Grito de vida y libertad
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen 80 años del levantamiento del gueto de Varsovia, heroica gesta protagonizada por miles de judíos que prefirieron morir combatiendo a encontrar la muerte en las cámaras de gas de Treblinka.
Frecuentemente se confunde el levantamiento del gueto de Varsovia en 1943 con el levantamiento de la ciudad toda de Varsovia de 1944. Esto se debe, en parte, al hecho de que este último levantamiento fue silenciado y sus partícipes reprimidos por el gobierno de la República Popular de Polonia, estado socialista que se estableció en dicho país tras la finalización de la segunda guerra mundial, ya que los comunistas que se alzaron con el poder consideraron que aquel tuvo un carácter aventurero y que había sido promovido por el gobierno burgués polaco en el exilio en Londres con objetivos anticomunistas y antisoviéticos; por el contrario, dicha república reivindicó el levantamiento del gueto, como lo muestra, por ejemplo, el monumento A los héroes y mártires del gueto de Varsovia erigido en 1948 en la capital polaca.
La investigadora argentina Ana Wajszczuk, hija de polacos católicos radicados en nuestro país, en su trabajo sobre la insurrección de 1944, recoge, entre otros testimonios, el de su tío Waldemar sobre las deportaciones de la población judía: “Una larga columna de judíos marcharon frente al departamento donde vivíamos, camino a la estación de trenes. Los llantos y gritos, rogando comida y agua, retumbaban dentro de la casa. Teníamos un balcón, pero estaba prohibido asomarse”. Es que se había instalado el terror: de acuerdo al decreto del 15 de octubre de 1941, los ocupantes nazis habían dictaminado que la población judía concentrada en el gueto no podía abandonar las cuadras que este comprendía sin permiso bajo pena de muerte; se advertía también a la población no judía que estaba prohibido dar refugio a los judíos, como así también proveerlos de comida o víveres.
Los límites del gueto fueron varias veces modificados. Alrededor de 130.000 judíos fueron forzados a dejar sus casas y concentrarse en el perímetro de calles que constituyeron el distrito donde debían habitar. La rebelión de los judíos del gueto –vale decir, del limitado espacio en que habían sido confinados– fue clandestinamente preparada, después de las masivas deportaciones de 1942, dando un grito de libertad en la Europa ocupada por los nazis. Hubo quienes ayudaron a ingresar armas en el gueto y desarrollaron cierta instrucción en tácticas y estrategias de guerrilla urbana.
Reparemos en el momento en que se produce el levantamiento. Estamos en abril de 1943. Pocos meses después, los nazis desencadenarán su tercera ofensiva contra la Unión Soviética y serán derrotados por el ejército rojo en el mismo verano de ese año. Los nazis perderían definitivamente la iniciativa estratégica en la guerra. No obstante, la mayoría de Europa todavía estaba ocupada por ellos. Por consiguiente, es una situación extremadamente adversa aquella en que se da la lucha de los judíos por su vida y la libertad.
Wajszczuk pone de relieve la actitud contemplativa del resto de la población polaca, mayoritariamente católica, frente a lo que acontecía en el gueto: “Los varsovianos del otro lado del muro miraron durante la Semana Santa de 1943 –entre la humareda que se extendía por las calles y se colaba en las calesitas de las plazas y en los bancos de los parques y en las iglesias repletas– como el fuego iba devorando el perímetro del más grande de los seiscientos guetos que los alemanes habían instalado en Polonia”. Los polacos católicos, que eran eslavos y se percibían como parte del mundo “ario”, consideraban que con las deportaciones propias tenían suficiente y no tenían que preocuparse por lo que acontecía entre los judíos. En una ciudad como Varsovia, con un antisemitismo si se quiere de larga data, las tensiones entre judíos y católicos fueron utilizadas por los nazis en favor de su genocidio planificado. Paradoja de la historia y de la incomprensión política derivada de los prejuicios y discriminaciones raciales. En efecto, así lo señala Wajszczuk: “Derrotada y todo, Hitler odiaba Varsovia, la joya de la corona de un país habitado por razas que la ideología nazi consideraba ‘subhumanas’: eslavos y judíos”.
Para comprender esta actitud y dimensionar en toda su magnitud el levantamiento del gueto es necesario hacer un poco de historia. Hacia el siglo XV se establecieron las primeras familias judías en territorio de Polonia y fueron constituyendo progresivamente la comunidad judía más importante de Europa y la segunda del mundo después de la de Nueva York. En 1939, cuando se desencadenó la segunda guerra mundial, ascendían a 3.500.000 los judíos que habían preservado sus costumbres, su lengua, sus tradiciones. Cuando la mayor parte de Polonia fue anexada por el Imperio Ruso (zarismo), el antisemitismo presente en el territorio de los zares contribuyó a la discriminación que los católicos polacos hacían respecto de la comunidad judía. Es que los católicos polacos consideraban como “gentiles”, vale decir, extranjeros, a aquellos que preservando su identidad no se “integraban a la sociedad polaca”. Las leyes antisemitas, heredadas por la Polonia independiente después de la Revolución Rusa de 1917, fueron parte de la discriminación de los judíos por parte de los gobiernos que se formaron durante esos años como los del Mariscal Józef Piłsudski. Más aún, se fue desarrollando una mentalidad que oponía a los polacos, en su mayoría campesinos o agricultores, a los judíos tipificados como comerciantes. Si a esto le agregamos que, desde el punto de vista del catolicismo medieval, el pueblo judío era el pueblo deicida porque había asesinado a Jesús (el Dios), comprenderemos entonces el arraigo del antisemitismo en la sociedad polaca. Y mal que les pese a algunos, ello contribuyó al asesinato en las cámaras de gas de millares de judíos. Para cobrar dimensión de la magnitud del genocidio recordemos que al inicio de la guerra los judíos se contaban, como ya habíamos señalado, en 3.500.000, y a su finalización tan solo había 250.000 sobrevivientes.
Relata Wajszczuk: “Los SS entraron a sangre y fuego en el gueto y aunque los sublevados lograron mantener la rebelión casi un mes, finalmente fue liquidada; los nazis deportaron a los escasos sobrevivientes y demolieron y quemaron lo que aún estaba en pie. Escombros y cenizas fue todo lo que quedó como un aviso siniestro de lo que eran capaces de hacer. Quince meses después se levantó el resto de Varsovia. Algunos recién entonces llegaron a darse una idea de lo que habían pasado los judíos del gueto, luchando solos y sin esperanzas, abandonados por el resto del mundo”.
Fuente consultada
Wajszczuk, Ana (2017). Chicos de Varsovia. Una hija, un padre y las huellas de la mayor insurrección contra los nazis. Buenos Aires, Sudamericana.