Grigori Chujrai y el nuevo cine soviético
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen veinte años del fallecimiento de Grigori Chujrai, un destacado cineasta nacido en Ucrania, país que formó parte de la Unión Soviética hasta su disolución en 1991. Lo recordamos a través de la reseña de El 41 y La balada del soldado, dos películas que conjuntamente con Pasaron las grullas, de Mijail Kalatazov, señalaron los nuevos derroteros del cine soviético en el contexto de la apertura que se produjo poco después de la muerte de Iosif Stalin, en 1953, y sobre todo a partir del XX Congreso del Partico Comunista de la Unión Soviética (PCUS) que se celebró en 1956.
Lenin decía que entre todas las artes, para los soviéticos, la más importante era el cine. Por su novedad técnica y artística, por su condición de “arte de masas”, el cine debía desempeñar un rol importante en la educación estética e ideológica de los trabajadores. En los años 20, las películas de Serguéi Eisenstein, Dziga Vértov, Vsévolod Pudovkin y Alexander Dovzhenko cambiaron radicalmente las concepciones de ese arte naciente y tuvieron gran impacto no solo en la Unión Soviética sino en el mundo entero. Era el cine revolucionario de un país en plena transformación social. La dogmatización de la cultura y la imposición del realismo socialista por Stalin dio origen a películas no siempre revolucionarias en lo estético y formal. Hubo de esperarse a la muerte de Stalin y al XX Congreso para que el cine soviético volviese a impactar en la opinión pública y en la crítica cinematográfica.
El neorrealismo italiano, uno de los principales movimientos artísticos de la postguerra, incidió en las producciones de los jóvenes cineastas soviéticos. Entre ellos encontramos a Grigori Chujrai, quien con El 41, de 1956, y La balada del soldado, de 1959, se constituyó en uno de los principales referentes de la renovación del cine soviético.
El 41 plantea el siguiente dilema existencial: ¿es posible el amor entre una revolucionaria bolchevique, miembro de un destacamento del Ejército rojo y un teniente del Ejército blanco? Y si es posible, ¿cómo relacionar el sentimiento del amor con el cumplimiento del deber revolucionario? Maryutka es una joven trabajadora que, en el Ejército rojo, se ha destacado como una experta tiradora. Se encuentra en un destacamento obligado a desplazarse por el desierto de Kara-Kum, en Kazajstan, hacia el Mar de Aral. El 41 es el cuadragésimo primer disparo, es el primero en el que falla y así el teniente blanco se convierte en prisionero, debiendo Maryutka vigilarlo. Se trata de un oficial importante, que debía cumplir una importante misión ante el gobierno contrarrevolucionario de Kolchak. Cuando después de una marcha agotadora por el desierto llegan al Mar de Aral, el comisario político le encomienda a Maryutka que conduzca al teniente prisionero por el mar hasta llegar a territorio rojo. Y le advierte: en caso de encontrarse con los blancos no debía dejar con vida al oficial. Un temporal y un naufragio dejan a ambos en una isla desierta. Solo en ella, alejada de los frentes de la guerra civil, podía nacer y desarrollarse el amor entre ambos. No todo es idilio. La realidad de una sociedad desgarrada por los antagonismos de clase se filtra e irrumpe en la relación. Los ojos azules del teniente, del “señorito”, como lo llama la revolucionaria, son la puerta de entrada para el amor. Y la isla convierte la relación entre ambos en una alegoría de los vínculos entre Robinson Crusoe y Viernes. Pero la guerra se hará presente cuando se acerque a la isla una embarcación de guardias blancos, y Maryutka, con el último disparo, mata al teniente que no paraba de llamar a los blancos corriendo por la playa.
En suma, una historia de amor que transcurre en los tiempos iniciales de la revolución, tiempos donde el lenguaje de las armas atraviesa el conjunto de las relaciones humanas, incluido el sentimiento más puro que es el amor. El 41 fue protagonizada por Isolda Isvitskaia en el rol de Maryutka y por Oleg Strizhenov como el teniente blanco.
La balada del soldado cuenta la historia de un soldado ruso, que pudo haber sido un gran ciudadano, pero que siempre permanecerá en la memoria como un sencillo soldado ruso. Es la historia del joven Aliosha que protagoniza una heroica acción militar al dejar fuera de combate a dos tanques alemanes. Va a ser propuesto para una condecoración, pero él pedirá unos pocos días de permiso para ver a su madre, de la que no pudo despedirse, y reparar el tejado de su casa campesina. Así, Chujrai nos propone un itinerario desde el frente a la retaguardia de una Rusia en guerra. Esos días que le han concedido a Aliosha para ausentarse del frente son todo su “capital”, su “tesoro”, pero diversas circunstancias harán que brinde a los demás ese “tesoro temporal” del que dispone, y apenas pueda ver unos pocos minutos a su madre en un emotivo final.
¿De qué manera la guerra ha afectado a las relaciones humanas? ¿De qué manera la guerra ha desgarrado la condición humana? En la película vemos a un soldado inválido, que no quiere retornar a su hogar, porque desde antes de la guerra las relaciones con su esposa se habían deteriorado y no quería ser una carga para ella. Aliosha ayuda al inválido brindándole su tiempo, hasta que la esposa llega a la estación de trenes y en una emotiva escena estrecha a su marido entre besos y lágrimas que definen un reencuentro que él no esperaba. Vemos al soldado Pavlov que, desde el frente, cuando se cruza con Aliosha, le encarga que le lleve a su mujer unos panes de jabón. Pero Aliosha descubrirá que la mujer de Pavlov lo engaña con otro hombre y que no es merecedora de los panes de jabón que le han enviado y resuelve entregárselos al padre contándole una piadosa y ficticia historia sobre su hijo. Vemos el tren bombardeado y descarrilado y a Aliosha ayudando a salvar víctimas del bombardeo. Pero ante todo la película nos cuenta el amor joven y casto entre Aliosha y Shura. Un amor puro, inocente, adolescente, que no ha tenido la posibilidad de germinar, de crecer y florecer, por la guerra que todo lo ha mancillado. Nos encontramos también con una historia de amor con la guerra como fondo, pero con una guerra que contrastaba con el habitual tratamiento propagandístico que el cine soviético, bajo Stalin, había desarrollado en cuanto al tema bélico.
La película tuvo un gran éxito y fue galardonada con el Premio Lenin y en el Festival de Cannes obtuvo un premio especial del jurado por su alto humanismo y destacable calidad cinematográfica. Superó las barreras de la guerra fría, estrenándose en los Estados Unidos en 1960 en el Festival Internacional de San Francisco, en el que obtuvo los premios Golden Gate a la mejor película y al mejor director. Chujrai y Valentin Yezhov, coguionista del film, fueron nominados para el Oscar al mejor guion original y en 1961 la película fue galardonada con el premio BAFTA a la mejor película. La Balada del Soldado fue protagonizada por Vladimir Ivanov en el rol de Aliosha y Jarma Projo como Shura.