Salvador Dalí: surrealismo en el arte
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy 120 años del nacimiento de Salvador Dalí, el artista plástico más conocido del siglo XX por el gran público junto a Pablo Picasso. Exponente máximo del surrealismo en la pintura, fue un experto en cuanto a vender su imagen. Con sus excentricidades, parecía ser la encarnación misma de la locura.
Salvador Dalí, pintor afamado por sus impactantes y oníricas imágenes surrealistas, surgió de la cuna de una familia de la burguesía media de Cataluña. En la Academia de San Fernando de Madrid tuvo como profesor a José Moreno Carbonero, un destacado pintor de historia y de retratos. Acerca de esa etapa germinal del artista, señala Bartolomé Cossio, uno de sus maestros: “En poco tiempo se adueñó del oficio, se sublevó contra el ambiente de la Academia de San Fernando y pintó algún cuadrito que yo llevé una tarde al Museo del Prado para que los estudiantes que me acompañaban pudieran comparar su ejecución minuciosa con la de los primitivos flamencos”.
Los años madrileños fueron fundamentales en su formación. Se encontró en esa ciudad bajo la misma luz que incidió en la pintura de Velázquez. Conoció el mundillo que, ese gran pintor que fue Goya, reflejó en sus cuadros. Visitaba frecuentemente el Museo del Prado, principal pinacoteca de España, y fue en Madrid donde tuvo sus primeros contactos con el surrealismo.
Si en Madrid tuvo sus primeros años de formación, no debemos olvidar la relevancia de Barcelona en el desarrollo de su pintura. Una Barcelona agitada por las huelgas y conflictos sociales, el predominio del anarquismo y el preanuncio de la revolución y la guerra civil. Cuando Dalí, años después, recibe la condecoración de la Cruz de Isabel la Católica de manos del general Francisco Franco, declara: “Soy monárquico en el sentido más absoluto de la palabra. Al mismo tiempo, soy anarquista; la anarquía y la monarquía son contrarias y sin embargo van a la par, porque ambas aspiran al poder absoluto. Si acepté la Gran Cruz de Isabel la Católica concedida por Franco, ha sido porque Rusia no me ha otorgado el Premio Lenin. Yo lo hubiera aceptado. También aceptaría que Mao Tse Tung me concediera una condecoración”. Todas sus “contradicciones” en público llevan al escritor Lorenzo Varela a afirmar que “en el fondo, Dalí desprecia profundamente a la sociedad de nuestro tiempo, a la época histórica que le ha tocado vivir y en ese desprecio se incluye a si mismo”.
Su adhesión al surrealismo, corriente estética que tuvo como uno de sus pilares a la teoría del inconsciente de Sigmund Freud, llevó a que en sus pinturas se pudiese bucear en el mundo de los sueños, de los instintos, de los éxtasis, de todas aquellas realidades que se encuentran más allá de la consciencia y de la razón. Una realidad que se encuentra en las raíces mismas de cada hombre, de cada mujer. Una realidad interior que nos impulsa a actuar en el mundo, un mundo que vemos a través de nuestros deseos, tal como lo sentimos. Una realidad que nos lleva a preguntarnos qué es eso que llamamos realidad. Al respecto el propio Dalí manifestó: “La paranoia se sirve del mundo exterior únicamente para demostrar otra realidad más alta. La de nuestro espíritu”.
De sus obras podemos decir que en ellas laten las siguientes palabras del poeta chileno Vicente Ruíz Huidobro: “Una obra de arte es una nueva realidad cósmica que el artista agrega a la naturaleza y que debe tener, como los astros, una atmósfera suya”. Examinemos ahora algunas de ellas.
Con un dibujo ágil y ceñido, donde resalta el contorno de las figuras, en El padre y la hermana del pintor Dalí ha representado a la figura paterna y al eterno femenino a través de su hermana. El padre, sentado, fumando un cigarro junto a una mesa donde se distinguen una taza con su plato, una cajita de fósforos y una cucharita. La figura paterna, al ser sedente, está expresando el trono de la masculinidad y de la paternidad. Es el padre al que se accede más allá del útero materno. Al padre se lo presenta como un hombre ya entrado en años, con una pronunciada calvicie, pero con la serenidad y la tranquilidad que dan los años cumplidos. La hermana, de pie y detrás del padre, apoya su mano izquierda en el hombro de su progenitor. Está representando el universo femenino de la casa y del hogar paterno. Al estar de pie revela el ascenso de la mujer, pero es un ascenso parcial, ya que debe apoyar su mano en el hombro del padre. Ambos personajes dirigen la mirada al espectador. Desde el punto de vista formal, todo el dibujo se nos presenta con la espontaneidad y fluidez de las líneas propias de un abocetar.
Es interesante prestar atención a Autorretrato desdoblándose en tres. Dalí se vio asimismo desdoblado en tres figuras. Podemos pensar cada una de ellas como sus múltiples y contradictorias caras. Es como si nos estuviera diciendo que todos y cada uno de nosotros tiene más de una cara. A diferencia de los demás, Dalí las manifiesta, las exterioriza, las explicita. Aún a riesgo de sonar como extravagante. Más aún, como si estuviese gobernado por la locura. Nos está diciendo que la personalidad de uno no sólo es compleja, sino que está más allá del nivel de lo consciente. El mundo del inconsciente, cuando penetramos en él, nos dice que somos más de una persona, como si en cada uno de nosotros anidase cierta esquizofrenia. Por eso en su autorretrato, Dalí se desdobla en tres personas, en tres personalidades diferentes. Es la comprensión consciente de las múltiples personas que habitan en el inconsciente de cada uno.
En La Virgen de Port Lligat, el vientre de la Virgen sale de ella cuál si fuese un marco cuadrado y, por delante de éste, un niño sentado que con una de sus manos sostiene una esfera mientras que la otra descansa en un libro. A su vez, un segundo marco cuadrado, por delante del torso del niño, tiene hacia su interior la mitad de un pan. La Virgen que enmarca el conjunto está en posición de yoga, con las manos uniéndose, cual corresponde a una meditación. Si se quiere, es irreverente la representación de la Virgen. Parece decir que todo niño viene con un pan debajo del brazo. Son como tres imágenes superpuestas: la Virgen, cuyo rostro apena sugerido nos indica que lo central es su útero como génesis de la vida; el niño, como Salvador, ya que trae un pan; y ese mismo pan como alimento central. Los tres constituyen una unidad. El pan como alimento de la vida, ya reside en toda concepción, en todo vientre materno y ello es así para todo el mundo, porque la esfera que el niño tiene en su mano derecha, precisamente por su forma esférica, es una alusión al planeta Tierra, al mundo en su conjunto, sugiriéndonos el universalismo del mensaje cristiano. La meditación de la Virgen, que intuimos por su posición de yogui, se expresa en el pan de la vida. Viendo en el niño a Jesús, el pan alude a su cuerpo y a sus palabras cuando en la Última Cena les dice a sus discípulos que coman de su cuerpo al que asocia con el pan. Es el mensaje del pan de vida, del pan de Dios, del pan ofrecido a todos los hombres; de allí su universalidad y de allí el mundo aludido por la esfera.
San Agustín ironizaba diciendo que si no le preguntaban qué es el tiempo lo comprendía, pero cuando intentaba explicarlo, la comprensión se evaporaba. En el siglo XX la teoría de la relatividad de Albert Einstein nos hizo comprender la relatividad del tiempo. Este ya no es uno de los marcos absolutos de todo fenómeno natural (y me atrevería a decir que también social). En Persistencia de la memoria (los relojes blandos), la blandura de los relojes, la casi disolución de sus formas, cuál si se estuviesen moviendo, es la forma plástica con que Dalí quiebra el concepto absoluto del tiempo. Esas formas que parecen diluirse, ese dinamismo que quiebra toda solidez en el objeto reloj, es la forma en que Dalí nos habla del fluir del tiempo, un fluir que desafía toda comprensión humana. La ciencia podrá elaborar sus teorías, podrá buscar la comprensión racional del tiempo, pero el arte, próximo al mundo de las emociones, dejándose impactar por las nuevas teorías, traduce la teoría de la relatividad en la descomposición de los relojes. Nada hay fijo y estable en ellos, como si nada fuese temporalmente seguro, y así los relojes se mueven como si fuesen un agitado flan. Subliminalmente es una crítica a una sociedad gobernada por el tiempo, a una concepción donde el oro es tiempo. ¿Cómo podrá el oro ser tiempo social de trabajo cuando nuestros conceptos del tiempo fluyen tanto que resultan incapaces de aprehender la “realidad” del tiempo?
“No solo de pan vive el hombre, sino de toda la palabra de Dios”, contesta Jesús al diablo, cuando en una de sus tentaciones lo había desafiado a convertir las piedras en pan. Pero esto no quiere decir que el hombre no necesite del pan para vivir. Jesús dice: No solo de pan se vive, esto no quiere decir que no se necesite del pan. La cesta de pan nos remite a la casi tragedia que se vivía en la España franquista cuando la derrota del eje nazifascista dejó al país en el mayor aislamiento. España tenía hambre y fue auxiliada por el gobierno del general Juan Domingo Perón con sus exportaciones de trigo y harinas contextualizadas por el viaje de Eva Perón a esa España de Franco. Si para vivir es necesaria la palabra de Dios en su conjunto, la ausencia de pan impide la enseñanza del Evangelio. La cesta de pan nos habla, entonces, de que cotidianamente tenemos que comer para vivir.
Fuente consultada: Varela, Lorenzo. Los Hombres de la Historia: Dalí, Buenos Aires, CEAL, s/d.