“Estarás grabado a fuego en todos nosotros”
- Escrito por Victor Pais
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Tempranamente, sí, con tan solo 38 años, partió hacia la infinita disolución mi amigo Gabriel Galeano. No quiero ahora detenerme en detalles sobre la titánica lucha que libró durante casi seis meses en salas de terapia intensiva del Sanatorio Méndez y en aquello, que habla de la extrema precariedad de nuestro sistema de salud, de que un paciente que estaba dando pasos enormes en el camino de la recuperación de una grave enfermedad no haya contado con la suficiente protección y haya contraído, internado, el temible Covid que lo echó a perder todo.
Tampoco quiero abundar en lo que significó su amistad para mí, sobre todo cultivada en los últimos diez años, y que tuvo como disparador la común pasión por el ajedrez (en la que a pesar de su clara superioridad siempre tuvo conmigo una inmensa paciencia pedagógica), pero que, lejos de detenerse en eso, abarcó también el compartir lecturas de filosofía y de política, caminatas por Plaza Irlanda, comidas, actos y movilizaciones, debates acerca de cómo afrontar nuestra convicción de la necesidad de luchar por un profundo cambio social…
No quiero detenerme ahora en mi vínculo personal porque eso no explicaría lo que significaba Gabriel en todos los ámbitos en los que participaba. No explicaría, por ejemplo, por qué casi un centenar de personas, el domingo último, con un frío que calaba los huesos y en el contexto de una pandemia que parece no tener fin, fueron a despedirlo en el cementerio de la Chacarita.
¿Y qué sí lo explica?
Varias razones.
Una, lo que contiene el testimonio publicado en Facebook de quienes fueron sus compañeros de la Regional Centro de la CTA Autónoma y del que rescato este pasaje: “Gabi, nuestro querido ‘Vikingo’, te vas cuando todavía tenías muchísimo por vivir, por luchar y disfrutar. ¿Qué decir ante tamaña injusticia? Es difícil escribir líneas de despedida, pero vos las merecés. Te vas físicamente, pero nos quedamos con tu solidaridad de clase, con tu convicción para construir en unidad militando desde abajo, desde el barro del barrio. Nos llenamos de tu compromiso por compartir el conocimiento y generar conciencia en nuestro pueblo para romper las cadenas de la opresión capitalista. Nos aferramos a tu alegría, a tu bondad y sinceridad. Nos alegramos de haberte conocido y te agradecemos el haber querido construir un mundo mejor e intentarlo con nosotrxs”.
Otra razón, su familia, una familia muy querida y luchadora de nuestra barriada. Tanto sus padres, Rosa y Clemente, como su hermana Melina. Esto, si bien viene desde antes, cobró especial dimensión a partir de la ya legendaria asamblea popular que, con el estallido social de 2001, hizo pie en la esquina de avenida San Martín y Paysandú y que nos ha permitido a tantos establecer o consolidar lazos que iban a perdurar a través del tiempo. Los cuatro siempre presentes ahí, cuando Gabriel era todavía un adolescente. Por eso al funeral fueron muchos los que concurrieron no solo por el aprecio a él sino también a la familia a la que pertenecía.
Otra razón más, no menos importante: el fenómeno en el que se convirtió Gabriel en el mundo del juego de los sesenta y cuatro escaques, donde la noticia de su muerte causó un impacto muy fuerte. En el funeral esto se vio reflejado por la presencia de varios de sus queridos compañeros de Argentinos Juniors, entre quienes no podía faltar Martín Bitelmajer, su más valorado profesor, además de ser uno de los más destacados ajedrecistas argentinos (valga decir que allí también estaba su querido tío, también prestigioso en el juego de los trebejos, Carlos Grushka).
Gabriel era reconocido por su estilo de juego batallador. Haber sido el pilar del equipo de Argentinos Juniors que alzó la copa de la categoría AFA en 2017 y haberle ganado una partida al Maestro Internacional Kevin Paveto constituyen tal vez sus mayores hazañas ajedrecísticas. Pero la devoción que tenía Gabriel por el juego lo llevó a frecuentar muchos clubes y a participar en numerosas competencias, casi siempre con actuaciones destacadísimas y no pocas veces consagrándose campeón. Ha dejado sus huellas diseminadas por toda la ciudad y hasta en algunos lugares del conurbano. Tampoco le faltó tiempo para hacerse habitué del grupo de ajedrez de nuestro cercano Café de los Patriotas, con el cual también conquistó un trofeo.
Así describió a Gabriel como jugador José Javier Iadicicco, compañero del mencionado equipo campeón: “Era totalmente impredecible. No tenía miedo de probar cosas nuevas. Siempre creando, siempre inventando cosas. Era un artista del tablero”.
Por otro lado tampoco alcanzaría el puro discurrir sobre mi amistad con él para que se conociera lo apreciado que era en el ámbito de la UTN, donde, mientras cursaba la carrera de Programación informática con calificaciones brillantes, nunca se negaba a darle una mano a cualquiera de los compañeros que se la pidiera ante la dificultad para comprender un tema.
Me hago eco aquí de las palabras finales de un texto que escribió y nos compartió Rafael Olgiati, un ajedrecista de Vélez, club del que Gabriel era muy asiduo: “Estarás en mi corazón y en el de muchos de los amigos ajedrecistas, te llevaremos en cada movimiento, en cada partida de ajedrez, no razonando que esta sea tu verdadera ‘partida’, porque costará mucho para que te dejemos ir realmente, costará mucho para que nos olvidemos de tu simpleza en el trato, de tus agallas frente a las adversidades, de tu fuerza incansablemente vikinga. Gracias, Gabriel, por estar en nuestras vidas, estarás grabado a fuego en todos nosotros, al menos en mí. Apartar las piezas del tablero no siempre significa terminar el juego, pues siempre lo vivido queda y trasciende”.
Vuelvo a mis palabras: Gabriel, amigo, me quedo con el recuerdo de tu sonrisa plena, tu generosidad a toda prueba, tu espíritu lúdico y tu política rebeldía. Y como exclamó Clemente, tu querido viejo, al despedirte en el cementerio, yo también te digo: “Hasta la victoria siempre”.