas, góticas, renacentistas, imaginería, mesas, arcones, sillones, porcelanas, mármoles, piezas orientales y retratos familiares hechos por artistas afamados de la época, como Sorolla y Boldini. Célebres eran sus bailes en la terraza que daba hacia los jardines con grandes orquestas, fracs y vestidos de gala.
Fin del Palacio y llegada del Museo
En 1930, los encuentros se interrumpen abruptamente. Tal vez la razón sea la enfermedad de Josefina, un cáncer cruel que acabó con su vida en 1935. En 1937, la familia decide vender el palacio junto con todos los objetos de arte al Estado argentino por un precio simbólico que no cubría su incalculable valor real. La condición expresa fue que se convirtiera en museo. Así nace el Museo Nacional de Arte Decorativo.
Tras la trágica muerte de Mato por una herida de bala –suicidio o accidente– en 1941, Matías decide regresar a Chile, donde muere en 1953 a los ochenta y siete años. Desde entonces el museo ha pasado por momentos muy diversos, sin perder por ello su excelencia. Un momento muy difícil fue cuando, por decreto del gobierno de Mauricio Macri, los museos nacionales fueron obligados a generar ellos mismos sus fondos. Desde entonces, los muebles y objetos originales de la mansión ya no son estables, sino que son frecuentemente removidos para exponer arte moderno.
En febrero de 2022, se denunció la sustracción de veinte piezas del museo por valor millonario. Las piezas robadas aún no fueron halladas. Sin embargo, desde hace una década vienen sucediéndose acciones de restauración y puesta en valor de diferentes espacios del palacio, como áreas privadas que fueron restituidas: el imponente baño pompeyano de Josefina, el cuarto art decó decorado por José María Sert o, en el exterior, los jardines, obras de importantes paisajistas franceses.
Fuente: ebcprensacooperativa.net.ar.
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