Julio De Caro: el primer renovador
- Por Haydée Breslav
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Hoy se cumplen cuarenta años de la muerte de Julio De Caro. Músico por naturaleza y por formación, fue violinista, arreglador, director y compositor. Su aporte marcó el fin de una era y el comienzo de otra en la evolución de nuestro tango: llevó a cabo la primera gran renovación instrumental, creó la escuela interpretativa que lleva su nombre e inició el periodo de la Guardia Nueva.
“Posiblemente hayan sido muchos los que estaban en la corriente de hacer avanzar musicalmente el tango, pero el mayor sintetizador de esa aspiración fue el sexteto de Julio De Caro”. Esto dijo Osvaldo Pugliese en 1985, más de sesenta años después del debut del mítico sexteto.
Julio De Caro nació en el barrio porteño de San Telmo el 11 de diciembre de 1899, exactamente nueve años después que Carlos Gardel; la coincidencia motivó a Ben Molar a proponer que esa fecha fuera consagrada como el Día Nacional del Tango. Fueron sus padres José De Caro y Mariana Ricciardi, inmigrantes napolitanos; Mariana era hermana de Carolina, madre a su vez de Mateo Gaeta, quien fue padre del artista plástico Pedro Gaeta; este accedió gustoso a brindarnos valioso material sobre la vida y la obra del músico.
Así como su hermano mayor Francisco, Julio De Caro adquirió las primeras nociones musicales de su padre, quien había instalado un conservatorio; ambos prosiguieron sus estudios con Antonio Demaría y el celebrado Alberto Williams. En un principio, a Julio le habían asignado el piano y a Francisco el violín; no fue fácil, pero lograron que el padre aceptara que trocaran los instrumentos. Entre 1912 y 1914, los hermanos ofrecieron recitales en el auditorio Prince George’s Hall, con piezas del repertorio clásico.
Pero en los jóvenes alentaba una fuerte vocación tanguera, y aprovechaban las ausencias de don José para llamar a los amigos y tocar los éxitos del momento, empezando por La cumparsita. Un sábado por la noche, varios compañeros de colegio convencieron a Julio, que entonces tenía 17 años, para que los acompañara al Palais de Glace, donde actuaba Roberto Firpo. Informado por los estudiantes de los méritos del joven violinista, el gran pianista lo invitó a tocar un tango con la orquesta; la versión de La cumparsita, embellecida con recursos técnicos y expresivos no frecuentes entonces en el género, provocó el abrazo de Firpo y la ovación del público.
De este se desprendió un hombre que lo invitó a incorporarse a su cuarteto: era Eduardo Arolas. Ante la negativa del joven, que temía las iras paternas, el Tigre del Bandoneón trató de obtener la autorización de don José, que le fue denegada. Revelando una audacia insospechada, Julio tomó entonces la decisión de unirse al cuarteto a escondidas de su padre; cuando este lo supo, lo echó de la casa: eran las tres de la mañana.
Julio perseveró en su vocación, y al año siguiente ya era primer violín de Osvaldo Fresedo; en 1921, al frente de 56 músicos, animó los bailes de carnaval del teatro San Martín, de la calle Esmeralda 255. Pasó después por la orquesta de Minotto Di Cicco, el Cuarteto de Maestros que conducía Enrique Delfino y el sexteto de Juan Carlos Cobián.
En este último, previamente a una grabación, se le ocurrió embellecer la melodía de uno de los tangos agregándole un contracanto que quedó registrado en el disco: esto le valió la reprimenda del director. Tan herido se sintió, que esa misma noche se desvinculó del conjunto y pensó en formar el suyo propio, donde podría concretar sus ideas estéticas, que así definió: “Deseaba para el tango lo mejor en categoría musical, colorido e interpretación adecuada, fraseos y octavados en los bandoneones, solos de violín y piano para cada pieza; en fin, algo muy especial, que ennobleciera al tango, respetando la autenticidad y la creación del autor”.
Y así lo hizo: a fines de 1923 el sexteto se constituyó con Julio De Caro y su hermano Francisco en violines, Pedro Maffia y Ariel Petrucelli (después reemplazado por Pedro Laurenz) en bandoneones, Francisco De Caro en piano y Leopoldo Thompson en contrabajo. Se foguearon actuando en reuniones privadas, y en 1924 debutaron en el Café Colón, para pasar luego al Vogue’s Club: en 1926 el sexteto inició sus presentaciones en el cine Select Lavalle, que tuvieron muy buena respuesta por parte del público. Había nacido la Guardia Nueva.
A principios de la década del 30, De Caro viajó con el sexteto a Europa; en Francia se encontró con Gardel, y participó en su película Luces de Buenos Aires. A su vuelta decidió ampliar la orquesta, y entre los bandoneones convocó a un muy joven Aníbal Troilo. En 1932 se propuso, y logró, formar una orquesta sinfónica de tango, que contó con 56 ejecutantes; en el ínterin se habían desvinculado Laurenz y otros miembros de la típica –Maffia se había retirado antes– por lo que armó una nueva con Carlos Marcucci como primer bandoneón. Años después condujo una orquesta melódica internacional. Según los especialistas, ninguna de esas formaciones pudo igualar al sexteto.
Pero todos elogian su obra autoral: si se le pide a un tanguero de ley que enumere los títulos de su preferencia, es raro que no mencione, entre los primeros, alguno de De Caro. Este, como todo gran creador, supo imprimir a su obra su estilo inconfundible: no hace falta ser un experto para distinguir un tango de su autoría de otro que no lo es. Podemos citar, entre los más conocidos, y por riguroso orden alfabético, Boedo, Buen amigo, Copacabana, El arranque, El monito, Mala junta y Orgullo criollo (ambos en colaboración con Laurenz), Tierra querida y Todo corazón.
Otro rasgo indiscutible de Julio De Caro es la poderosa influencia que ejerció sobre las generaciones de músicos que lo sucedieron, y que en opinión de Luis Adolfo Sierra se extendió desde Laurenz hasta Piazzolla, pasando por Pugliese, Gobbi, Troilo y Salgán, entre otros. Recientemente, jóvenes ejecutantes de la Orquesta Escuela de Tango nos manifestaron su admiración por la escuela decareana.
Julio De Caro conoció el reconocimiento y el éxito, pero también la inactividad y aun el ostracismo y, en sus últimos años, los homenajes, que recibía acompañado invariablemente por Ben Molar. Extraña trayectoria la suya, que en toda su extensión no pudo superar el nivel alcanzado en la juventud.
Murió el 10 de marzo de 1980, a los ochenta años; hacía más de cincuenta que había entrado en la historia.
Un antes y un después
No hay en el tango músico, crítico o historiador que se precie que no señale el momento del nacimiento de la Guardia Nueva, cuyo protagonista principal fue Julio de Caro, como un punto de inflexión en la evolución del género.
Así, el respetado Luis Adolfo Sierra manifestó que tuvo lugar entonces “el más trascendente movimiento de transformación musical que se haya operado en toda la trayectoria del género”, y no dudó en afirmar que “'antes y después de Julio De Caro’ es la expresión exacta con que puede concretarse la sustancial división de la historia musical del tango, en dos épocas perfectamente diferenciadas”.
Como se sabe, Francisco García Jiménez estaba estrechamente vinculado al bandoneonista Anselmo Aieta, quien encabezaba la tendencia opuesta al estilo decareano; sin embargo, así lo describió: “(…) Julio De Caro encuentra el campo propicio para que el tango enriquezca su expresión. Su orquesta introduce, prácticamente, el arreglo y la orquestación, con loable anhelo de elaborar lo que hasta entonces era memorizada y escueta hebra temática. Asoman las nociones de armonía y contrapunto. Cada instrumento, a su turno, tiene rol distintivo, cuando no protagónico. Tales perfeccionamientos del lenguaje musical de Buenos Aires no significan que el inspirado director se aparte de lo genuino”.
Y expresó también: “No faltó quien tomara la loable inquietud decarista por un experimento osado. No faltaron tampoco quienes miraron de soslayo, con burla e impotente rencor, los ‘papelitos’ que Julio, su hermano Francisco, Maffia y Laurenz ponían en sus atriles”.