La evanescencia de los seres y las cosas
- Por Haydée Breslav
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Hoy se cumplen 70 años de la muerte en Buenos Aires de Homero Manzi (Homero Nicolás Manzione), uno de los mayores poetas del tango. Había nacido en Añatuya, provincia de Santiago del Estero, el 1° de noviembre de 1907.
Para los románticos, el poeta popular era un elegido que tenía la fortuna de que su obra se desprendiera de él y pasara a formar parte del sentimiento y el canto de su pueblo. Buenos Aires supo contar con no pocos de ellos; Manzi se destaca porque su esencia poética se fundamenta en la nostalgia (e incluso el remordimiento) por lo que fue y la melancolía por lo que es. (“La memoria de la pasada beatitud es la angustia de hoy”, escribió Poe).
El autor de tangos transitó también los senderos de la poesía denominada culta: en ese sentido, se lo consideró uno de los más destacados exponentes de la Novísima Generación. Sus poemas, que nunca reunió en libro, aparecieron en la mítica revista Megafón, que dirigía Sigfrido Radaelli, y Arturo Cambours Ocampo lo incluyó en su Antología de la Novísima Poesía Argentina.
Pero cuando se encontró ante la encrucijada, dijo: “Tengo por delante dos caminos: hacerme hombre de letras o hacer letras para los hombres”. Todos sabemos cuál fue su decisión, basada en el profundo amor que sentía por su pueblo. Se cuenta que por ese entonces dijo también: “¿Quiere saber cuál es la diferencia entre un poeta y un literato? El literato es el que no sufre”.
La ciudad que cambiaba y un amor trunco dieron forma y sentido al sufrimiento de Manzi, quien reveló toda la belleza que puede flotar sobre la profundidad de la melancolía; nadie expresó como él la evanescencia de los seres y de las cosas.
A diferencia de otros poetas del tango, su estilo no es clamoroso; la fuerza expresiva surge de los climas casi mágicos y de un despliegue de imágenes y de metáforas que colocan a su obra entre lo mejor de nuestra poesía. Surge como ejemplo inicial y fundamental la primera bis de Malena (tango con música de Lucio Demare), que así describió Oscar García: “La mayoría de los autores vuelcan toda su idea en la primera parte y el estribillo y tratan de rellenar como pueden la primera bis para completarla. Homero Manzi, en Malena, parece haber hecho todo lo contrario. Las dos primeras líneas son dos bellas imágenes, luego continúa con dos metáforas puras y remata con una nueva metáfora que conlleva otra en su interior, las cuales, en su brevedad cinematográfica, conforman una de las más notables pinturas que se hayan logrado en nuestra poesía”. (“Tus ojos son oscuros como el olvido / tus labios, apretados como el rencor / tus manos, dos palomas que sienten frío / tus venas tienen sangre de bandoneón. / Tus tangos son criaturas abandonadas / que cruzan sobre el barro del callejón / cuando todas las puertas están cerradas / y ladran los fantasmas de la canción”).
La particularidad señalada por Oscar se observa también en otro gran tango, Che bandoneón, con música de Aníbal Troilo, en cuya primera bis el poeta despliega una serie de desgarradas metáforas que rematan en un inesperado tropo futbolero (“Tu canto es el amor que no se dio / y el cielo que soñamos una vez, / y el fraternal amigo que se hundió / cinchando en la tormenta de un querer. / Y esas ganas tremendas de llorar / que a veces nos inundan sin razón / y el trago de licor que obliga a recordar / si el alma está en orsay, che, bandoneón”).
En cambio, es en la primera parte de Fuimos, con música de José Dames, donde Manzi elabora una admirable sucesión de imágenes y metáforas (“Fui como una lluvia de cenizas y fatigas / en las horas resignadas de tu vida, / gota de vinagre derramada, / fatalmente derramada, sobre todas tus heridas. / Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve, / rosa marchitada por la nube que no llueve. / Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza / que no puede vislumbrar su tarde mansa. / Fuimos el viajero que no implora, que no reza, / que no llora, que se echó a morir”).
Encontramos en este tango un nuevo elemento, no muy frecuentado por los autores del género: en varias de las obras de Manzi, el protagonista asume la responsabilidad y la culpa de daños cometidos en el pasado, se lamenta de las actuales consecuencias y expresa un tardío arrepentimiento.
Abundan los ejemplos. Uno de los más notorios es el tango De barro, con música de Sebastián Piana: “Vuelven tus ojos lejanos / con el llanto de aquel día. / Pensar que puse en tus manos / una culpa que era mía. // (…) // Y hoy que no vale mi vida / ni este pucho del cigarro, / recién sé que son de barro / el desprecio y el rencor”.
A su vez, Desagravio, con música de Francisco Lomuto, así empieza: “El destino, que siempre vive alerta, / por fin golpeó mi puerta / para cobrar mi error. / Fui culpable de que sufrieras tanto, / culpable de tu llanto, / culpable de tu amor”.
Y los versos del hermoso tango Abandono, escritos sobre música de Pedro Maffia, enumeran, en la segunda parte, los penosos sentimientos que abruman al protagonista: “Duda de tu ausencia y de mi culpa, / pena de tener que recordar, / sueño del pasado que me acusa, / (…) / remordimiento de saberte buena, / dolor lejano de oír que te nombran / las voces muertas que se obstinan en volver”.
Por su parte, el protagonista de Fruta amarga, con música de Hugo Gutiérrez, expresa: “Y el recuerdo es un espejo / que refleja desde lejos / tu tristeza y mi maldad”.
El arrepentimiento también aparece después del crimen oblicuamente relatado en los versos de influencia lorquiana de la Milonga triste, con música de Sebastián Piana: “El dolor golpeó mi pecho. / Con cuerdas de cien guitarras / me trencé remordimientos”.
En los tangos de Manzi hay, además, constantes que siempre reaparecen –la voz del bandoneón, la locura del alcohol, los sueños incumplidos, el perdido paisaje suburbano, la mujer pálida y lejana– como signos de la soledad que sigue a la derrota. El poeta se entrega a ellas sin guardarse esperanzas, refugiándose en los recuerdos. Podemos decir, parafraseando a César Tiempo, que Discépolo fue la imprecación y Manzi la evocación.
Precisamente fue Discepolo quien lo llamó “el poeta de las cosas que se fueron”. La añoranza de una ciudad que aún no había perdido a la pampa lo llevó a recuperar para la memoria popular personajes y paisajes condenados al olvido en nombre del progreso, concepto usado con sospechosa frecuencia para justificar arbitrariedades y negociados por parte de los aprovechados de turno.
Años atrás nos decía Olga Orozco: “Me encanta Homero Manzi. Mi letra preferida es Sur porque tiene dulzura, porque tiene una melancolía muy especial que no da la impresión de una melancolía absolutamente de brazos caídos, y no tiene tampoco ninguna acusación. También me gusta mucho Che, bandoneón…”.
Troilo estaba en su casa, jugando a las cartas con unos amigos, cuando le llegó la noticia de que había muerto Manzi. Entonces se encerró en una habitación con el bandoneón; cuando por fin salió, había compuesto Responso, uno de los tangos instrumentales más significativos en toda la historia del género. Posteriormente compuso otro tango, A Homero, poniéndoles música a unos versos donde otro gran poeta, Cátulo Castillo, ensaya la principal acción mágica, el triunfo sobre la muerte: “Vamos … / Total al fin nada es cierto / y estás, hermano, despierto / juntito a Discepolín”.