El legado de Antonio Gramsci
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen 130 años del nacimiento en Cerdeña (Italia) de Antonio Gramsci, filósofo, político y uno de los teóricos más importantes de la doctrina marxista. Sus aportes al materialismo histórico se centraron fundamentalmente en las formas de la conciencia social, los intelectuales, el problema de la hegemonía y las posibilidades de una revolución en el Occidente de Europa. Seis días después de obtener la plena libertad, tras haber estado varios años encarcelado por el fascismo y en condiciones de extrema gravedad de su salud, falleció en Roma el 27 de abril de 1937.
En Rusia, una burguesía débil, que tuvo plenamente el poder después de la revolución de febrero de 1917, sucumbió rápidamente por medio de una guerra de movimiento, vale decir, por medio de un ataque frontal, en el que se coordinaron una insurrección proletaria (típico movimiento del ocaso de la sociedad burguesa) con una guerra campesina (típico movimiento del despuntar de la sociedad burguesa). Por el contrario, en la mayoría de los estados del Occidente europeo, el capitalismo estaba fuertemente arraigado no solo en lo económico sino también y fundamentalmente en lo ideológico. Las burguesías de estos estados ejercían el poder desde mucho tiempo atrás. En Inglaterra, la revolución burguesa había ocurrido en el siglo XVII; en Francia, en el siglo XVIII, y en Italia, si bien el Estado nacional es tardío (1870), la burguesía del norte tenía una larga experiencia que, en algunos aspectos, podría remontarse al poder que las burguesías comunales ejercieron en los diversos estados desde la baja medievalidad.
El proletariado del Occidente europeo, entonces, tenía ante sí una sociedad burguesa compleja, afianzada, que se desarrollaba sobre sus propias bases, en un tiempo medible en siglos y con una estratificación social diferenciada, en la que no era menor problema el desarrollo de una aristocracia obrera, base del revisionismo y reformismo. No se podía asaltar inmediatamente el poder, a la manera en que se había realizado en Rusia; era necesario un período previo de maduración de las condiciones de la revolución, durante el cual la clase obrera antes de desplegar la guerra de movimiento (insurrección) debía librar una guerra de posiciones en el seno de la sociedad y del Estado burgués, ganando para su ideología, para su proyecto histórico, al conjunto de las clases subalternas, ante todo al campesinado. Se debía desplegar una lucha por la hegemonía. Y aquí nos encontramos con un concepto fundamental que constituye un eje del pensamiento de Antonio Gramsci.
Lenin había desarrollado su concepción de la hegemonía para referirse a la dirección de las masas campesinas por el proletariado. En Gramsci, el concepto se enriquece y se desarrolla multifacéticamente. Para comprenderlo es necesario tener en cuenta que la burguesía ejerce el poder no solo sobre la base de la coerción sino también por medio del consenso. Por medio de los organismos que integran la sociedad civil, la burguesía había logrado convertir a sus ideas en las ideas dominantes en la sociedad. Si la sociedad civil en Marx era el conjunto de las clases y grupos sociales que conforman la sociedad burguesa, en Gramsci es el conjunto de organismos y entidades que le permiten a la burguesía ejercer la hegemonía. Estos organismos son variados y entre los principales se encuentran la escuela, la literatura, los periódicos, las radios (hoy debemos agregar la televisión, el cine, los videos; todo lo que conforma los medios de comunicación de masas), así como también la familia y la Iglesia. Varios años después, estos organismos serían denominados por Althuser “aparatos ideológicos de Estado”.
Gramsci sostiene que el Estado no es lo público por oposición a lo privado: esta es una distinción interna del derecho burgués. Es la función social que un organismo desempeña lo que le confiere a este el carácter de estatal. Por eso, ese conjunto de organismos y entidades al que se refiere Gramsci, aun siendo en su mayor parte empresas privadas, son parte del Estado porque aseguran una dominación de clase. Revisten de consenso a la represión y coerción, funciones propias de la sociedad política, vale decir, del Estado en sentido restringido, que incluye al ejército, la policía y la burocracia. Así, por ende, una dominación de clase es represión y coerción “ocultadas” por el consenso. Para vencer esta dominación es necesario doblegar la dominación ideológica, desplegar una lucha de ideas, convirtiendo progresivamente a la ideología proletaria en ideología dominante.
En la hegemonía desempeñan un papel central los intelectuales. Lenin había señalado la necesidad de diferenciar a la burguesía de los especialistas burgueses que trabajan para esta clase. Gramsci desarrolla el concepto y convierte a los intelectuales en instrumentos orgánicos de una clase. Aquí tenemos otro de los aportes fundamentales de Gramsci al marxismo. Marx y Engels habían señalado en La ideología alemana que la división del trabajo se convierte en auténtica división cuando el trabajo intelectual se separa del trabajo manual. Parecería que unos trabajadores hacen el trabajo con el cerebro y otros con las manos. Gramsci dirá que todos los trabajadores son a un mismo tiempo manuales e intelectuales: aun el trabajo más pesado y físico incluye operaciones mentales y aun el trabajo intelectual más sofisticado incluye operaciones manuales, aunque más no sea para escribir. Lo que define a un intelectual es la función social que desempeña como trabajador. Los intelectuales son aquellos trabajadores que le permiten a una clase social establecer su dominación. Sus vínculos, relaciones y nexos con una clase los convierten en intelectuales orgánicos de esta. Tanto la burguesía como el proletariado son capaces de producir estos intelectuales. Y los producen en tres niveles: 1) el técnico administrativo, que les permite organizar y dirigir la producción social: ingenieros, técnicos, contadores, administradores; 2) el político, que les permite organizar su dominio del Estado, de la representación y de la dirección político-ideológica, mediante representantes en todos los niveles estatales: comunas, regiones, nación; 3) el militar, que les permite organizar la coerción y la represión.
Junto a los intelectuales orgánicos, se encuentran los intelectuales tradicionales. Son estos los que fueron orgánicos de una clase en un modo de producción anterior y que subsisten en el actual. El caso más emblemático es el del clero, que fue el intelectual orgánico de la nobleza en la sociedad feudal y pervive en la sociedad burguesa, a la que progresivamente se fue adaptando. El clero tiene una destacada autonomía dada la envergadura del aparato eclesiástico.
Y en paralelo a los conceptos de intelectual orgánico e intelectual tradicional, cobra importancia el de intelectual político. Para Gramsci, el partido revolucionario del proletariado cumple la función de un intelectual político que debe dirigir a la clase hacia la conquista del poder y la revolución. Todo afiliado al Partido Comunista se convierte de hecho en un intelectual por las funciones sociales del partido. Ante este panorama, la lucha ideológica por la hegemonía exige al proletariado producir intelectuales en el conjunto de las sociedades civil y política. Así, por ejemplo, los dirigentes gremiales son intelectuales en el orden técnico productivo, ya que al luchar por mejoras salariales y otras condiciones de trabajo defienden las condiciones de contratación de la fuerza de trabajo.
Dos conceptos gramscianos sumamente difundidos, que hemos mencionado en el inicio de este trabajo, son los de guerra de movimiento y guerra de posiciones. Son conceptos acuñados en el arte militar y aplicados a la lucha política. Cuando un ejército no está en condiciones de vencer mediante un ataque fulminante al ejército adversario, modalidad representativa de la primera de las formas de la guerra que hemos citado, sobreviene una guerra de trincheras, producto de una especie de “empate estratégico”, y la guerra de movimientos se transforma en guerra de posiciones. En la lucha política, ello implica ir ocupando progresivamente las estructuras y organismos del Estado, afianzarse en cada una de las posiciones, defender las conseguidas a lo largo, a veces, de prolongados períodos de tiempo, hasta estar en condiciones de proceder al asalto del poder, vale decir, transformar la guerra de posiciones en guerra de movimiento.
Los aportes de Gramsci al marxismo, de los que solo hemos bosquejado unos pocos, son fundamentales para pensar la posibilidad de una revolución social en el mundo actual. Derrotado el proletariado en 1989-1991, convertidas las ideas burguesas, a través de los medios de comunicación de masas, en las únicas válidas y ocultado sistemáticamente su carácter de clase (“economía de mercado y democracia parlamentaria”), la clase obrera se encuentra, entre otros problemas, ante la necesidad de recuperar sus propias ideas para un cambio revolucionario.
Fuentes consultadas
Gramsci, Antonio. La formación de los intelectuales, México, Grijalbo S.A., 1967.
Gramsci, Antonio. La política y el Estado moderno, Buenos Aires, Sol, 2012.
Piotte, Jean Marc. El pensamiento político de Gramsci, Buenos Aires, Lumen, 1973.