El arte y la vida de Florencio Sánchez
- Por Arturo Bembé
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Se cumplen hoy 115 años de la muerte de Florencio Sánchez, destacado dramaturgo rioplatense en cuyo homenaje se celebra en esta misma fecha el Día del Canillita y cuyo nombre es el que ostenta desde su fundación en nuestro barrio la entrañable biblioteca popular del Pasaje Granada.
A propósito de este aniversario, reproducimos la semblanza biográfica sobre el escritor que realizamos para la edición impresa de Tras Cartón en noviembre de 1998.
“Yo escribí, o pinté, o esculpí, o grabé al fiado… esto es, hice arte sin pensar en la solvencia del público. Yo escribí, o pinté, o esculpí, o grabé al fiado… esto es, hice arte pensando en no fiarle nada a la gloria, ni al tiempo… Cobré al día…”. Así, Florencio Sánchez, figura clave en la historia de la dramaturgia rioplatense, trazaba con pocas palabras, en un café de Barracas, las dos coordenadas posibles dentro de las cuales podía desplegarse el trabajo de un artista de su época. Su comentario –inspirado en una oleografía que colgaba de la pared del lugar, en la que se veía una caricatura de un comerciante flaco, rodeado de miseria y telaraña, y otra de un comerciante gordo, entre millares de monedas de oro– trasuntaba una mezcla de dolor y orgullo. El autor de obras que aún perviven en la memoria de los mayores y de la gente de teatro sabía que la tuberculosis lo estaba minando y que la vida elegida, llena de sobresaltos, había hecho, en tal sentido, lo suyo. Pero ya era tarde para retirar su apuesta. No hace falta demasiada suspicacia para adivinar con cuál de las dos clases de artistas se identificaba.
Entre los “blancos” y el anarquismo
Florencio Sánchez desde muy joven manifiesta su vocación literaria, a la vez que, por influjo de sus padres, toma parte en la vida política de Minas, localidad uruguaya en la que reside desde pequeño con su familia. Defiende, al igual que esta, las posturas nacionalistas y antiliberales de los “blancos”.
Entre tanto, se gana sus primeros pesos como escribiente, apronta sus primeros escarceos como autor teatral y comienza a colaborar en La Voz del Pueblo, periódico embanderado con el caudillo “blanco” Aparicio Saravia. Allí escribe algunas notas satíricas que firma con un seudónimo: Jack the Ripper. Pero recién comienza a ejercer el periodismo como profesión en 1894 al ingresar a El Siglo de Montevideo.
1897 es el año del levantamiento de Saravia. Florencio Sánchez es uno de los tantos jóvenes intelectuales que se enrolan en las filas del caudillo. La sublevación “blanca” pronto es derrotada y el novel autor sufre una fuerte decepción, como queda testimoniado en sus Cartas de un flojo: “Sean ustedes menos guapos
–dice, dirigiéndose a sus compatriotas–. Tengan más amor a la vida, que concluirán por no despreciar tanto la del prójimo. Sean menos localistas. Ningún pedazo de tierra nos ha parido. Ella entera nos pertenece con su oxígeno y su sol, y es dominio que tienen derecho a usufructuar por igual todos los hombres…”. Estas palabras también vislumbran la fascinación que viene provocándole, desde algunos años atrás, el auge arrasador de las ideas liberales, así como las semillas de su inminente anarquismo.
El teatro y los “disturbios del orden público”
Desde los primeros esbozos de su producción teatral, Florencio Sánchez revela un gesto de ruptura con el sainete clásico en boga, plagado de los convencionalismos procedentes de la tradición española y con fórmulas que, respondiendo a una lógica mercantil, no se proponen más que entretener. Los vientos renovadores que en Europa generan Ibsen, Hauptman, Chejov y Gorki alimentan su escritura y su concepción de la escena. Sus personajes serán contradictorios, multifacéticos, y actuarán de acuerdo al medio social en que están inmersos. Cabe destacar que toda esta etapa de maduración de sus ideas estéticas se corresponde con una vertiginosa radicalización de su pensamiento político, conmovido por las luchas cada vez más intensas que, por esos años, protagonizaba la creciente clase obrera, fundamentalmente bajo el signo del anarquismo.
Corre 1901. El periodismo es eje y sostén de su vida. Tras haber colaborado en numerosas publicaciones, reincide en La República de Rosario, periódico fundado por Lisandro de la Torre y ahora en propiedad del empresario alemán Emilio Schiffner. En 1902 se hace cargo del puesto de director. Trabaja mucho motivado por el afán de formar un hogar con su novia –quien, finalmente, será su esposa– Catalina Raventos. Asume a la vez como secretario del comité de huelga de los tranviarios. Al declararse un paro en la imprenta del periódico, lo apoya y es despedido. Organiza el diario La Época y escribe una comedia, La gente honesta, donde ridiculiza, entre otros, a su ex patrón. El día en que está anunciado el estreno de la obra se prohíbe su representación, pero su texto completo ya está en la calle circulando a través del nuevo diario. El revuelo que se provoca entre los canillitas que vocean la edición y los agentes de policía que tratan de impedir la venta termina con la intervención del autor y su encarcelamiento. Ya residiendo en Montevideo, habían sido numerosos los disturbios con uniformados en la vía pública por el afán con que predicaba sus ideas.
El vértigo del final
Con Mi hijo el dotor, estrenada por Jerónimo Podestá el 13 de agosto de 1903, se produce la consagración de Florencio Sánchez como autor teatral. Los años sucesivos serán de afianzamiento de su potencial creador. Dará luz a piezas que serán pilares del teatro rioplatense: La gringa, Barranca abajo, En familia, Los muertos, entre otras. El éxito se ve ensombrecido por la tuberculosis que avanza inoperablemente. Durante 1907 pasa unos meses en una estancia uruguaya de Florida. Ese descanso le reporta algo de alivio a sus cansados pulmones.
1909. Manifestaciones populares contra la policía como consecuencia de la matanza de obreros del 1º de mayo ordenada por Ramón Falcón. Sánchez toma parte en ellas y escribe violentos artículos al respecto en el periódico anarquista La Protesta Humana. Al poco tiempo es designado por el presidente uruguayo comisionado oficial “para informar sobre la concurrencia de la república a la Exposición Artística de Roma”. Se concreta su gran anhelo de visitar Europa. Vive intensamente su último año, recorriendo sobre todo Italia, procurando interesar con sus obras a los grandes actores del momento Zacconi y Grasso. Este último le compra Los muertos por tres mil francos. El dramaturgo los gasta de inmediato. Asistido por Santiago Devic, leal amigo de sus días finales, Florencio Sánchez muere en un hospital de caridad milanés a los treinta y cinco años de edad. Emilio Frugoni dijo de él: “No sólo estuvo siempre cerca del pueblo por su producción teatral, sino también por su vida y su modo de ser… interpretaba sus afanes, participaba de sus anhelos y más hondas inquietudes”.
Autores consultados: Jorge Raúl Lafforgue, Teodoro Klein y Enrique García Velloso.