“Todo se desconcierta faltando la humanidad”
- Por Haydée Breslav
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Hoy se cumplen 230 años del nacimiento en Montevideo de Bartolomé Hidalgo, creador de la poesía gauchesca, en quien Borges reconoció “una voz mesurada y viril, una voz honesta y antigua, que no volveremos a oír hasta el Martín Fierro”
Prestigiosos biógrafos de ambas orillas coinciden en afirmar que fueron sus padres Juan Hidalgo y Catalina Jiménez, y que la familia que formaron era extremadamente humilde. “Ya he dicho que soy de una familia muy pobre, pero honrada, que soy hombre de bien y que este es todo mi patrimonio”, escribió mucho después el poeta.
Se asegura que realizó sus primeros estudios con los frailes franciscanos, y que era muy joven cuando murió su padre. Fue así como debió ponerse a trabajar, y en 1803 era dependiente del almacén de ramos generales de Martín José Artigas, donde llegó a gozar de gran confianza por parte del patrón y de la amistad de su hijo, el futuro prócer José Gervasio, de quien después fue colaborador y de cuyo casamiento fue testigo.
Algunos dicen que para esa época desempeñaba también el oficio de barbero; otros lo niegan. Lo cierto es que en 1806 aparece trabajando en el Ministerio de la Real Hacienda, y al año siguiente, durante la segunda invasión inglesa, combatió en la refriega de El Cardal integrando el batallón de Partidarios de Montevideo.
Comprometido con la causa de la emancipación, en 1811 se incorporó como soldado voluntario a las fuerzas que sitiaban a Montevideo; después acompañó a Artigas en el Éxodo del Pueblo Oriental, donde fue designado comisario interino de Guerra del Ejército Patriota en el Uruguay; en esa oportunidad escribió las Octavas Orientales o Marcha Nacional Oriental, que el Triunvirato formado por Chiclana, Paso y Sarratea premió declarándolo “benemérito de la Patria”. Posteriormente tuvo destacada participación en el Segundo Sitio de Montevideo y en otras acciones; en todas ellas mereció el elogio de sus superiores.
Entre 1814 y 1816 desempeñó en esa ciudad las funciones de administrador de Correos, secretario interino del Cabildo, ministro interino de Hacienda y director de la Casa de Comedias. A fines de ese último año, ante el avance de las tropas portuguesas, viajó varias veces a Buenos Aires en cumplimiento de gestiones dispuestas por el Cabildo montevideano para obtener el auxilio del director supremo Juan Martín de Pueyrredón.
En 1818, después de la ocupación de Montevideo por el ejército portugués, Hidalgo se radicó definitivamente en Buenos Aires. En contraste con la mucha y detallada información que brindan los biógrafos uruguayos de la vida y hazañas de Hidalgo en su país, es muy poco lo que se sabe de su permanencia en el nuestro.
Al parecer, se le ofreció un puesto que rechazó; el propio poeta refirió, en su respuesta a un ataque del cura Castañeda, que después de su arribo a Buenos Aires había sido solicitado “para ocupar un destino en la Secretaría de Gobierno”, y precisó: “Agradecí esta distinción a la persona que me la quería dispensar y le contesté que todo el mundo sabe qué dije entonces y después: que yo no había venido a emplearme sino a trabajar honradamente como estaba acostumbrado a hacerlo desde antes de la revolución para mantener una madre infeliz cuya subsistencia dependía y depende del sudor de mi rostro”.
Debió vivir entonces, muy pobremente, de la venta callejera de sus composiciones poéticas. El 26 de marzo de 1820 se casó con la porteña Juana Cortina; enfermo de tuberculosis, se trasladó después, en procura de alivio, al caserío de Morón. Allí murió el 28 de noviembre de 1822, en la más extrema miseria, tres meses después de haber cumplido treinta y cuatro años. Sus restos fueron arrojados a la fosa común.
La obra culta
Los críticos coinciden en asignar a la obra de Hidalgo que ellos denominan culta los rasgos del neoclasicismo que caracterizó al arte que surgió de la Revolución Francesa y se inspiró en ella.
En esa corriente se inscriben las nombradas Octavas orientales y la Marcha Nacional Oriental de 1816, que muestra una marcada influencia del Himno de López y Planes (“A campaña, sudamericanos, / oíd el eco del libre oriental: / a campaña, que un nuevo tirano / subyugarnos quiere a Portugal”), así como las inscripciones colocadas en los frentes de la pirámide erigida en la plaza de Montevideo para conmemorar el sexto aniversario del 25 de mayo.
De ese carácter cívico patriótico participan también sus obras teatrales: los unipersonales Sentimientos de un patricio y El triunfo, y la pieza en un acto La libertad civil.
Asimismo, compuso poemas líricos y circunstanciales.
Los cielitos
Según Eneida Sansone, “cuando Hidalgo, encendido de pasión patriótica, de rebeldía y de rabia, siente que su espíritu independiente no puede ya comprimirse en los moldes de la poesía culta, abandona la composición de sus unipersonales, olvida la retórica neoclásica y se lanza a cantar en el verso común de la poesía tradicional”.
Y prosigue: “A través de la fácil línea del octosílabo, la inspiración corre y las palabras brotan como agua del manantial. El ritmo de este verso tradicional entra y se prende por igual en el oído de godos y paisanos, sirve igualmente para la exhortación patriótica y para el anatema contra los opresores, para la caricia y el guascazo, para el canto y el cuento”.
Y elige el cielito, al que el uruguayo Lauro Ayestarán definió como una forma de canción danzada que, durante las guerras de la Independencia, “domina por entero el panorama de la expresión musical” de su país, y llamó “vehículo sonoro de la patria naciente, que para nosotros amanece envuelto en un aura de libertad”, en tanto que para el argentino Carlos Vega el cielito surgió en la pampa bonaerense como derivado de la contradanza, y después de la Revolución de Mayo los soldados de Buenos Aires lo llevaron a la Banda Oriental y a otras regiones del continente. “El cielito fue el gran canto popular de la Independencia. Atraído por la revolución, vino de las pampas bonaerenses, ascendió a los estrados, se incorporó a los ejércitos y difundió por Sudamérica su enardecido grito rural”, escribió.
En cuanto al texto literario del cielito, Ayestarán explica que “proviene indiscutiblemente del romance español”, que consta de una serie indeterminada de cuartetas y “además y fundamentalmente, en los dos primeros versos de las estrofas pares se presenta el siguiente estribillo: ‘Cielo, cielito’”, que “adopta las siguientes variantes: ‘Cielito, cielo que sí’, ‘Ay cielo, cielo y más cielo’, ‘Allá va cielo y más cielo’, ‘Cielito, cielo eso sí’, ‘Digo mi cielo cielito’, ‘Cielito, cielo, cielito’, etcétera”.
Tres décadas después de lo que estamos contando, durante el Tercer Sitio de Montevideo, Alejandro Dumas le acopló a esa ciudad el epíteto “la nueva Troya”, sin saber que ya había tenido a su Homero, pues así llamó Mitre a Hidalgo. Lo hizo en una carta a José Hernández en la que le agradecía el envío de un ejemplar autografiado del Martín Fierro, y donde le dijo: “Hidalgo será siempre su Homero, porque fue el primero”.
La condición iniciática de Hidalgo ya había sido reconocida por Sarmiento, quien saludó “la memoria del montevideano creador del género gauchi-político, que a haber escrito un libro en lugar de algunas páginas como lo hizo, habría dejado un monumento de la literatura semi-bárbara de la pampa”.
También es “el iniciador, el Adán”, para Borges, quien, por lo que sabemos, no le consagró a Hidalgo ningún escrito; solo lo mencionó en textos sobre otros autores y obras. En uno de esos textos manifestó que “la historia de la poesía gauchesca no tiene ningún misterio” y que “hacia 1812, el montevideano Bartolomé Hidalgo la inventa”. En otro, consideró que “Hidalgo ha sido superado y en eso estriba su paradójica fortuna” y que “en él se cumple el doble destino de los precursores: prefigura a quienes lo siguen y es creado por los hombres ulteriores a quienes prefigura”.
(Destino parecido el de Pascual Contursi, que inventó el tango canción y prefiguró a quienes lo siguieron, que también lo superaron, incluso su propio hijo).
Para Raúl Gustavo Aguirre, por su parte, “la importancia de Hidalgo, aparte de componer cielitos que cantaban los soldados, reside en ser el primer poeta que, no obstante pertenecer a la clase culta, utilizó constantemente el lenguaje y los temas gauchescos”.
Lo cierto es que en sus sencillas cuartetas Hidalgo supo transmitir el mensaje revolucionario mejor y más claramente que las pomposas odas que se declamaban en los salones.
Entre 1821 y 1822 compuso también tres Diálogos: el Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de una estancia en las Islas del Tordillo, y el gaucho de la Guardia del Monte (1821), el Nuevo Diálogo patriótico entre Ramón Contreras, gaucho de la Guardia del Monte, y Jacinto Chano, capataz de una estancia en las Islas del Tordillo (1821) y la Relación que hace el gaucho Ramón Contreras a Jacinto Chano, de todo lo que vio en las fiestas mayas en Buenos Aires, en el año 1822 (1822). Todos ellos están escritos en octosílabos dispuestos al modo del romance tradicional. Por razones de espacio, en este trabajo solo nos ocuparemos de los cielitos.
Así, en el Cielito oriental (1816), Hidalgo expresa con admirable síntesis uno de los principios fundamentales de la Revolución: “Cielito, cielo que sí / es inmutable verdad / que todo se desconcierta / faltando la humanidad”.
Ese mismo año, en el Cielito de la Independencia, advierte contra un mal que no ha dejado de desgarrarnos, y hoy se considera políticamente ingenuo tratar de superarlo: “Jurando la Independencia / tenemos obligación / de ser buenos ciudadanos / y consolidar la Unión. // Cielito, cielo cantemos, / cielito de la unidad, / unidos seremos libres, / sin unión no hay libertad. // Todo fiel Americano / hace a la Patria traición / si fomenta la discordia / y no propende a la Unión // Cielito, cielo cantemos, / que en el cielo está la paz, / y el que la busque en discordia / jamás la podrá encontrar. / (…) / Cielito, cielo, y más cielo, / cielito del corazón, / que el cielo nos da la paz / y el cielo nos da la UNIÓN”. Asimismo, reconoce que es dura y penosa la conquista de la libertad: “Allá va cielo y más cielo, / cielito de la cadena / para disfrutar placeres / es preciso sentir penas”, Cielito patriótico que compuso un gaucho para cantar la acción de Maipú, 1818; “Mire que grandes trabajos / no apagan nuestros ardores, / ni hambres, muertes ni miserias, / ni aguas, fríos y calores”. / (…) / Mejor es andar delgado / andar águila y sin penas, / que no llorar para siempre / entre pesadas cadenas”, Un gaucho de la Guardia del Monte contesta al manifiesto de Fernando VII y saluda al Conde de Casa Flores con el siguiente Cielito, escrito en su idioma, 1820.
Y sabe que en pos de esa conquista no hay que dudar en jugarse entero: “Allá va cielo y más cielo, / libertad, muera el tirano, / o reconocernos libres / o adiosito y sable en mano”, ibid.; “Si perdiésemos la acción / ya sabemos nuestra suerte / y pues juramos ser libres / O LIBERTAD O LA MUERTE”, Cielito a la venida de la expedición, 1819.
En el Cielito para cantar la acción de Maipú, por otra parte, remarca que los cruentos tiempos de la dominación española son idos, pero no olvidados (“Ya, españoles, se acabó / el tiempo de un tal Pizarro, / ahora, como se descuiden, / les ha de apretar el carro”), mientras que en el Cielito a la venida de la expedición, después de reafirmar la voluntad de independencia (“No queremos españoles / que nos vengan a mandar, / tenemos americanos / que nos sepan gobernar. / […] / Aquí no hay cetro y coronas / ni tampoco Inquisición, / hay puros mozos amargos / contra toda expedición”), se dirige a los soldados españoles, a los que también oprime la Corona, y con argumentos sólidos en su sencillez los exhorta a liberarse de aquella y unirse a los patriotas para vivir todos en paz y abundancia: “Saquen del trono, españoles, / a un Rey tan bruto y tan flojo, / y para que se entretenga / que vaya a plantar abrojos. // Cielito, cielo que sí, / por él habéis trabajado, / y grillos, afrenta y muerte / es el premio que os ha dado. // Si de paz queréis venir, / amigos aquí hallaréis, / y comiendo carne gorda / con nosotros viviréis. // Cielito, cielo que sí, / el Rey es hombre cualquiera, / y morir para que él viva / ¡la puta…! es una zoncera”.
En aquel que contesta el manifiesto de Fernando VII, hace profesión de fe republicana: “Los que el yugo sacudieron / y libertad proclamaron, / de un rey que vive tan lejos / lueguito ya se olvidaron. / (…) / Eso que los reyes son / imagen del Ser divino, / es (con perdón de la gente) / el más grande desatino. // Cielito, cielo que sí, / no se necesitan reyes / para gobernar los hombres / sino benéficas leyes. // Libre y muy libre ha de ser / nuestro jefe, y no tirano; / este es el sagrado voto / de todo buen ciudadano”. Y con burlona arrogancia, espeta a los españoles: “Cielito, cielo que sí, / guárdense su chocolate, / aquí somos puros indios / y solo tomamos mate”.
Luego, revela el propósito que abrigaba la monarquía en su intento de recuperar las colonias sudamericanas: “Lo que el Rey siente es la falta / de minas de plata y oro; / para pasar este trago / cante conmigo este coro. // Cielito, digo que no, / cielito, digo que sí, / reciba, mi D. Fernando, / memorias de Potosí. // Ya se acabaron los tiempos / en que seres racionales, / adentro de aquellas minas / morían como animales”.
Y emplea la ironía para denunciar el estrecho vínculo entre el poder político colonial y el culto católico: “Cielo, los Reyes de España / ¡la puta que eran traviesos! / Nos cristianaban al grito / y nos robaban los pesos”.
En cuanto al Cielito patriótico del gaucho Ramón Contreras, compuesto en honor del ejército libertador del Alto Perú (1821), la entusiasta admiración por la gesta sanmartiniana se impone por sobre la gaucha parquedad de Hidalgo y lo hace incurrir en el ditirambo: “Los hechos de San Martín / hoy la fama los pregona y la Patria agradecida / de laureles lo corona. // Y digo cielo y más cielo, / tan valiente general / y patriota tan constante, / debiera ser inmortal”.
El último cielito, Al triunfo de Lima y El Callao, incluye cuartetas autorreferenciales: “Apartando una torada / me encontraba en mis haciendas / pero al decir Lima es nuestra / le largué al bagual la rienda. // Cielito, cielo que sí, / cielito de fray Cirilo, / y ya enderecé hasta el pueblo, / y ya me vine en un hilo. // Estaba medio cobarde / porque ya otros payadores / y versistas muy sabidos / escribieron puras flores. // Allá va cielo y más cielo, / cielito de la mañana... / Después de los ruiseñores / bien puede cantar la rana”. (En sentido parecido al de esta última cuarteta se manifiesta también la que remata el Cielito en que contesta al manifiesto de Fernando VII: “Cielito, cielo que sí, / ya he cantado lo que siento, / supliendo la voluntad / la falta de entendimiento”).
Volviendo al Triunfo de Lima y el Callao, Hidalgo describe en este cielito, con originales trazos, la entrada del Libertador en Lima: “Con puros mozos de garras / San Martín entró triunfante, / con jefes y escribinistas / y todos los comendantes. // Cielito, cielo que sí, / dijo cese la pendencia, / ya reventó la coyunda, / y viva la independencia”.
Su admiración por el prócer ya se había puesto de manifiesto en el cielito anterior, el compuesto en honor del Ejército Libertador: “Viva nuestra libertad / y el general San Martín, / y publíquelo la fama / con su sonoro clarín”.
Pero en la cuarteta siguiente, que da remate al Cielito, Hidalgo, orgullosamente, se viva a sí mismo, asumiendo y reivindicando el poderoso sentido de su canto: “Cielito, cielo que sí, / vivan las autoridades, / y también que viva yo / para cantar las verdades”.