“Un luminoso y secreto destino”
- Por Haydée Breslav. Foto: Sara Facio.
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Hoy se cumplen treinta y cinco años de la muerte, en la localidad bonaerense de Olivos, del gran poeta Raúl Gustavo Aguirre, quien creía en “la sencilla verdad del poema que nos ayuda a vivir”.
Había nacido en Buenos Aires el 2 de enero de 1927. Cursaba el
quinto grado de la primaria cuando, días después de haber asistido a una función de títeres que dio en su escuela Javier Villafañe, escribió una comedia en verso sobre El soldadito de plomo, de Tristán Klingsor, que el famoso titiritero estrenó ese mismo año, representó después muchas veces e incluyó en su libro Los niños y los títeres.
En 1944, aún adolescente, recibió el premio Iniciación de Poesía, otorgado por la entonces Dirección de Cultura, por su primer libro, El tiempo de la rosa, publicado un año después. Sin embargo, generalmente se considera al segundo, Cuerpo del horizonte, que reúne poemas escritos entre 1948 y 1950, y se publicó al año siguiente, como el primer libro significativo de su vasta obra consagrada a la poesía lírica. (De la otra vertiente, dedicada al aforismo, no nos ocuparemos en este trabajo).
En este poemario, que acusa claras influencias de las vanguardias de entonces, las metáforas bailan una alocada danza: “la imagen nueva de la verdad se habita / la esperanza es una herramienta / y el amor una naranja / y nada cede el musgo exacto / tiende sus góndolas al sueño / que quiere estar acompañado”, Proa del tacto abierto [fragmento].
Los siguientes libros (La danza nupcial, de 1954, y Aventura en la noche, escrito en 1960 y publicado en 1978), constan de sendos poemas únicos. En el primero, el autor ofrece una versión, que resulta creíble por imposible, de las palabras pronunciadas por el cacique Caupolicán en el séptimo día de su horrendo suplicio. En cuanto al segundo, está inspirado en el poema de Éluard cuyo primer verso emplea Aguirre en el acápite: “Hice un fuego para ser su amigo”. A nuestro juicio, el texto del poeta argentino supera al del francés en la hondura del pensamiento y en la solidez de la resolución: “Acerco ramas a este fuego que / va a morir, ramas felices de / llegar a ser fuego, como este / fuego –lo sé, lo entiendo– es feliz / de llegar a ser yo –no importa / cuánto ni cómo ni por qué– y yo de / llegar a ser este fuego que me ha / nombrado y me ha hecho su amigo”.
En 1962 publicó Señales de vida, que reúne poemas escritos entre 1949 y 1961. En ese lapso, Aguirre ha consumado un estilo que caracterizará al resto de su obra: sus poemas han alcanzado la severa belleza de las puras líneas áticas, enriquecida por el brillo de las metáforas, y se advierte en ellos la nobleza del pensamiento del autor, así como la sinceridad de su expresión y la intensidad de su vida interior, cuyo desasosiego, si no es contenido por el epigrama o la reflexión, se desborda en desgarradas lamentaciones.
A este libro pertenece Por último, uno de sus poemas más célebres, del que transcribimos un fragmento: “Haber estado, haber acompañado, / haber estado complicado con el viento que siempre tiene razón, / con la tierra y el agua y con la hierba que siempre tienen razón. // No haber cumplido años lejos de sí mismo, / no importa si de rodillas o en medio del pantano pero cerca de sí, / o entre asuntos pendientes o torcidos desde el comienzo / pero masticados con tus dientes. // No importa ser un objeto más o menos clasificable despreciable por los que deciden, / no importa ser superado, masacrado, tergiversado, desmentido / con todo eso se hace la verdad”.
En 1968 apareció La piedra movediza. No vamos a difamar a la poesía de Aguirre asignándole carácter didáctico pero, en nuestra opinión, del poema El que no aprende nunca se infiere una saludable enseñanza; de todos modos, ya sabemos por Albert Einstein y por Bertrand Russell que el sentido común tiene más que ver con los prejuicios que con el pensamiento lógico: “El que no aprende nunca toca el fuego, / el que no aprende nunca da una mano, / el que no aprende nunca vuelve a andar. // El que no aprende nunca se golpea / contra una pared y con la otra / y después con la otra y con la otra / y sigue caminando”.
El amor vencerá es de 1971. En el poema que transcribimos, Te acercas y comprendes, Aguirre invierte los roles de la tradición lírica donde la imaginación amorosa y la exuberancia creativa del poeta configuran a la mujer amada, pues esta vez es ella la hacedora del encantamiento: “Te acercas y comprendes y vives y me hablas, / quieres ser mía, quieres que yo no tenga fin, / quieres unirme al viento y parecerte al viento, / quieres abrir mis manos desiertas sobre ti. // Y tanto me imaginas y me ves y me creas, / que ahora somos dos, somos mil, somos uno, / moriremos así. // Viviremos así contra la soledad”.
En 1978, la editorial Monte Ávila, de Caracas, publicó una Antología con trabajos escritos entre 1949 y 1978, muchos de ellos no incluidos en libros anteriores. De entre estos seleccionamos A Pablo, del que transcribimos un fragmento en el que el autor muestra cuán deleznables son la vanidad, el afán de poder y la codicia frente a cosas que él conoce y ama como el paisaje del río, los valores de la vida y de la amistad y el vuelo de un pájaro o de un insecto: “No se nos acusará, muchacho, compañero, hijo y hermano mío, / de haber dado las espaldas a los jóvenes vientos del sur, / de haber vuelto la cara a las fastuosas tormentas de verano, / de haber cambiado la sombra circunspecta de un tala / por una ceremonia de recepción de títulos y honores, / de habernos convencido de que el hambre y la sed de cualquiera, inclusive nosotros, / importan menos que las Ciencias Políticas y las Razones de Estado, / o que una idea en frío vale la vida de un hombre, / o que un sucio papel en una caja fuerte vale la maravilla / del colibrí que bebe en cada uno de los colores del arco iris, / o que una mariposa no es algo importantísimo / o que una libélula / o que una luciérnaga / o que tu mano dentro de mi mano / o mi mano en tu hombro”.
En 1984 se publicó la antología póstuma La estrella fugaz, a cargo de Antonio Requeni y Daniel Chirom, y compuesta por poemas publicados por Aguirre en diarios y revistas desde 1964 hasta pocos días antes de su muerte. Los compiladores aclararon que también incluyeron las composiciones seleccionadas por Aguirre para la antología de Monte Ávila y no se incorporaron a ella por razones de espacio.
Informaron además que el título del libro es el de su último poema, en cuyo verso final, dijeron, de alguna manera aparece cifrada la vida del poeta: “Yo cumplo un luminoso y secreto destino”.
Mucho se ha escrito sobre el sufrimiento del poeta: se ha asegurado que los felices (al igual que los bebedores de agua) no hacen poesía perdurable, que el dolor es la piedra de toque del poema… incluso se ha definido a la poesía como dolor configurado en palabras, que solo puede plasmarse en ellas después de habérselo aceptado.
En el poema Yo también estoy destrozado, del que transcribimos un fragmento, Aguirre no cuestiona ni esconde su dolor: simplemente lo admite, se pregunta por sus orígenes, y termina por incorporarlo a la dimensión absurda de la existencia: “Cuándo empezó a romperse todo en mí no sabría decirlo. / Posiblemente fue cuando vi llorar a mi abuelo por falta de trabajo / o cuando vi llorar a mi padre por el mismo motivo, / o cuando un capitán me trató de piojoso / o cuando vi apalear a mis amigos / por la simple razón de soñar en voz alta / o cuando vi una prímula en la hierba / o cuando vi el fantasma de una estrella de mar, seco en una vitrina. // No sabría decir cuándo empezó a romperse todo en mí, / cuándo fui destruido por una infinita desazón, / cuándo se puso amarga la belleza de mi copa / pero lo cierto, amigos, / y a pesar de que bajo determinadas circunstancias me conduzco de un modo bastante razonable, / yo también soy un hombre de los que arrastran sus pedazos / por una tierra sin sentido”.
A través de su obra sabemos que el poeta amaba a Charlie Parker, a Bach y a Mozart. No podemos, entonces, dejar de trascribir el poema Esa voz, perteneciente también a este libro póstumo, porque al reconocer al gran cantor sentimos a Aguirre más nuestro y más íntimo: “De pronto él canta y vive, y vives en su canto. / Y cuando el canto cesa es difícil vivir. // (¿Te acuerdas? Un dibujo con aviones y llamas / y todas las mujeres de la casa llorando). // Él canta y amanece otro pan en tu mesa, / otro sol en tu patio, otra calle en tu puerta. // Él canta y vive en una eternidad que gira. / Esa voz: casi todo lo demás es mentira”.
Lúcido ensayista, publicó Los poetas en nuestro tiempo, Problemas de la literatura contemporánea y Las poéticas del siglo XX. En 1950, junto con otros poetas, fundó la mítica revista Poesía Buenos Aires, que dirigió durante diez años. Notable traductor, la antología Poetas franceses contemporáneos, que elaboró para la editorial Fausto, se considera ejemplar, así como sus versiones de los textos de Mallarmé. Se recuerda además su generosidad, puesta de manifiesto en la difusión de la obra de poetas jóvenes.
Su esposa Marta nos contó que Aguirre no tenía filiación, ni mucho menos militancia política alguna; pero su solidez ética bastó para que durante la dictadura recibiera amenazas y, en la dependencia oficial donde se desempeñaba como bibliotecario, fuera objeto de maltrato y hostigamiento. Esta situación agravó la dolencia cardíaca que padecía y precipitó su muerte.