Julius Fucik en su última trinchera
- Por Miguel Ruffo
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Hoy conmemoramos el octogésimo aniversario del asesinato perpetrado por la Gestapo contra Julius Fucik, destacado periodista checoslovaco y dirigente del Partido Comunista de su nación, quien había nacido el 23 de febrero de 1903 en Praga. En honor a su memoria, desde 1958 la fecha del 8 de septiembre ha sido designada como Día Internacional del Periodista.
Partícipe activo de la resistencia contra los ocupantes fascistas, Julius Fucik, desde la prisión de Pankrac, emprendió una labor clandestina que fue testimonio de su convicción inquebrantable en la victoria de la Unión Soviética y el socialismo. A pesar de su encarcelamiento, logró transmitir los detalles de su detención y del nuevo frente de lucha que representaba estar en una prisión fascista. Adolf Kolinsky, un guardián, le proporcionó los medios para escribir (papel y lápices), y se ocupó secretamente de llevar sus escritos a varias casas donde se mantuvieron ocultos hasta que su esposa, Gusta Fucikova, al concluir la guerra, los publicó. Así, Reportaje al Pie del Patíbulo se convirtió en la última obra del periodista y escritor asesinado.
En 1938, acuerdos de Munich mediante, Hitler le impuso a Checoslovaquia la cesión de la región de los Sudetes que tenía una importante población alemana. En 1939, este país fue ocupado totalmente y dividido en dos estados: por un lado, el Protectorado de Bohemia y Moravia y, por el otro, Eslovaquia. En respuesta surgió la resistencia como movimiento clandestino en lucha contra los invasores del Tercer Reich. Los comunistas –Fucik entre ellos– fueron parte activa de la lucha del pueblo checoslovaco por la recuperación de su territorio nacional. Fue una contienda épica, parte del conjunto de la lucha de los pueblos por la democracia y la libertad.
En febrero de 1941 fue apresado en su totalidad el comité central del Partido Comunista checoslovaco; fue este acontecimiento un golpe tremendo contra dicha organización política que, lenta y trabajosamente, se recuperó y reconstituyó su dirección. El partido debía intervenir en la lucha, organizar el frente interior contra los ocupantes y para ello era indispensable que todo el pueblo participase. Se multiplicaron los sabotajes y las huelgas en las fábricas.
El 24 de abril de 1942, encontrándose en la casa de la familia Selinek, Fucik fue detenido por la Gestapo. Antes de su detención, había manifestado: “Tengo mucho de veros, camaradas, pero no así, juntos. Este es el camino más seguro para la prisión y la muerte. O respetar las reglas de la conspiración o dejar de trabajar, porque se exponen y exponen a los demás. ¿Entendido?”. Demasiado tarde: la Gestapo golpeaba las puertas y se llevaba presos a los partícipes de la reunión.
“El Palacio Petschek –escribió Fucik– al que nunca había esperado entrar vivo; y ahora ¡Al galope hasta el cuarto piso! Ah, la harto famosa oficina II. Ah, la sección anticomunista”. Se sucedieron los golpes y las preguntas: “¿Tu nombre?, habla; ¿Tu dirección?, habla; ¿Con quién tenés relaciones?, habla, habla. ¡O te golpearemos hasta matarte!”, lo aturdían sus verdugos.
Había dicho ser el profesor Horak, pero ya sabían su verdadero nombre. Y que era periodista. Le decían los esbirros: “Ya ves que lo sabemos todo. Habla, sé inteligente”. La Gestapo quería saber quiénes eran los otros miembros del comité central y dónde estaban las emisoras y las imprentas. Y sobre el cuerpo de Fucik se sucedían los golpes y la tortura psicológica. “Praga duerme; tal vez en alguna parte gimotea un niño, o un hombre acaricia las caderas de su mujer”, escribió imaginando cómo por fuera de la prisión la vida seguía su curso “normal”. Pero no, no aflojaría. “No, no temáis (camaradas), no hablaré, creedme”, subrayó. Y apuntó también ratificando su determinación: “No he vivido en vano, no llevé una vida estéril, por lo tanto, no estropearé mi fin”.
Se encontraba Fucik en la última palestra de su lucha y así lo expresaba: “Millones de hombres combaten por la última batalla de la dignidad humana y miles y miles caen en este combate. Soy uno de ellos. Y ser uno de ellos, uno de los combatientes de la última batalla, es hermoso”. Así, con toda su entereza, con toda su valentía, con todas sus convicciones de dirigente proletario, afrontó su última batalla. Podían torturarlo física y psicológicamente, pero no podrían quebrar su hidalguía. “He vivido por la alegría y por la alegría muero y sería un agravio poner sobre mi tumba el ángel de la tristeza”, sentenció.
Fucik continuaba creyendo en el triunfo del comunismo y era consciente de que en esos terribles momentos de la historia checa estaban crucificando a su pueblo, y que la burguesía volvía a tejar los hilos de la traición como lo había hecho en 1938 cuando prefirió ceder los Sudetes a la Alemania de Hitler antes de aceptar el apoyo soviético. Prefirió amputar al Estado para preservar su poder antes que embarcarse en una lucha frontal contra el fascismo.
Pavorosas las siguientes palabras escritas por Fucik, pero explícitas de todo lo que implicaba la última trinchera en el combate contra la bestialidad fascista del capitalismo: “En la Gestapo había algo de vida, algo terrible, pero vida de todos modos. Había pasión, la pasión de los combatientes, de los cazadores de fieras de un lado, y por el otro de los simples bandidos”. Y subrayó: “Porque lo que he visto ahí es la vida, la vida que era la mía y que es la vida de todos, la vida sometida a una presión terrible, pero indestructible, cercenada en uno y creciendo en cientos; la vida más fuerte que la muerte”.
Allí en el seno mismo de las mazmorras de la policía política del fascismo, se encontraba el frente de lucha no solo de Fucik, sino de miles de luchadores por la libertad que habían caído en las telarañas de la bestia. Mientras el fascismo enviaba a la muerte a obreros y campesinos, a escritores y funcionarios, a hombres, mujeres y niños, los luchadores apresados libraban su último combate.
Proclamó Fucik en sus últimos papeles: “Sé que seré condenado y que mi vida toca a su fin, pero también sé que hice lo que pude por nuestra victoria. Estoy seguro que seremos los vencedores. Nosotros morimos, pero otros vendrán a continuar nuestra obra”.
Relató el escritor Alfredo Varela que cuando Fucik fue conducido al patíbulo entonó La Internacional, y que entonces los SS lo amordazaron: “Así se fue cantando. Hasta el último momento rechazó al ‘ángel de la tristeza’”.
En las prisión de la Gestapo Fucik vio el último reducto de los combatientes, la última trinchera, donde aún se puede pelear, aún se vence. Las últimas palabras escritas en sus apuntes fueron: “Hombres, yo os amé, ¡Velad!”.
Fuente consultada
Fucik, Julius (1973). Reportaje al Pie del Patíbulo, Buenos Aires, La Mandrágora.