Jaques Louis David y el neoclasicismo
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy 200 años de la muerte de Jaques Louis David, pintor francés, iniciador del neoclasicismo en la pintura, que llegó a ser el representante más importante de este movimiento artístico.
Protagonista de la Revolución Francesa, David representó en sus obras acontecimientos vinculados al ascenso de la burguesía al poder del Estado. Varias veces estos hechos eran aludidos por medio de alegorías relacionadas con el pasado de la Roma antigua. Podemos considerar a David un precursor de la pintura de historia, género principal en el arte pictórico en la perspectiva de las academias. Los cuadros históricos, ya tratasen de la historia de los hombres o de la historia sagrada, al reproducir la humanidad de los hechos, eran las más importantes realizaciones, en tanto el hombre era la cúspide del acto creativo de Dios. Cuando la revolución derivó en el Imperio Napoleónico, David fue el retratista oficial del gran Corso. Y nuevamente debemos referirnos a las academias y su jerarquía de los géneros donde el retrato ocupaba el segundo lugar tras las pinturas de historia.
David inició su formación artística hacia 1766 en el estudio de Joseph-Marie Vien, y luego, en ocasión de su primera estancia en Italia (1775-1778), recibió las importantes influencias de la Roma clásica, de Caravaggio y de los teóricos del arte Johann Joachim Winckelmann y Anton Raphael Mengs, quienes fundamentaron el retorno a la antigüedad clásica y al despertar renacentista dando origen al neoclasicismo para superar las formas del barroco y del rococó en el arte.
A partir de 1784 encontramos a David en la Academia de París y, en los años de la revolución, adherido al jacobinismo y convertido en el artista más importante de la nueva Francia. En ese torbellino que fue la revolución, en tanto miembro de la Asamblea, votó la muerte del rey Luis XVI y, cuando los jacobinos fueron derrotados, conoció durante varios meses la cárcel. Recuperada la libertad, el curso de la historia lo conduciría a poner sus pinceles al servicio de Napoleón. La derrota del emperador determinó su exilio en Bélgica desde 1816.
El neoclasicismo puede ser pensado como una imitación de los modelos greco-romanos. Al despreciar las exuberancias y desmesuras del barroco y las sensualidades aristocráticas del rococó, dio origen a un arte donde las líneas, los contornos, la racionalidad de la composición marcaron el tono de la expresividad. La afirmación de las líneas superaba la preocupación por los colores. Contornos firmes y seguros hacían de la pintura un arte sin sombras. Reducida la gama cromática que caracterizaba al rococó, los colores primarios fueron el recurso que permitió trazar los límites entre las zonas de manera tal que desaparecieron los contrastes lumínicos. La admiración por la antigüedad clásica permitió advertir la virtud en el carácter y fuerza de los antiguos.
Lo virtuoso nos lleva a hablar de lo moral y este fue uno de los temas de la pintura neoclásica. Es que la nueva sociedad burguesa veía su integridad en las imperecederas costumbres de los antiguos. Es como si las costumbres de los ancestros, de los mayores, de los padres, elogiadas en el pragmatismo moral de la historiografía romana, fuesen ahora la condición sine qua non de la nueva moral burguesa, solo que ahora las costumbres a imitar eran el nuevo y consagrado modo de vida de la clase burguesa en ascenso. Así, en El Juramento de los Horacios, el evento de la antigüedad romana rescata la fidelidad a la ciudad (Roma), en una lucha parangonable a aquella otra que sostendrán los representantes de la burguesía, que se juramentarán, años después, a no disolverse hasta tanto le diesen a Francia una constitución. En uno y otro acontecimiento, el principio moral de toda jura es la virtud a rescatar, a glorificar, a conservar y a transmitir.
Examinemos ahora algunas de las pinturas de David.

El Juramento de los Horacios, óleo sobre lienzo, 1784.
La imagen nos remite a un episodio de la Roma originaria. Son los tiempos en que la ciudad fundada por Rómulo lucha contra Alba Longa y todo se decide entre las familias de los Horacios y los Curaties. Dos de los Horacios cayeron en la lucha, pero el tercero logró vencer a todos sus adversarios y de esta manera se aseguró la supremacía de Roma. Al representar este valeroso juramento, David nos remite al heroísmo de los revolucionarios franceses. La originalidad de este óleo no reside en la intención del tema (el acontecimiento histórico), sino en el dramatismo que supo imprimirle a ese acontecimiento. Evidentemente hay teatralidad en la representación, pero su dramatismo encuentra apoyo en las cualidades puramente pictóricas. Concretamente, en el valor plástico del color, que resalta la calidad humana de la composición.

Marat Asesinado, óleo sobre lienzo, 1784.
En este óleo, David representó la muerte de su amigo, compañero de ideas y de luchas, también miembro de la Convención, Jean Paul Marat. El revolucionario se encontraba redactando cartas en la bañera. Aparece el cuchillo con el que fue asesinado: elemento del hecho luctuoso. Se puede establecer un paralelismo entre el cuerpo ya sin vida de Marat, que cae sobre la bañera, con el cuerpo sin vida de Cristo, cuando era descendido de la cruz. De la misma manera que Cristo, Marat sufrió el martirio en la cruz y luego fue descendido de esta; ahora, Marat, muerto en la bañera, se ha convertido en un mártir de la revolución, ha ofrendado su vida por un nuevo amanecer. El Marat asesinado es el Cristo de los nuevos tiempos de la burguesía. Es el Cristo de la razón, de los principios de la nueva época. No se trata en este caso de la revolución devorando a sus hijos, sino de un martirio provocado por la contrarrevolución.

El Rapto de las Sabinas, óleo sobre lienzo, 1799.
Aquí, David recupera un tema de la Roma recientemente fundada, donde se había procedido al rapto de las Sabinas ante la falta de mujeres entre los pobladores de la que será “la ciudad eterna”. Representa la lucha entre Rómulo, fundador y primer rey de Roma, y el sabino Tatius. Su hija, Hersilia, una de las sabinas raptadas, vestida simbólicamente de color blanco (el espíritu de la paz), actúa como mediadora y separa a los adversarios, salvando la vida tanto de los nuevos esposos de la Roma originaria como la de los padres del pueblo de los sabinos. Nos encontramos una vez más con una alegoría. La reconciliación de los esposos romanos con los padres sabinos puede ser interpretada como un llamado a la reconciliación de los distintos partidos burgueses en la Francia en revolución.

Madame Recamier, óleo sobre lienzo, 1800.
Esta señora era una representante de quienes se oponían a Napoleón y por ende contraria a las ideas de David, pero el pintor la representó porque ella era un símbolo de la república. La mujer descansa con una pose clásica sobre un diván. Nada hay en la habitación que pudiera distraer la mirada del espectador respecto de madame Recamier. El vestido sin adornos refleja la moda de esos tiempos; el peinado y los pies descalzos fueron signos de una actitud revolucionaria.

La Coronación de Napoleón I, óleo sobre lienzo, 1806-1807.
David había previsto pintar cuatro cuadros con escenas ceremoniales de Napoleón. Pero solo realizó este óleo. Nos remite al coronamiento del emperador. Es un instante de la ceremonia que tuvo lugar el 2 de diciembre de 1804. Napoleón se autoproclama emperador en presencia del Papa; luego corona a su esposa, Josefina. Es de advertir que el protagonista de la coronación es el propio Napoleón, no le debe la corona al Papa. Es la glorificación del mayor de todos los franceses, ahora representante de una nación que ha dejado atrás las jornadas revolucionarias, donde la afirmación de un orden, ahora imperial, socava la radicalidad de la revolución, pero a un mismo tiempo proyecta con las campañas napoleónicas la expansión de los intereses de la burguesía francesa al conjunto de Europa.
Fuentes consultadas
Coll Mirabent, Isabel (1991). Las Claves del Arte Neoclásico. Cómo Identificarlo. Barcelona, Planeta.
Navarro, Francese (2000). Historia del Arte, Vol. 22: Arte Neoclásico y Romántico. Barcelona, Salvat Editores.
Stukenbrock, Christiane y Topper, Bárbara (2011). 1000 Obras Maestras de la Pintura, h.f. Ullmann.