Se nos fue, pero aún me guía
- Por Haydée Breslav
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Se cumplen hoy diez años ¡ya! de la muerte de Roberto Díaz, a quien Marco Denevi escribió diciéndole: “Me pregunto qué conspiraciones, qué envidias, qué tilinguerías o qué estupideces fingen ignorar que usted es un gran poeta”.
Por su parte, Luis Roberto Furlan consideró, a propósito de la obra de Díaz: "Mucho debió pulir y desgastar el poeta, en horas de luengas vigilias creativas, para alcanzar esta precisión que lo ubica entre los cantores más claros de la poesía argentina y continental".
Es preciso decir, además, que sus conocimientos de literatura y de tango (fue autor de muchas letras que no alcanzaron la difusión debida) eran vastísimos, y no dudaba en compartirlos generosamente con quien se lo pidiera. Tuvimos el privilegio de que nos contara entre sus amigos, y sabíamos que lo podíamos consultar con la seguridad de recibir respuestas ciertas y esclarecedoras, acompañadas, por lo general, de atinadas consideraciones a cuyo recuerdo a menudo apelamos. Porque al igual que el flaco Abel, el entrañable personaje de Discepolo, “se nos fue, pero aún me guía”.
Hoy queremos recordarlo, no a través de su poesía, sino de su pensamiento, tal como lo expuso en su blog Diario de un poeta, en el que, desde noviembre de 2006 hasta febrero de 2011, publicó jugosos artículos sobre arte y cultura, que alternó con comentarios de actualidad.
Roberto Diaz amaba profundamente lo que hacía. Así lo expresó en uno de sus primeras publicaciones, fechada el 2 de diciembre de 2006 y titulada, precisamente, El oficio de escribir:
“Amo la literatura. Amo a los libros. Y creo que, si volviera a vivir, sería escritor. Aunque no siempre cosechemos mieles, aunque no siempre seamos bien considerados por los otros, aunque, muchas veces, la sociedad nos dé la espalda porque nos acusan de ser ‘la mala conciencia de la época’. Tal vez tengan razón. Pero en ese juego dialéctico del pensamiento, somos infaltables si queremos una comunidad que vuele sobre sus propias miserias”.
Meses después amplió esos conceptos en el texto Las palabras, en el que describe el placer del proceso creativo (que para él era feliz) y la satisfacción de la obra lograda:
“El escritor es un tipo hecho de lecturas; no existe el escritor que no sea lector. Hay gente que dice: ‘me gusta escribir, pero no me gusta leer’. No sirve. No llegarán a nada. Les falta la herramienta principal: los libros. Les falta esa familiaridad con las palabras que da la lectura. Por eso, el escritor es un lector compulsivo. Lee todo lo que cae en sus manos. Y ese conocimiento inconsciente, que se mete por los poros, le da una riqueza potencial: el conocimiento de las palabras a la hora de escribir un texto. Y es infinito el juego. Y es infinito el placer de encontrar una palabra que nos parece mejor que la otra. Y es casi una fiesta monumental cuando se cree llegar al punto final sin baches, sin un pifie. Por supuesto, todos sabemos que no es así. La tarea de los hombres siempre es perfectible. Siempre está sujeta a mejorarse. Pero lo que importa es lo que uno considera ‘su perfección’. Y si esa ‘perfección’ coincide con la sensibilidad y el gusto preferencial de otros, se habrá tendido el puente de comunicación necesario que hace falta en cada texto que se escribe. Se habrá conseguido la patente de ‘escritor’".
Sobre el periodismo, oficio que también supo ejercer, y muy dignamente (en el Congreso de Prensa Internacional "Rigoberto Cabezas", celebrado en San José de Costa Rica en 1984, recibió un premio por su "lucha a favor de la libertad de expresión en el Continente") esto escribió:
“El periodista debe ser aquello que dijo, alguna vez, Sócrates, y que sirvió para que el diario de Botana lo llevara como emblema. Aquello del tábano sobre el noble caballo”.
“Como periodista que he sido (y soy) prefiero la libertad irrestricta, prefiero hasta la exageración de la noticia antes que la supresión de la noticia. Ocultar la realidad es obra de mediocres y canallas. Mentir al pueblo es un crimen de lesa humanidad que, alguna vez, se tendrá que pagar con la cárcel. Al Poder nunca le gusta el periodismo. Preferirían que no existiera, que se llamara a silencio. Así, es más fácil gobernar. Y te hacen creer que vivís en el mejor de los mundos cuando vos tenés conciencia de que estás en medio del infierno”.
Su extrema sensibilidad de poeta le permitió internarse en las profundidades del corazón humano, que exploró con mirada inquisitiva, y le inspiraron reflexiones sabias y nada complacientes:
“Es interesante contemplar, a veces, el alma humana que se desviste y sale a pasear y, entonces, podemos reconocerla como tal; con todas sus imperfecciones, sus arrugas, sus cicatrices, sus verrugas, sus heridas. El alma humana, tan insondable como el mar, convertida, siempre, en un campo de batalla donde confrontan permanentemente dos ejércitos, los dos invasores, los dos impostores, los dos con apetitos salvajes. Y otras veces no es necesario decretar la extremaunción. Estamos muertos en vida. Hemos perdido sensibilidad, hemos perdido capacidad de amar al otro. Hemos perdido la sustancia existencial”.
“Las comunidades modernas están enfermas de soledad, de desamor, de falta de solidaridad. Están enfermas de soberbia, de estupidez, de afán de protagonismo, de banalidad, de apariencia, de indolencia. Estas son algunas de las enfermedades interiores que el hombre intenta disfrazar con eufemismos, con cháchara hueca o con ominosos olvidos”.
“Cuántas veces, en el afán de filosofar, hemos pensado en la arbitrariedad de la vida, en la cadena de injusticias y falta de lógica de muchas de nuestras acciones, en el por qué unos son beneficiados con la dicha y otros, castigados con la desgracia. Como le decía el viejo Blake al tigre, refiriéndose a Dios: ‘¿El que creó al cordero, te crea a ti?’ (…) Tenía razón el viejo William Blake: es muy perverso crear tigres y corderos, pero ¿para qué estamos nosotros sobre la tierra si no es para equilibrar las diferencias? ¿Para qué estamos?”.
“El hombre moral, el hombre ético, busca lo imposible. Busca la perfección, busca la Belleza, busca la Justicia, busca la Paz. Palabras todas de difícil alcance, sobre todo en una Humanidad imperfecta, que acumula tantos arribistas, tantos hipócritas, tantos canallitas que se venden por menos de treinta monedas”.
Los males que desgarran el país lo afectaban intensamente y los hizo objeto de severos comentarios, expresados sin eufemismos (que él detestaba) y donde su lucidez se anticipó al análisis de muchos especialistas:
“Vivimos tiempos de extremada soberbia personal; por un lado, se envían mensajes contra la discriminación y el respeto a los derechos humanos; por el otro lado, la violencia, el fanatismo y las actitudes personales extemporáneas, ensombrecen la vida de relación y empobrecen nuestras capacidades”.
“Creo que, entre nosotros, se ha perdido todo nivel. Somos cada vez más vulgares y, como siempre digo, es muy difícil volver de la vulgaridad; es un proceso sin retorno, es fruto de la decadencia, de la mediocridad, de la falta de escuela. De años y años sumergidos en el populismo, en la canallada, en la ‘piolada’ argentina. Lamentablemente, las cosas van de peor en peor y nadie saca a relucir su palabra rectora, su ejemplo moral y ético contundente. Por el contrario, la falta de escrúpulos, el mercantilismo exacerbado, la estupidez que logra ratings impresionantes, son caras de una misma moneda: un país que ha perdido la brújula desde hace mucho tiempo y no aparece ningún capitán de barco que señale el rumbo correcto”.
“El Poder subyuga, imanta, corrompe. Esto es de una obviedad insalvable. Pero me da la impresión de que, entre nosotros, a todas estas aberraciones hay que llevarlas a la enésima potencia. (…) Fíjense la cantidad de alcahuetes que andan por ahí. Y todos los gobiernos los tuvieron; para todos los gustos. Diputados, senadores, ministros, subsecretarios, todos ‘chirolitas’ que salen a decir lo que les mandan decir y a hacer lo que les mandan hacer. Una verdadera calamidad. (…¡Ojo, muchachos, que no les pase lo del tango y los ‘cache el porvenir’!”.
También recurrió a la ironía, que esgrimió en frases tan filosas como certeras:
“Nuestra clase dirigente tiene una perversa vocación cuando se trata de esquilmar a su pueblo”.
“La Argentina siempre ha barrido la basura debajo de la alfombra hasta que un día aparece la realidad y hace una limpieza general”.
“Una de las cosas que les pediría a los funcionarios es un mínimo de diez libros leídos”.
“Siempre me pareció que ser oficialista era un oficio muy triste”.
El 26 de diciembre de 2008 publicó un texto titulado Los balances, del que extraemos los siguientes párrafos:
“Somos tan prejuiciosos, tan supersticiosos, tan convencionales, que creemos que en estas fechas debemos hacer un balance de nuestra vida. Sobre todo, para que empiece el año entrante y sigamos cometiendo los mismos errores, tropezando con las mismas piedras, eligiendo mal las opciones o teniendo las mismas consecuencias de nuestros actos. Pero, bueno. El balance hay que hacerlo... (…)Y estas fiestas sirven para que nos prometamos cosas, para creernos más buenos de lo que somos, para desear (sinceramente) los mejores deseos al prójimo... (…) Y mientras estamos celebrando la Navidad o el Año Nuevo o lo que fuera, mis gatos duermen plácidamente, se sometieron a la misma rutina de todos los días, atorraron, displicentemente, en mi cama, a la noche me pidieron salir para ir a mirar la luna o a otros gatos que vienen para que les dé de comer y... ¿Por qué esos animalitos a los que amo no son como nosotros? No discurren, no opinan, no hacen balances... ¿Y por qué, cuando volvemos a la normalidad, omitimos amar o, al menos, respetar al otro, nos peleamos por tonterías, nos volvemos mezquinos, individualistas, más estúpidos que nunca? (…) Y mientras acaricio a mis gatos (que siguen durmiendo o bostezando o ronroneando o tirando la bronca porque tienen vacíos los platos de comida) pienso: ¡Qué interesante y qué bello es vivir! ¡Y qué desgracia tener que irnos sin haber dicho una palabra a tiempo, o dar un abrazo cuando había que darlo, o mirar y mirarnos con más ternura de lo que estilamos!”.