Un inequívoco sentido tanguero
- Por Haydée Breslav
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Hoy se cumplen 130 años del nacimiento de Francisco Canaro, cuya vida, según definió Luis V. Sierra, estuvo “dedicada a nuestra música ciudadana, aportándole su tenaz espíritu de iniciativa y la visión de todo cuanto pudiera significar una mayor posibilidad para la difusión del tango”.
No tuvo estudios académicos, se dijo que cometía faltas de ortografía verbales y desconocía los términos básicos de la teoría musical (Arturo Penón, que supo estar en la fila de bandoneones de Canaro, nos contó que este no sabía decir “unísono”); sin embargo, el mismo Penón admitía que ese hombre tosco estaba guiado por un inequívoco sentido tanguero, y que sabía muy bien lo que quería y cómo transmitírselo a sus músicos.
Era maragato, como se les denomina a los nacidos en San José de Mayo, República Oriental del Uruguay. La familia era pobre y numerosa, y a principios del siglo pasado el padre, en busca de mejores perspectivas, vino a Buenos Aires, adonde se trasladaron después todos los demás integrantes. En esta ciudad Francisco empezó a trabajar desde niño como canillita y posteriormente se hizo pintor de brocha gorda; como tal, junto con Augusto Berto, intervino en las obras del Congreso de la Nación. (Años después, integró con Berto un trío que completaba Domingo Salerno).
Apasionado por la música, adquirió los primeros rudimentos de guitarra con un vecino zapatero apodado don Chicho; pero prefería el violín, y es célebre la anécdota de cómo se las ingenió antes de poder reunir los ocho pesos que costaba el instrumento más barato: se fabricó un violín casero con una lata vacía de aceite y un palo.
A los dieciocho años debutó profesionalmente en la localidad bonaerense de Ranchos, con un trío que completaban Martín Arrevillaga en mandolín y Rodolfo Duclós en guitarra. Integró después distintos conjuntos hasta que en 1916 recibió una oferta para animar los bailes de carnaval del teatro Politeama, de Rosario. Fue entonces cuando Canaro decidió ampliar el trío que entonces dirigía desde el violín e integraban además José Martínez en piano y Pedro Polito en bandoneón, con la incorporación de Osvaldo Fresedo en este último instrumento, de Rafael Rinaldi en violín y de Leopoldo Thompson en contrabajo. Sierra manifiesta que “había quedado definitivamente integrado el sexteto típico”, y destaca que la inclusión del contrabajo en las formaciones de tango se debió, fundamentalmente, a la iniciativa de Canaro.
Este, movido por la intención de aumentar la intensidad sonora y expresiva, fue ampliando posteriormente las filas de bandoneones y violines e incorporando nuevos instrumentos, como la batería y la trompeta que, dicho sea de paso, no sonaba nada mal. Fue así como, en los bailes de carnaval de 1921 del teatro Ópera, presentó un conjunto instrumental de más de cuarenta ejecutantes.
Caracterizaba a la famosa orquesta de Canaro un “brioso estilo de interpretación”, como lo definió Sierra. Advierte el oyente una firme línea melódica, un ritmo vigoroso e insistente, una estructura armónica no demasiado elaborada y una sonoridad robusta y maciza.
A esta altura parece importante señalar que, mientras no pocos exégetas fulminaban al músico con sus críticas, un conocedor tan serio y exigente como Sierra le hubiera reconocido muy significativas contribuciones al desarrollo del tango.
Así, le atribuye “la fundamental transformación rítmica del consabido dos por cuatro –calificación impropiamente utilizada todavía– por la marcación de cuatro por ocho, que es la correcta notación correspondiente a la ejecución del tango”.
Le reconoce además la introducción de “otra modalidad fundamental”, refiriéndose a la inclusión en la orquesta del vocalista: el primero fue Roberto Díaz. A diferencia de los cantores solistas que, con acompañamiento de guitarras, cantaban la letra entera del tango, los vocalistas, o chansonniers, solo entonaban un fragmento, por lo general el estribillo, y por eso se los llamaba también estribillistas. Canaro introdujo en la orquesta, además, el dúo de cantores: según Sierra lo hizo en 1927, cuando presentó a Agustín Irusta y a Roberto Fugazot.
En 1925 viajó a París, al frente de una orquesta que integraba con Agesilao Ferrazzano en violines y en la que revistaban en bandoneones Carlos Marcucci y Juan Canaro, en piano Fioravanti Di Cicco, en contrabajo Rafael Canaro y en batería Romualdo Lomoro.
A su llegada se enteraron de que una norma de protección de la música francesa y de sus intérpretes no permitía la actuación de músicos extranjeros, a menos que constituyeran un “número de atracción”. Para lograrlo, a Canaro no se le ocurrió mejor idea que vestir de gauchos a los miembros de la orquesta y de agregar a los tangos las ejecuciones en serrucho de su hermano Rafael y sus propios recitados del Martín Fierro. Según dijo después, esas actuaciones constituyeron el éxito más grande de su carrera.
A lo largo de esta, tocaron a su lado o bajo su dirección, además de los nombrados, músicos tan renombrados como Eduardo Arolas, Anselmo Aieta, Héctor Artola, Agustín Bardi, Augusto Berto, Samuel Castriota, Juan Bautista Deambroggio “Bachicha”, Minotto Di Cicco, Lucio Demare, Roberto Firpo, Domingo Federico, Carlos Figari, Ciriaco Ortiz, Tito Roccatagliata y Elvino Vardaro, entre muchos otros.
Gardel y los cantores
Entre octubre y noviembre de 1930, Eduardo Morera filmó en un galpón de la calle México los primeros cortometrajes sonoros argentinos. Se trata de once films que tienen como protagonista a Gardel, quien interpreta sendas piezas acompañado en ocho de ellas por sus guitarristas Guillermo Barbieri, José María Aguilar y Ángel Riverol, y en las otras tres por la orquesta de Canaro (que no aparece en pantalla).
Quien sí tiene una breve aparición es el propio Canaro, que al principio del corto dedicado al vals Rosas de otoño mantiene un breve diálogo con Gardel, quien se manifiesta “dispuesto a defender nuestro idioma, nuestras costumbres y nuestras canciones con la ayuda del film sonoro argentino”. Canaro le replica que lo acompañará con su orquesta y hará “lo imposible para que nuestras canciones sigan triunfando en el mundo entero”.
Se ha dicho que fueron grandes amigos; lo cierto es que el Zorzal le grabó cerca de veinte temas, entre otros, los tangos Sentimiento gaucho, La brisa, Se acabaron los otarios, Federación y La última copa (todos ellos con letra de Juan Andrés Caruso); Puentecito de plata y Tiempos viejos (con versos de Pascual Contursi y Manuel Romero, respectivamente) y Madreselva (con letra firmada por Luis César Amadori), la ranchera Me enamoré una vez (con versos de Ivo Pelay) y el vals Yo no sé qué me han hecho tus ojos (con letra del propio Canaro).
Y en 1936, en los actos que precedieron al entierro de Gardel en la Chacarita, le cupo a Canaro el triste honor de dirigir en el Luna Park su orquesta, ampliada con músicos de otras, en la interpretación del tango Silencio.
En cuanto a los cantores que pasaron por su orquesta, podemos nombrar, entre muchos otros, a Ernesto Famá, Roberto Maida, Francisco Amor, Carlos Roldán, Alberto Arenas, Eduardo Adrián y Chola Luna.
Acompañó también a grandes solistas como Ignacio Corsini, Charlo (que había sido estribillista de la orquesta), Hugo del Carril, Azucena Maizani (a quien descubrió), Tita Merello y Nelly Omar.
Compositor prolífico, su obra registrada en SADAIC suma más de doscientos títulos. Se destacan entre los instrumentales los tangos Charamusca, El internado, Halcón negro, La tablada, Milonga con variación y Nueve puntos y, entre los cantables, los tangos Casas viejas, Déjame, no quiero verte nunca más y Ya vendrán tiempos mejores, el vals Soñar y nada más, la milonga Se dice de mí, las rancheras Dónde hay un mango y Los amores con la crisis y el pericón Paja brava (todos ellos con letra de Ivo Pelay); el tango Nobleza de arrabal y el vals Parece mentira (ambos con versos de Homero Manzi); los tangos Destellos (con versos de Juan Andrés Caruso), Las vueltas de la vida (con letra de Manuel Romero) y Yo también soñé (con letra firmada por Amadori) y el vals Corazón de oro, con versos de Jesús Fernández Blanco, además de los temas grabados por Gardel mencionados anteriormente.
Los detractores de Canaro han cuestionado la autoría de sus temas; sin embargo, es fácil notar en ellos una común y bien perfilada línea estilística. José María Otero cita a Horacio Salgán, quien, con relación a las piezas firmadas por Canaro, manifestó que “si las compró, las compró todas al mismo, porque tienen el mismo sello”.
De hecho, fue a él a quien plagiaron. En la película El cartero, de Michael Radford, el tango Madreselva es el leitmotiv del personaje de Neruda, y se lo escucha en cinco escenas del film: en cuatro de ellas en la grabación de Gardel y en la restante, ejecutado por un acordeonista; sin embargo, en los créditos no se menciona a los autores Canaro y Amadori, como tampoco a Gardel. Y en 1996 quien firmó la banda sonora del film, el argentino Luis Bacalov, recientemente fallecido, se alzó con el Oscar de la Academia de Hollywood a la mejor partitura dramática original.
En ese sentido, hay que señalar que en 2003 los tribunales de Roma declararon a Bacalov culpable de haber plagiado, en la misma banda sonora, la canción Nelle mie notti, de Sergio Endrigo.
Es necesario remarcar, por último, la labor gremial de Canaro: Julio De Caro ubica su nombre a la cabeza de aquellos a quienes atribuye el mérito de la fundación de SADAIC; menciona también a Luis Teisseire, Augusto Berto y Juan de Dios Filiberto; Berto y Canaro asistieron al remate de los terrenos que compró este último para que se construyera el edificio de la institución, que presidió varias veces.
Por otra parte, ambos músicos compartieron la pertenencia a la masonería: Canaro fue Iniciado el 28 de Enero de 1923 en la logia Unión del Plata N° 1, de Buenos Aires.
Francisco Canaro murió en Buenos Aires el 14 de diciembre de 1964.