George Lukács: la teoría de la praxis
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen cincuenta años de la muerte de George Lukács, uno de los filósofos marxistas más importantes del siglo XX. Lo recordamos con una reseña de una de sus obras más populares, Historia y conciencia de clase, que reúne diversos trabajos como “¿Qué es marxismo ortodoxo?”, “La cosificación y la conciencia del proletariado” y “Rosa Luxemburg como marxista”.
George Lukács, nacido el 13 de abril de 1885 en Budapest, fue activo promotor de la República Soviética Húngara de 1919, en la que se desempeñó como comisario de educación. Marchó al exilio tras la derrota de esta república, vivió algunos años en la Unión Soviética y retornó a Hungría en 1945 cuando, tras el fin de la ocupación nazi, se iniciaba la transición al socialismo en este país. En 1956, Lukács fue parte del gobierno de Imre Nagy, que terminó con la intervención de los soviéticos. Vivió hasta 1971, apartado de las actividades políticas y dedicándose fundamentalmente a sus estudios del arte y de la estética.
En la citada obra, Lukács indagó el problema de la cosificación de las relaciones sociales como consecuencia de la alienación y del fetichismo de la mercancía en general y del capital en particular. En su lectura, las relaciones están cosificadas en la medida en que la producción mercantil aísla a los productores y el carácter social del trabajo se revela o manifiesta en el mercado, donde las mercancías, al intercambiarse, parecen ser, en tanto cosas, las portadoras de carácter social. La cosa-mercancía domina a los sujetos sociales. A los trabajadores, en primer lugar, porque no solo no se pertenecen a sí mismos en el proceso de producción, sino también porque no tienen dominio o control de los productos del trabajo, que pertenecen al capitalista en tanto propietario de los medios de producción. Pero también domina a los capitalistas, que no tienen forma de conocer la necesidad social de sus mercancías sino en el acto social del intercambio, del mercado, donde se compran y venden mercancías que, en tanto cosas, son valores de uso.
Lukács observa que las mercancías son la forma social de la riqueza en las sociedades burguesas; en tanto forma social, son relaciones o nexos entre los productores, entre las clases, pero esta dimensión social solo aparece como propiedad de las cosas. En otras palabras, la esencia de la mercancía, que es el hecho de ser portadora de relaciones sociales, aparece en el fenómeno de la cosa dotada de poder social. Así, la mercancía se manifiesta a la conciencia de los productores.
Las relaciones comerciales, el mercado, preceden al capitalismo como modo de producción, pero es solo en el capitalismo donde la relación mercantil se convierte en dominante absoluta, hasta tal punto que la propia fuerza de trabajo es mercancía. En el esclavismo o en el feudalismo, el comercio y la conversión de los productos sociales en mercancías era marginal, o mejor dicho, se daba en las fronteras o periferias del modo de producción.
A la cosa-mercancía le sucede como acompañante la cosa-dinero. Cuando una suma de dinero o capital-dinero baja a la producción social y explota directamente a los trabajadores, estamos en presencia del capital-productivo típico del capitalismo. El propio capital se presenta como una fuerza ajena al trabajador, como una propiedad externa que lo controla y somete, como una fuerza independiente cubierta por el “manto-dinero” que, como cosa, es el poder superior que lo domina. El fetichismo del capital, el dominio de este como cosa, es el poder social del trabajo acumulado que, en tanto propiedad privada, es ajeno al trabajador. Es el trabajo de ayer de los trabajadores, el trabajo pasado que domina al trabajo de hoy, al trabajo presente. Pero esta dimensión social del trabajo aparece como propiedad exclusiva de la cosa-capital. Es el dominio del capital sobre el trabajador. Solo el proletariado, si adquiere conciencia de clase, es capaz de desarrollar una revolución que al transformar las relaciones sociales supere al mercado, a las relaciones mercantiles y dinerarias, y revele el carácter social del trabajo desde los mismos procesos de producción social. Y esta capacidad histórica, afirma Lukács, se asienta no solo en su situación social, en su condición de proletario y por ende en la negación de un sistema basado en la propiedad privada, sino también, y sobre todo, por la praxis social que el marxismo representa en tanto filosofía.
En efecto, en el pensamiento filosófico, Kant representó una revolución copernicana en la teoría del conocimiento al postular el rol activo del sujeto en el proceso del conocer, al proponer la construcción del objeto gnoseológico por el sujeto cognoscente. Claro está que Kant lo planteó no solo en términos teóricos e idealistas sino asimismo como un acto de conocer donde la “cosa en sí”, la esencia, es incognoscible, y solo la “cosa manifestada”, la cosa construida por las categorías apriorísticas de la razón pura a partir de los “materiales” suministrados por las sensaciones del sujeto es conocida. Pero es el otro gran representante del idealismo alemán, Hegel, quien revela el conocimiento pleno del espíritu en su proceso de desarrollo, en su devenir, alcanzando a comprender la esencia de los fenómenos. Lukács destaca el concepto hegeliano de totalidad –del que Marx sería un continuador– como superador de la fragmentación del conocimiento, expresión de la división del trabajo en el proceso del conocer y del obrero parcelario en el proceso de la producción.
La pregunta de Lukács es: ¿de qué manera el marxismo permite, con su concepto de praxis, superar la alienación y el fetichismo? Marx había reconocido en las Tesis sobre Feuerbach que fue el idealismo el que desarrolló en la teoría del conocimiento el lado activo del sujeto. Pero el idealismo no comprendió que toda sensación es una práctica sensible. El sujeto construye al objeto de conocimiento, pero lo construye ya en la práctica social. El hombre no se sentó frente a un manzano, pongamos por ejemplo, y se preguntó qué es una manzana, sino que tomó un palo, golpeó al árbol, agarró una manzana y se la comió. En este proceso de apropiarse de la manzana, proceso práctico, el hombre conoce qué es una manzana. Y conoce la esencia de la manzana, lo que la manzana realmente es, y no su apariencia o fenómeno, como podría ser su color o su sabor.
Lenin decía en Materialismo y empiriocriticismo que la esencia es fenoménica y que el fenómeno es esencial; es decir, la esencia se manifiesta, se da a conocer a través de su aparecer y este, en tanto fenómeno, revela a aquella que está oculta. Llegamos entonces a la esencia de las cosas, con lo cual la “cosa en sí” kantiana resulta un error teorético. El conocimiento es pues una actividad práctica y el proletariado, con sus luchas, con sus organizaciones sindicales y por sobre todo con su partido político, el Partido Comunista, está en condiciones de conocer la esencia del capitalismo, develar los mecanismos de la explotación social (la teoría de la plusvalía) y prepararse para derrocar al sistema capitalista, y con la socialización de los medios de producción crear las condiciones históricas necesarias para superar al mercado y con ello la alienación de los productores y el dominio de la cosa sobre los hombres, vale decir, el fetichismo de la mercancía y del capital. Lukács destaca la unidad del sujeto y del objeto, la unidad de pensamiento y ser, tal como Hegel lo había postulado; y en la historia del devenir de la realidad, a través de la praxis social, se da la superación de una dualidad absorbente.
Decíamos que Lukács destacaba el concepto de totalidad. Esta totalidad se puede ver en el análisis que Marx realiza de las relaciones sociales de producción como relaciones de producción, distribución, cambio y consumo en forma simultánea, una totalidad económica que, a su vez, es parte de una totalidad mayor, ya que en una sociedad, en un modo de producción, tenemos no solo la estructura económica, sino también las superestructuras políticas (el Estado) y las formas de conciencia social (las ideologías). La historia universal, entonces, considerada como proceso, no es la sumatoria de las historias nacionales, sino el desenvolvimiento universal del espíritu absoluto, en un dejo de hegelianismo. El espíritu absoluto (totalidad en Hegel) –en la concepción marxista deberíamos decir el mercado mundial como totalidad social– es condición de las historias nacionales, como partes de aquel todo.
Finalmente, nos interesa subrayar que Lukács destaca como única ortodoxia del marxismo a su método: la dialéctica materialista. La dialéctica como doctrina general del desarrollo de la sociedad. Esta es la médula del marxismo y no los resultados provisorios que se pueden alcanzar en el análisis de las realidades sociales. Pero siempre se trata de un análisis no meramente teórico sino “práctico-sensible”. Es la teoría de la praxis.
Historia y Conciencia de clase no fue bien recibida por el movimiento comunista internacional. Se señaló que el concepto de praxis revolucionaria estaba prisionero del concepto hegeliano de totalidad y que por ende se caía en una concepción idealista de la dialéctica. Más allá de estas cuestiones, es indudable que Lukács fue uno de los pensadores más agudos que tuvo el marxismo en el siglo XX y que su preocupación por la alienación, el fetichismo y la praxis están en el centro de la teoría revolucionaria.
Fuentes consultadas
Lukács, Georg. Historia y conciencia de clase, Madrid, Grijalbo, 1985.
Payne, Michael. Diccionario de teoría crítica y estudios culturales, Buenos Aires, Paidós, 2002.