Rosa Luxemburgo, águila de la revolución
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen 150 años del nacimiento de Rosa Luxemburgo, militante revolucionaria enrolada en el marxismo, al que enriqueció con sus aportes teóricos, particularmente en la crítica y lucha contra las concepciones del reformismo y el revisionismo.
Rosa había nacido en la Polonia rusa. Desde muy joven se vinculó con los círculos socialdemócratas de Polonia y Lituania y posteriormente, cuando se trasladó a Alemania, se afilió al Partido Socialdemócrata de ese país.
Por entonces, la socialdemocracia alemana era el principal partido político del proletariado; sin embargo, las transformaciones registradas en el capitalismo a partir de los últimos decenios del siglo XIX favorecieron el desarrollo, en el seno de ella, de concepciones teóricas ajenas al marxismo. Fue Eduardo Bernstein quien intentó fundamentar teóricamente el reformismo. Para él, el capitalismo había superado las crisis cíclicas y no había que esperar una crisis general que diera origen a una catástrofe social. Simultáneamente, la formación de sociedades por acciones (los monopolios) había democratizado el capital al dividir el paquete accionario en numerosas acciones de bajo valor. Por otro lado, la constitución de cooperativas de consumo, a las que consideraba gérmenes del socialismo, permitían socavar los beneficios del capital comercial. Los sindicatos, que habían visto incrementar considerablemente el números de afiliados, podían ser el origen de una democracia económica. Ya no era necesaria una revolución, el capitalismo se desenvolvía hacia el socialismo y de lo que se trataba era de incrementar el número de parlamentarios, alcanzar una mayoría en el órgano legislativo y, por medio de reformas, introducir gradualmente el socialismo subordinando a los capitalistas bajo el control del parlamento y los sindicatos. El capitalismo mostraba una gran capacidad de adaptación a las más diversas circunstancias y ello invalidaba la prognosis de Marx.
En su trabajo ¿Reforma o Revolución?, Rosa sometió a una crítica lapidaria las concepciones de Bernstein. En primer término, las trasformaciones del capitalismo no suprimían la contradicción entre el carácter social de las fuerzas productivas y las formas privadas de propiedad y apropiación del producto social, que está en la base de las crisis económicas y señala el agotamiento histórico de la sociedad burguesa.
En segundo lugar, las crisis cíclicas no han desaparecido, lo que ha acontecido es un cambio en la periodicidad de las crisis. En la época de Marx, estas se registraban cada diez años. Pero este parámetro temporal no era lo esencial en la teoría marxista de las crisis. Ciertamente se había modificado el lapso de tiempo de su ciclicidad, pero esta continuaba vigente: el auge económico se continuaba con un crac que ponía en tela de juicio al conjunto del sistema. Las crisis periódicas del capitalismo en el siglo XX revelarían lo acertado de la crítica de Rosa.
En tercer lugar, en cuanto al papel de los sindicatos, ellos podían luchar por mejoras en los salarios y en las condiciones de trabajo, pero no suprimir el sistema del salario, que es la base de la explotación capitalista. Mientras perdure el dominio del capital, el salario seguirá siendo la forma de retribución de los trabajadores, que seguirán produciendo plusvalía que será apropiada por los propietarios de los medios de producción. Por ende, el obrero continuará siendo explotado. Para liberarse de la explotación, deberá socializar la propiedad y abolir el sistema del trabajo asalariado.
En cuarto lugar, el desarrollo de cooperativas no alteraba el carácter capitalista de la sociedad. Marx había señalado que tratar de sostener una propiedad social en un sistema basado en la propiedad privada estaba condenado al fracaso. Las cooperativas no podían escapar a las leyes económicas del capitalismo y las que podían subsistir de hecho se convertían en empresas capitalistas. Lenin dirá que el carácter de las cooperativas depende del carácter del sistema en que esas cooperativas se desarrollan.
En quinto lugar, las reformas no pueden suprimir desde el Estado, por medio de la ley, un sistema donde el salariado es la base de todo el desarrollo económico, ya que no es el status jurídico, como en la antigüedad ocurría con los esclavos o en la medievalidad con los siervos, lo que determina la situación del trabajador. Para suprimir el sistema del trabajo asalariado era necesario socializar los medios de producción y ello solo era posible si se conquistaba previamente el poder.
En sexto lugar, no debía perderse de vista que el Estado tiene un carácter de clase: la existencia de los parlamentos no suprimía ese carácter. No podía pensarse el Estado como un órgano abierto a todas las clases y un instrumento de la conciliación entre ellas.
También Rosa sostuvo una polémica sobre la revolución rusa y con Lenin. Pero debemos señalar desde un primer momento que se trató de un debate entre revolucionarios; en ningún momento estuvo en tela de juicio la dictadura del proletariado y la socialización de los medios de producción. Para Rosa la revolución rusa tenía inmediatamente un carácter socialista y no democrático burgués. Esta idea la llevó a cuestionar la política de Lenin en cuanto a la autodeterminación de las nacionalidades, ya que esta debilitaría al Estado, así como también rechazaba una reforma agraria que afianzaba al pequeño propietario campesino contra el proletariado. Rosa hacía abstracción de las condiciones en que se desarrollaba la revolución rusa y no comprendió la estrategia y las tácticas a desarrollar en lo que hace a la alianza entre el proletariado y el campesinado pobre. Asimismo tampoco comprendió que el nuevo Estado proletario no podía negar el derecho de las diversas nacionalidades que conformaban el imperio ruso a la autodeterminación e incluso a su separación y conformación en un Estado independiente. Se opuso a la supresión del sufragio universal y a la disolución de la Asamblea Constituyente en la Rusia bolchevique. En efecto, Lenin privó del derecho al voto a la burguesía y estableció un sistema de “voto calificado” en favor del proletariado. Así, la cantidad de representantes o diputados de acuerdo al número de obreros era inferior a la cantidad de diputados según el número de campesinos representados. Por otro lado, la burguesía fue privada del derecho al voto a raíz de las condiciones de la guerra civil, y Lenin siempre lo consideró como un fenómeno específicamente ruso de la revolución proletaria y no como una condición general de toda dictadura del proletariado. Es que Rosa evaluaba que debiendo la revolución rusa resolver cuestiones democráticas generales, la disolución de la Asamblea Constituyente y la supresión del sufragio universal no habían sido medidas correctas. Nuevamente, Rosa no tenía en cuenta las condiciones históricas concretas: la Asamblea Constituyente fue disuelta por no querer subordinarse al gobierno soviético. Su disolución marca la tensión final entre la revolución democrático burguesa y la revolución socialista.
Donde Rosa se destacó, y lo que la aproximaba a los anarquistas y sindicalistas, fue en su reivindicación de la acción directa de las clases trabajadoras y del espontaneísmo revolucionario, y en su consideración de la huelga general nacida de las entrañas mismas del proletariado para enfrentar y derrocar al Estado y a la patronal. En las condiciones de la revolución rusa, eso significó no comprender a fondo la relación entre los soviets y el partido y, de alguna manera, su pensamiento es similar a las “críticas de los comunistas de izquierda” a las concepciones de Lenin en cuanto a las formas de administración de las propiedades socializadas. No se trataba de convertir a cada colectivo obrero en “dueño” de la empresa en que ese colectivo trabajaba, sino de transformar a las empresas en propiedad de los soviets y administrarlas conforme al principio de la dirección unipersonal, por directores nombrados por el soviet. Estas ideas de Lenin eran válidas en tanto perdurase el carácter proletario de los soviets, pero, una vez que estos se debilitaron por el drástico descenso de las acciones políticas de los proletarios en las condiciones de la guerra civil, se anquilosaron y se transformaron en organismos burocráticos.
Y acá está el germen de la contradicción entre el soviet y el proletariado. Si decimos esto es porque en la actualidad los socialdemócratas y revisionistas oponen a los revolucionarios entre sí, a Rosa con Lenin. Así los vemos reivindicar a la revolución rusa como anticapitalista, como producto de la espontaneidad de las masas, sobre la que se encabalgó el partido bolchevique para conquistar el poder. Para ellos, Rosa previó la “dictadura del partido” sobre el proletariado, dictadura que estaba implícita en las concepciones de Lenin, particularmente aquellas que hacían a su concepción del partido.
El debate en torno a la espontaneidad y la conciencia, entre las acciones de masas y el partido como órgano político del proletariado y su revolución atraviesa gran parte del debate político contemporáneo. Ahora bien, todo esto no quiere decir que Rosa negase el partido; de hecho, y como ya hemos señalado, ella militó en la socialdemocracia alemana, criticó al revisionismo del partido y finalmente formó parte de la Liga Espartaco, como oposición de izquierda a la dirección reformista de la socialdemocracia alemana. Sin embargo, el retraso teórico y político, en cuanto a la formación de un partido revolucionario, es una de las causas de la derrota de la revolución alemana de 1918-1919. La prematura insurrección de enero facilitó al gobierno socialdemócrata de Ebert reprimir a los trabajadores; en estas circunstancias, Rosa y Karl Liebnecht fueron asesinados por los sirvientes del capital, dejando al proletariado alemán sin sus teóricos más destacados
Para concluir, rememoramos el ilustrativo pasaje de Lenin que deja al descubierto todo su pensamiento en relación a la lucha y al valor de Rosa Luxemburgo: “Las águilas pueden a veces volar más bajo que las gallinas. Pero las gallinas nunca pueden elevarse a la altura de las águilas. Rosa Luxemburgo estuvo equivocada sobre la cuestión de la independencia de Polonia; estuvo equivocada en 1903 en su aproximación con el menchevismo y sobre la teoría de la acumulación del capital; estuvo equivocada en julio de 1914 cuando, junto con Plekhanov, Vandervelde, Kautsky y otros, defendió la unidad entre bolcheviques y mencheviques; (…) Pero, a pesar de sus errores, ella fue (y lo seguirá siendo para nosotros) un águila. Y los comunistas de todo el mundo no solo valoramos su memoria sino que su biografía y sus obras completas (…) servirán como un útil manual de entrenamiento de muchas generaciones de comunistas de todo el mundo”.
Fuente consultada
Luxemburgo, Rosa. ¿Reforma o Revolución?, Montevideo, Ediciones Nativa, 1971.