El monumento a Hipólito Yrigoyen
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen 50 años de la inauguración del monumento al caudillo de la Unión Cívica Radical, dos veces presidente de la Nación, don Hipólito Yrigoyen. El proyecto de erigir un monumento a esta popular figura de nuestra historia data de 1946. Su autor fue Pedro Ferrari.
Diversas circunstancias hicieron que la maqueta de Ferrari durmiera el sueño de los justos en el laberinto de la burocracia administrativa, hasta que, en 1972, la viuda del escultor, Amelia B. de Ferrari, donó el proyecto a la Municipalidad de Buenos Aires, que terminó levantándolo en la plaza Lavalle, sobre la acera de la avenida Córdoba, entre Libertad y Talcahuano; es decir que se eligió como emplazamiento a la antigua Plaza del Parque de Artillería, centro de la revolución cívico militar de 1890. Hipólito Yrigoyen está representado de pie, de tamaño natural, sobre un pequeño pedestal.
Puede resultar paradójico que esta escultura haya sido erigida durante los últimos meses de la dictadura establecida en 1966, por entonces presidida por el general Alejandro Lanusse. En efecto, el yrigoyenismo fue el primer movimiento democratizador de la Argentina moderna y representó el ascenso al gobierno de contingentes populares, en particular de las clases medias en lucha contra la oligarquía.
Yrigoyen accedió a la jefatura del Estado mediante el voto popular, de acuerdo a la ley Sáenz Peña, que estableció el sufragio universal, directo y secreto. Su segunda presidencia fue interrumpida por el primero de los golpes de Estado del siglo XX, que dio origen a la dictadura del general José Félix Uriburu. Décadas más tarde, el dictador Lanusse, heredero del uriburismo, inauguró un monumento al primer presidente popular. ¿Cómo explicarlo?
Para responder a esta pregunta es necesario ubicarnos en 1972. La dictadura militar, forma política opuesta a la democracia, estaba derrotada y en retroceso. Ya se habían convocado las elecciones para marzo de 1973. Las luchas obreras y populares –cuyo epicentro fue el Cordobazo en 1969– dieron por tierra al onganiato. En la Argentina de esos años ascendían las luchas populares; dentro del mayoritario movimiento nacional, e peronismo, se había constituido una corriente de izquierda, y el socialismo formaba parte del horizonte político de vastos sectores populares. La lucha de las organizaciones guerrilleras se encontraba en plena actualidad. Por eso –y como todo monumento no es ideológicamente neutro– la dictadura de Lanusse inauguró una escultura a Yrigoyen contraponiendo al caudillo radical con el movimiento popular.
En efecto, Yrigoyen había renunciado a la lucha armada y accedido al gobierno mediante el sufragio libremente emitido. Lo que Lanusse se proponía con esta escultura era oponer el voto a la lucha insurreccional. El voto era legítimo, las armas no. Es así como se pretendió transformar a un caudillo popular en un icono más, de carácter inofensivo. En su época Yrigoyen fue combatido por la oligarquía, la misma –con sus lógicas transformaciones históricas– que sostenía a Lanusse; en 1972 y como parte del proyecto lanussista del Gran Acuerdo Nacional, se echaba mano del arte para “reivindicar el voto” en una situación histórica de plena efervescencia popular.