Valentina Tereshkova, la primera cosmonauta
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen 60 años del día en que Valentina Tereshkova pasó a la historia como la primera mujer en surcar los espacios del cosmos. Con 86 años y una prominente carrera política, sigue siendo considerada una heroína en la Rusia postsoviética.
El 16 de junio de 1963 la Unión Soviética puso en órbita circunterrestre a la nave espacial Vostok 6 tripulada por Valentina Nicolaieva Tereshkova, quien así se convertía en la primera mujer cosmonauta. La Vostok 6 realizó un vuelo conjunto con la Vostok 5, tripulada por Valeri Fyodorovich Bykovski. De esta manera se reiteraba la experiencia adquirida por las dos naves espaciales anteriores. Se trataba de la experiencia final de la Unión Soviética con vehículos cósmicos monoplazas. A un mismo tiempo, estas experiencias tempranas de vuelos conjuntos revelaban que el programa espacial soviético se orientaba hacia la futura construcción de estaciones espaciales mediante el acoplamiento de naves en órbita alrededor de la Tierra. Quedaba para los programas espaciales que le siguieron –el Voshjod y sobre todo el Soyuz– efectuar operaciones de mayor envergadura con naves multiplazas (tripuladas por varios cosmonautas). Valentina fue partícipe de una prueba de intercepción en el espacio con vistas, por un lado, al acoplamiento de naves y, por el otro, a la destrucción de satélites enemigos.
Valentina Tereshkova había nacido el 6 de mayo de 1937 y era hija de un tractorista que trabajaba en uno de los tantos koljoses de los campos soviéticos y que murió en el frente de la Gran Guerra Patria contra los invasores hitlerianos. Tenía 26 años cuando protagonizó el vuelo espacial. Trabajó como obrera textil en la fábrica Krasny Perekop, de Yaroslav, la cual había constituido uno de los destacamentos de vanguardia de la clase obrera rusa en lucha contra los zares y los capitalistas. En el taller era considerada una buena obrera y su productividad no era inferior a la de otras compañeras de trabajo cuyos nombres figuraban en el cuadro de honor de la fábrica. Asimismo, estudiaba en la escuela de peritaje para obreros y se aficionó a los saltos en paracaídas en un club de la ciudad. Para 1961, la experiencia adquirida como paracaidista le valió para ser distinguida en la primera categoría.
En abril de ese mismo año, con el Vostok 1, la Unión Soviética había satelizado al primer cosmonauta, Yuri Gagarin. Así recordaba ese día Valentina, dos años después, en su libro testimonial El Universo es un vasto océano: “¡Un hombre en el cosmos!, ¿Soviético?, ¡Gagarin…Yuri! Los ojos se me empañaron. Se había cumplido el sueño secular de las mejores mentes de la humanidad. ‘¡Es nuestro, nuestro, es un joven soviético!’, gritaban y aplaudían las muchachas”. También recordaba el comentario que esa noche hizo su madre en la mesa de la cena, palabras que repercutieron en su corazón y le hicieron vibrar no sabía qué cuerdas recónditas en el interior de su ser: “Ha volado un muchacho, ahora le toca a una chica. En nuestro país reina la igualdad de derechos. Ahí están las proezas de las tejedoras de nuestra fábrica”.
Empero, Valentina dudaba que existiera una mujer capaz de soportar las múltiples pruebas que había que sortear para poder convertirse en cosmonauta. ¿Acaso una mujer podría soportar las sobrecargas del centrífugo? Vale decir, de la máquina en la que había que experimentar la capacidad del organismo para tolerar la extraordinaria aceleración que implicaba el disparo de un cohete con el consiguiente “aumento” de peso. ¿Podría una mujer experimentar el silencio agobiante de una cámara sorda? ¿Podría una mujer soportar el despegue estrepitoso y entre llamas que desarrolla el cohete al poner en órbita una nave espacial? Así y todo, la idea de convertirse en cosmonauta se fue apoderando de la mente de Valentina, particularmente después del vuelo de German Titov, el segundo cosmonauta, también en 1961.
Valentina lo meditó mucho y por medio de una carta solicitó ser incorporada al grupo de cosmonautas. Grande fue su emoción cuando por fin llegó la respuesta donde se le indicaba que debía presentarse en la Ciudad de las Estrellas, pequeño pueblo al noreste de Moscú donde se entrenaban los cosmonautas rusos. Allí atravesó por una preparación teórica y práctica. Al día siguiente de su llegada, comenzó con clases de astronomía, geofísica, técnica coheteril y cosmonáutica. El programa dedicaba mucho tiempo a la preparación física y a los deportes. Así expresó en el mencionado libro su experiencia con la prueba de la aceleración: “La centrifugadora iba aumentando su velocidad. Se me cortaba la respiración. Comencé a sentir todo el cuerpo oprimido. La presión era más fuerte a cada vuelta. Apretando los dientes, traté de cerrar los ojos, pero no lo conseguí. Se crisparon los músculos de la cara, el corazón empezó a latir con mayor precipitación y por primera vez en mi vida noté el peso de la sangre”. Y en relación a la “prueba del silencio”, escribió: “Al entrar en la cámara sorda me encontré en el mundo del silencio absoluto. Era aquel un estado extraño e inusitado. Sin nadie con quien hablar, sin poder preguntar ni escuchar nada. Aquí tenía que trabajar, descansar y dormir. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántas horas o días? ¿Tres? ¿Una semana? ¿Puede ser que más? Había que aguantar todo lo necesario”. Luego atravesó la prueba de la ingravidez, una ingravidez que solo se puede apenas percibir menos de un minuto en vuelos de trayectoria parabólica realizados en aviones a alta velocidad. Valentina pasó exitosamente todas las pruebas y fue elegida para ser la primera mujer cosmonauta en el grupo de chicas que habían sido seleccionadas para prepararse con miras a vuelos cósmicos.
Finalmente llegó la fecha del lanzamiento. Así la evocó Valentina: “La víspera de partir, según las tradiciones establecidas por los cosmonautas, estuve en Moscú con Valeri Bykovski. Fuimos a la Plaza Roja, estuvimos en el Mausoleo de Lenin y contemplamos las estrellas y la bandera roja de la URSS”. Y estas fueron las palabras que declaró antes de ingresar a la nave: “Soy muy feliz, y estoy contenta que a mí, simple muchacha, sea la primera mujer del planeta a quien se le encomienda volar al cosmos. ¡Cumpliré la tarea como corresponde a un comunista!”.
Poco antes había sido satelizado el Vostok 5 con el que Valentina, a bordo del Vostok 6, debía realizar un vuelo conjunto. Respondía Valentina al seudónimo de Gaviota y Valeri al de Gavilán. “Feliz vuelo, Valia”, le dijeron a Valentina desde el centro de control, al momento del despegue del cohete. “¡Aquí, Gaviota!”, transmitió, “¡Me encuentro perfectamente y con buen estado de salud! ¡Veo el horizonte! Una franja azul. ¡La Tierra! ¡Qué bella es! ¡Todo marcha perfectamente!”. Lo primero que hizo Valentina fue buscar a su compañero de vuelo. “Por allí cerca debía encontrarse el Vostok 5. Traté de buscarle con la mirada. Luego llamé por radio a Gavilán, que enseguida contestó”, explicó en su libro.
Seguidamente comenzaron el trabajo que se les había encomendado. Primero, analizar cómo se sentía en el estado de ingravidez y transmitir cómo veía a la Tierra. Y contó que así la vio: “Cada continente tiene su matiz propio predominante. África es amarilla; Sudamérica, verde; y Asia, marrón oscuro. Las aguas del Atlántico son más oscuras que las del Pacífico”. Refiriéndose al trabajo en el vuelo cósmico, explicó: “Tanto Valeri como yo habíamos utilizado varias veces el mando a mano de nuestras naves. Entre mis tareas figuraba la de orientar el Vostok 6 en el espacio. La nave era fácilmente manejable. Eso era muy importante, pues no está lejos el día que los cosmonautas podrán maniobrar con sus naves vertical y horizontalmente y cambiar de órbita y de dirección”. Ambos cosmonautas tuvieron la ocasión de efectuar diversas maniobras y recurrieron al frenado de las naves espaciales mediante procedimientos aerodinámicos sin recurrir al empleo de retrocohetes. Tras 71 horas de vuelo y un total de 49 vueltas a la Tierra, Valentina regresaba y también lo hacía su compañero.
En su escrito, Valentina rememoraba lo que le expresó el proyectista jefe: “Gracias, Valia, usted ha demostrado que la mujer soviética puede marchar al compás del hombre. Pero ¡Y de qué hombres!”. Y subrayaba que tal comentario el proyectista lo hacía señalando en dirección a Yuri Gagarin y otros cosmonautas.
Fue para Valentina un gran aliciente el hecho de haber estado en el cosmos acompañada por Valeri. Culminaba con el Vostok 6 el primero de los programas cosmonáuticos tripulados de la Unión Soviética. Con este, se había demostrado no solo la adaptación del hombre a las condiciones imperantes en el espacio, sino que también se habían dado los primeros pasos hacia el objetivo de una estación espacial.
Fuentes consultadas
Gasca, Luis (1980). Historia de la Astronáutica, Logroño, Riego Ediciones S.A.
Mateu Sancho, Pedro (1973). Los Viajes Espaciales, Barcelona, Salvat.
Terershkova, Valentina (1963). El Universo es un vasto océano. Moscú, Editorial Progreso.