El Greco: misticismo en la pintura
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy 410 años de la muerte de Domenikos Theotokopoulus, más conocido como “el Greco” por haber nacido en Candia, en la isla de Creta. Pintor que supo captar el estado melancólico y ascético de la España de la Contrarreforma.
La división de la cristiandad occidental en católicos y protestantes hizo de la España católica, en particular bajo Felipe II, el centro de la Contrarreforma. Tensiones y conflictos religiosos son el clima espiritual en que el Greco desarrolla la mayor parte de su producción plástica para constituirse en el pintor de las almas.
En su natal Creta y de la mano del pintor de íconos Juan Gripiotis, con quien se moldeó como artista, aprendió a pintar alla greca, forma que se nutre de los modelos del renacimiento italiano. Por entonces, Creta estaba controlada por Venecia y hacia la ciudad de los canales se dirigió el Greco. Allí, trabajó en el taller de Tiziano donde aprendió la relevancia del color. Después de una estadía en Roma, donde se atrevió a criticar a Miguel Ángel, marchó a España, primero a Madrid, donde no pudo congeniar con los gustos clasicistas del rey Felipe II, y finalmente a Toledo. En esta ciudad encontró la posibilidad de desarrollar sus ideas acerca de la pintura.
Para Christiane Stukenbrock y Bárbara Topper, “el Greco combinó de forma única el vigoroso estilo bizantino con la pintura italiana del Renacimiento y con la religiosidad de la España medieval”.
Analizaremos algunas de sus obras.
El Dios uno y trino plantea en la historia del cristianismo agudas polémicas. ¿Cómo era posible que, siendo Dios uno, a un mismo tiempo fuesen tres sus personas? Pero más allá de este problema de la lógica, cabe preguntarse dónde está el amor del Padre por su Hijo si consintió su muerte en la cruz. En La Trinidad, óleo sobre lienzo realizado entre 1577 y 1579, Dios Padre sostiene con sus manos el cuerpo sin vida de su Hijo y, por encima de ambos, planea una paloma que representa al Espíritu Santo. Figuras angelicales rodean a la Trinidad y a los pies del Cristo muerto se encuentran unas cabezas de angelitos. Podemos advertir en la contraposición de los colores de Dios Padre y el amarillo, rojo y azul de los ángeles con el blanco del Hijo, la tensión y la oposición entre el Padre y el Hijo. Un Padre que no vaciló en que su Hijo fuese crucificado para que fuese la luz del mundo (la luz es blanca) y que reservó la vida para sí (los colores son la vida).
El Expolio, óleo sobre lienzo realizado también entre 1577 y 1579, alude al instante en que Jesús es despojado de sus vestimentas. El color rojo de la túnica alude al martirio, a la sangre del Hijo derramada para la salvación de la humanidad. La mano derecha de Jesús dirigida hacia su corazón denota la pasión que ha comenzado a vivir. El caballero de armadura, a la izquierda de Jesús, remite al orden militar, a los soldados romanos que ejecutan la orden del suplicio. Los múltiples personajes que rodean el motivo central son un pueblo al acecho de las vestiduras del Señor. El expolio consiste en arrancar las ropas de aquel que será crucificado.
Al contemplar El Caballero de la mano en el pecho, óleo sobre lienzo de 1580, sabemos que estamos frente a un retrato, pero no sabemos cuál es el personaje retratado. Es el prototipo del caballero español que llevó a algunos a ver en él a Miguel de Cervantes Saavedra, el autor del Quijote; otros vieron en esta figura a un representante de la nobleza, responsable de la decadencia social, económica y cultural de España. No faltan quienes vieron en este caballero al marqués Juan de Silva, con quien el Greco se relacionó para la compra-venta de sus cuadros. Misterioso y enigmático, este caballero se define por la mano derecha llevada al pecho que, en tanto símbolo, convoca a múltiples significados posibles: juramento de fidelidad, compromiso con la palabra empeñada, pasiones del corazón, actitud de reserva y prudencia.
Gonzalo Ruíz de Toledo, conde de Orgaz, falleció en 1323, después de toda una vida entregada a las obras de caridad, una de las tres virtudes teologales. Refieren Alberto Szpunberg y Alberto Cañagueral que, según una leyenda, cuando Orgaz fue enterrado, San Agustín y San Esteban descendieron del cielo, lo tomaron por la cabeza y por los pies, lo depositaron en el fondo de su sepultura y dijeron: “Tal galardón recibe quien a Dios y sus santos sirve”. En El entierro del Señor de Orgaz, óleo realizado entre 1586 y 1588, el Greco representó en forma separada lo celestial y lo terreno. En la parte superior, el mundo celestial, con la Virgen y San Juan Bautista que interceden ante el Cristo en el Juicio Final. Y en la parte inferior, el mundo terrenal, donde se da el entierro. Un conjunto de caballeros de la nobleza española asiste a la misa de difuntos. El paje, que vemos en el ángulo inferior izquierdo, es Jorge Manuel, el hijo del Greco.
La Anunciación, óleo sobre lienzo realizado entre 1596 y 1600, refleja un tema por demás abordado por la pintura occidental. En el tratamiento que el Greco le da aparece un simbolismo novedoso. De pie, junto a un atril donde se halla un libro abierto, que es un símbolo de oración, la Virgen María, con su mano derecha, contiene al arcángel Gabriel, como pidiendo un poco de tiempo para responder. Asimismo, el arcángel cruza las manos sobre su pecho, como respetando la decisión de la Virgen. El clima de la parte superior de la composición es dinámico. Es un dinamismo donde ángeles y músicos protagonizan una danza celestial que viene a consagrar el acontecimiento de la Anunciación.
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En Cristo abrazado a la cruz, óleo sobre lienzo de 1602, vemos a Cristo con la cruz, símbolo del martirio y de la redención y, asimismo, instrumento de salvación. Y lo vemos como si estuviera consustanciado con ella para llevar adelante su pasión. Así, sus manos acarician la cruz: Cristo y la cruz son uno. Su mirada se dirige hacia el cielo, un cielo hacia el cual se elevará. El rostro de Cristo no transmite dolor, sino una profunda paz interior. Este Cristo que abraza la cruz pertenece más al cielo que a la tierra. Cristo es el puente entre ambos mundos. Nos encontramos frente a una imagen que es una metáfora de la salvación y la redención. La cruz no es dolor, no es sufrimiento, sino una vía de acceso a la divinidad.
Fuentes consultadas
Szpunberg, Alberto y Cañagueral, Alberto (2008). Grandes Maestros de la Pintura: El Greco, Barcelona, Editorial Sol 90.
Topper, Bárbara y Stukenbrock, Christiane (2011). 1000 obras maestras de la pintura, Madrid, h f Ullmann.