Osvaldo Fresedo, brillante y señorial
- Por Tras Cartón
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En ocasión del 25º aniversario de la muerte de Osvaldo Fresedo, el “pibe de La Paternal”, en noviembre de 2009 publicamos en la edición impresa de Tras Cartón un notable trabajo de Haydée Breslav sobre la vida y la obra de este músico medular de la historia del tango. Dado que hoy se cumplen 125 años de su nacimiento, lo reproducimos aquí en nuestro sitio web, no solo porque la ocasión de la fecha se presta para celebrar su figura sino también porque constituye un aporte de nuestra periodista recientemente fallecida que amerita ser divulgado. “Osvaldo Fresedo, brillante y señorial”, fue el título del trabajo que así decía:
El 18 de noviembre se cumplen 25 años de la muerte de Osvaldo Fresedo, el pibe de La Paternal. Músico de gran talento y refinada sensibilidad, consagró su vida a embellecer y a enriquecer nuestro tango, en el que dejó una impronta muy personal. Su orquesta, paradigma de buen gusto y de constante superación dentro de la esencia popular, está considerada como una de las más importantes de todas las épocas del género.
Mucho se ha escrito sobre la vida y la obra de Osvaldo Fresedo. Sus biógrafos se han encargado de enhebrar multitud de fechas, sitios y nombres significativos en la extensa trayectoria del maestro, mientras que comentaristas y críticos han coincidido en hacerse lenguas de su personalísimo estilo.
Así, Francisco García Jiménez habla de “buen gusto y finas inquietudes”, mientras que Osvaldo Rossler considera a Fresedo “incapaz del menor efecto fácil o vulgar”, y Luis Adolfo Sierra destaca “la calidad musical y el equilibrio sonoro”. Por su parte, Roberto Selles apunta a “la delicadeza y el refinamiento”, en tanto que Oscar D’Angelo habla de “categoría y distinción”.
Todas estas autorizadas opiniones contribuyen a definir un estilo brillante y señorial, sin patetismo, estridencia ni desmesura, y bien afirmado en la esencia tanguera; donde la fluidez de la melodía, la constante elaboración armónica y el esplendor instrumental se equilibran con los porteños arrestos del ritmo en una suerte de proyección sonora de la Buenos Aires ecuánime y sin violencia con la que alguna vez soñamos.
Y así como Troilo supo arrimarse “al corazón que sufre más” y volverse a un tiempo cuchillo y herida, acaso la compasión de Fresedo lo haya movido a regalarnos una ilusión de tres minutos, donde las alegrías se manifiestan con vivacidad y las penas cuajan en serena melancolía. D´Angelo habla de “unas palabras que, como un rezo, el maestro director [Fresedo] permanentemente repetía a sus músicos: ‘Señores, nuestra misión es embellecer el tango, embellecer la música’”.
El pibe de La Paternal
A diferencia de lo que se observa acerca de otras figuras de nuestro tango, en el caso de Fresedo los distintos biógrafos coinciden en los datos que aportan. Una muy apretada síntesis de ellos permite consignar que Osvaldo Nicolás Fresedo nació el 5 de mayo de 1897 en Lavalle 1606; después de varias mudanzas, hacia 1910 la familia se estableció en La Paternal, más precisamente en El Cano y avenida del Campo. Cuentan que entonces frecuentaban el barrio los organitos que molían tangos, y los vendedores ambulantes voceaban los discos de Pacho.
Cuando el joven Osvaldo terminó los estudios primarios comenzó a asistir a la academia comercial Pagano, donde lo había inscripto el padre; pero a las prácticas contables prefería la música, inclinación que le había inculcado la madre, profesora de piano, y que él ejercitaba en una concertina.
No pasó mucho tiempo para que, cuando salía para la academia, fuera en realidad a aprender tangos que le pasaba Carlos Besio, cochero de mateo que tocaba el bandoneón de oído; luego se dedicó a estudiar teoría y solfeo con el violinista Pedro Desrets. Pero el padre se enteró, lo echó de la casa y el joven aspirante a músico debió refugiarse en la de un amigo.
Se ha dicho que el deslumbramiento que a los quince años le produjeron las ejecuciones del gran bandoneonista Augusto Pedro Berto resultó decisivo; lo cierto es que dos años después, en 1914, Osvaldo Fresedo debutó profesionalmente en el café Paulín, de la avenida San Martín, entre San Blas y Bella Vista (hoy Donato Álvarez), integrando un trío con su hermano Emilio en violín y Martín Barreto en guitarra. En el ínterin se había producido la reconciliación con el padre, que incluyó el regalo de un bandoneón.
Después pasó al café Maldonado, y luego al Tontolín y al Venturita, donde había escuchado a su admirado Berto. El pibe, como le decían, empezaba a ser conocido y admirado; para diferenciarlo de otro joven y destacado bandoneonista, Pedro Maffia, a quien llamaban “el pibe de Flores”, apodaron a Osvaldo Fresedo “el pibe de La Paternal”.
La orquesta
Integró después distintos conjuntos, hasta que en 1919 formó su propia orquesta con José María Rizzuti en piano, Julio De Caro (nada menos) y Juan Koller en violines y Hugo Baralis en contrabajo; debutó en el Casino Pigall.
Desde entonces, escribió Sierra, “se advirtió ya la calidad musical y el equilibrio sonoro que iba a prevalecer como sello inconfundible y preponderante de toda su trayectoria profesional”.
Por su parte, D’Angelo manifiesta que “a través del tiempo, tanto por medio de sus realizaciones instrumentales como de las cantadas por sus distinguidos vocalistas, Osvaldo Fresedo, al frente de su personalísima formación, se ha actualizado permanentemente en una vanguardia absoluta e indiscutiblemente propia”.
Y precisa: “Al comenzar la década del 40 (para el tango 1937-1955) Fresedo ya había logrado para su formación un excelente y adelantado ensamble musical, sustentado en un ritmo absolutamente bailable, una cuidadosa amalgama de sonoridad –lograda por medio de la brillante intercalación de las distintas características y posibilidades tímbricas de sus instrumentos– a la que adicionaba un exquisito intercambio de matices y su proverbial buen gusto musical; es decir, dirigía una orquesta que estaba adelantada diez años a su tiempo. Es suficiente, como ejemplo, escuchar la última grabación del año 1937, realizada el 17 de setiembre y correspondiente al tango de Cobián y Cadícamo Nieblas del Riachuelo, cantado por Roberto Ray”.
Contribuyó al inconfundible sonido de la orquesta la afortunada utilización de instrumentos no tradicionales en el tango, como la batería, el vibráfono y el arpa; asimismo, Fresedo fue uno de los primeros en incorporar a su orquesta la cuerda completa.
Los cantores
En 1925, el pibe de La Paternal se dio el gusto de acompañar con la orquesta a Gardel en la grabación de los tangos Perdón, viejita, del propio Fresedo con letra de Juan A. Saldías, y Fea, con música y letra de Horacio Pettorossi y Alfredo Navarrine, respectivamente. También tuvo a Magaldi como estribillista en una de sus versiones de Vida mía (música de Osvaldo y letra de Emilio Fresedo).
En cuanto a los vocalistas, el cantor Reynaldo Martín explica que “Fresedo buscaba voces que se adaptaran al estilo sobrio y elegante de la orquesta, que tenía un repertorio compuesto por muchos temas románticos. No privilegiaba el caudal, sino la afinación y el respeto a la melodía; anteponía el canto a la historia que contaba el cantor, y no permitía en la interpretación nada estentóreo ni sobreactuado”.
Entre los cantores más representativos de este estilo podemos mencionar a Roberto Ray, Oscar Serpa y Héctor Pacheco; también tuvo una muy notable participación Blanca Mooney. Martín destaca asimismo a dos intérpretes de paso fugaz, Armando Garrido y Osvaldo Cordó.
El compositor
Otra faceta muy importante de la personalidad musical de Fresedo es la que corresponde a su labor como compositor, a la que se debe una vasta obra, de factura impecable y noble inspiración.
Para Roberto Selles, esa obra “muestra diversas tendencias”, y enumera: “Por una parte, tenemos su etapa inicial con claro sabor a Guardia Vieja, de la que son ejemplos El espiante (La ronda), que le estrenó el cuarteto de Augusto Pedro Berto, o ¡Chupate el dedo!, con el que hizo lo propio Carlos Posadas, ambos de 1913 o 14. Aparece, luego, una línea canyengue, aunque ya no guardiaviejística, en páginas como Aromas (1923), El once (1924) o Arrabalero (1927). Otra tendencia –más acorde con el estilo interpretativo de su orquesta definitiva– es la melódica, que se advierte, por ejemplo, en Sollozos (1922) y Vida mía (1934); de éste opinamos que resulta exageradamente melódico y merece más ritmo de bolero o balada que de tango”.
Por nuestra parte, señalamos también Pimienta, que podría ubicarse en la línea canyengue, y Pampero, Rosarina linda y Tango mío, en la melódica.
La mejor orquesta
La última actuación de Osvaldo Fresedo al frente de su orquesta tuvo lugar en la audición Tango a tango, de Radio Belgrano, en 1984. El 18 de noviembre murió, después de haber consagrado setenta años de su vida a hacer la de los porteños un poco menos gris y un poco menos dura.
Hugo Marcel nos contó que, cuando era cantor de Fresedo, se encontró en cierta oportunidad con Aníbal Troilo, quien lo saludó diciendo:
“–¡Marcelino, estás cantando en la mejor orquesta del mundo!
–Maestro –repuso el cantor, intentando devolver el elogio– la mejor orquesta es la suya.
–¡No! –insistió Pichuco–. ¡La mejor orquesta del mundo es la del pibe de La Paternal!”.
UNA ANÉCDOTA
“Tan señores como usted y como yo”
Oscar D’Angelo refiere un episodio que a su vez le contó Fredy Scorticati, y que se produjo en Montevideo, adonde había viajado la orquesta para actuar en el Hotel Casino de Carrasco.
“Por alguna razón anterior, estaba prohibido que los músicos apostaran en la sala de juego. Como ningún integrante de la orquesta lo sabía y estaban jugando, el gerente del establecimiento le fue con la novedad a Fresedo, pidiéndole que no lo hicieran. El maestro lo escuchó muy atentamente y luego, con mucha delicadeza no exenta de firmeza, le contestó: ‘Vea, señor, mis músicos son tan señores como usted, como yo, y como cualquier otro señor que en este momento esté apostando en la sala. Es más, sepa usted que si alguno de ellos no fuera un caballero no podría estar integrando mi orquesta, por lo que le agradeceré…’. Como es de imaginar, todo quedó completamente solucionado”.