Eduardo Sívori, un precursor
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen 105 años de la muerte de Eduardo Sívori, pintor perteneciente a la generación de artistas a los que el crítico José León Pagano denominó “los organizadores”, en virtud de que desarrollaron sus producciones pictóricas y escultóricas a partir de los últimos años del siglo XIX cuando se constituyen la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, el Museo Nacional de Bellas Artes y, finalmente, ya a principios del siglo XX, la Academia Nacional de Bellas Artes. Vale decir, son años en los que se forman instituciones destinadas a la promoción de las artes plásticas, a brindarle a los artistas marcos de referencia en los cuales iniciarse en las disciplinas del arte, a la gestión ante los poderes públicos de becas para el estudio y perfeccionamiento en Europa y a la organización de espacios donde exhibir sus producciones. Son años en los que, al decir de Julio Payró, “se produjo una positiva afirmación artística de la nacionalidad al surgir toda una generación argentina de pintores, escultores y grabadores competentes que por su saber y su esfuerzo se impuso en el ámbito patrio y suplantó en poco tiempo a los venidos de afuera”. Y para el historiador Roberto Amigo son años en los que “solo el arte podía colocar a la República entre las naciones ‘civilizadas’ para lo cual la riqueza económica sola no bastaba”.
Eduardo Sívori pertenecía a una familia adinerada y fue durante un viaje a Italia, el país donde el arte descuella por sus tradiciones, donde se despertó en su conciencia la vocación por las artes plásticas. Al regresar a Buenos Aires, comienza a estudiar dibujo con Francisco Romero y en 1882 vuelve a viajar a Europa para continuar con su formación. Fue a París, que se estaba convirtiendo en la nueva capital de las artes, y durante dos años se costea estudios que le permitieron consagrarse a la pintura. Tuvo como maestro al pintor, escultor e ilustrador Jean Paul Laurens y se hace presente en el Salón de París con sus obras desde 1886 hasta 1891.
Regresó a la Argentina en 1891. Llegó a integrar la Comisión Nacional de Bellas Artes y fue profesor y director de la Academia Nacional de Bellas Artes. Su obra es abundante. Calcula haber producido alrededor de mil cuadros entre óleos, acuarelas, pasteles y dibujos. Abarcó diversos temas como retratos y motivos campestres. Su pintura es luminosa, sensual en su factura, agradable para las sensaciones y adaptada para la decoración de los interiores de las casas de la burguesía. “Nunca pinté mis cuadros con la idea de venderlos, porque no necesitaba la profesión para vivir, sin que por esto hayan dejado de alcanzar buenos precios”, dijo alguna vez.
Examinemos algunas de sus obras.
Es El Despertar de la Criada, sin lugar a dudas, la más importante de todas sus producciones. Fue presentada en el Salón de París en 1887. Una pintura que el mencionado Pagano ve como revolucionaria. En la Argentina despertó las más variadas críticas. El desnudo causaba escozor, pero no por el desnudo en sí mismo. El arte occidental conocía el desnudo desde el Renacimiento (para no hablar ya de las esculturas griegas). Pero eran desnudos de dioses y diosas. En la pintura de Sívori se trataba del desnudo de una criada, de una trabajadora doméstica, de una sirvienta. Nos encontramos frente a un desnudo femenino donde la pobre mujer se encuentra sentada en la cama al momento de estar por vestirse para iniciar su jornada de trabajo. Fue considerado de un naturalismo crudo, hasta si se quiere de mal gusto y que no podía ser exhibido en público. Solo lo podían apreciar en privado, en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, un grupo de entendidos que suscitaron polémicas, aprobaciones unos y rechazos otros que incluso ponían en duda su calidad artística. Hasta se llegó a calificar de pornográfica esta obra que proponía tomar distancia de las bellezas ideales de los desnudos de las diosas y poner la mirada sobre el cuerpo de una mujer concreta y, para colmo, de una trabajadora doméstica. No hay delicadeza en ese cuerpo, en esas piernas, en esos pies al momento de recibir las medias. Estamos en presencia de una mujer de tierra adentro, tal vez de una campesina, arribada a la gran ciudad y empleada como sirvienta. En cierta medida era como un cachetazo a la pulcra burguesía, a la pulcra señora de la casa para la que trabajaba esta sirvienta. Todavía en 1910, Eduardo Schiaffino calificaba de excesiva esta pintura. Hoy ocupa un lugar preferencial en las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes. El Despertar de la Criada forma parte de las pinturas en las que Sívori abordó “temas humildes” que lo llevaron a representar prostitutas, ancianos, familias campesinas, trabajadores.
En Primavera, de 1914, nos encontramos frente a una mujer dulce y atractiva representada en posición sedente en el patio de una casa. El blanco del vestido, las medias y los zapatos negros, el cabello castaño que cae hacia la espalda, las manos y las piernas cruzadas… Todo ello constituye una representación donde lo central es el descanso, el solaz. Es bella y armoniosa la figura de esta mujer. En suma, nos encontramos frente al retrato de una joven vestida de blanco en plena luz de un día primaveral sentada en un patio criollo. Los patios eran espacios de sociabilidad porque eran, especialmente en primavera, el ámbito donde la señora de la casa recibía a sus parientes y amigos. Ciertamente, la jovencita no es la señora de la casa. Es como una alegoría del despertar de la naturaleza cuando llega el tiempo de la primavera, la estación en que la naturaleza florece. Y si Primavera es una alegoría del despertar, hace contrapunto con El Despertar de la Criada. Sórdida y oscura esta, aquella luminosa (color blanco de la vestimenta) y alegre (el sentarse plácidamente en el patio de la casa). Pagano, a quien otra vez citamos, señala sobre el cromatismo de esta obra que “el pintor va a los acordes por la calidad y llega a definir una fina relación de valores resumidos en gamas claras.”
El Taller, de 1891, presenta un contrapunto entre la figura del pintor, al que vemos en posición sedente, vale decir, sentado, ante su caballete, mientras tiene el pincel entre sus manos, y la joven campesina, que se halla semidesnuda, de pie. Es su modelo. Y ambos están envueltos en una luz suave, intemporal, que parece bañar la escena desde el ventanal que tiene el estudio del artista. En suma, sorprendemos al pintor en pleno trabajo, en plena acción, cuando está creando su materia artística. Es el momento en que el artista, como creador, da a luz su obra de arte. Es la factura del lienzo visto en el momento en que recibe la mano del pintor. El ya citado Amigo sostiene en relación a esta pintura que “la iconografía, el artista con la modelo, es tópico de la pintura del siglo XIX”.
Eduardo Sívori salió a la naturaleza en búsqueda de la verdad de la luz y los colores que esta presenta. En la pintura de paisajes que se practicaba en la Argentina fue un innovador. Específicamente, en Tabeando en la pulpería, de su serie pampeana, se divisa hacia el centro una pulpería, que era una especie de almacén donde se comercializaban diversas mercancías, tanto alimentos como tabaco, lazos y rebenques, vinos y ginebras, plumas de avestruz. Las pulperías eran también espacios de sociabilidad donde gauchos y orilleros jugaban a las cartas, a la taba u organizaban carreras de caballos. En todo caso, eran ámbitos a veces ríspidos para las autoridades debido a las reyertas, peleas en los juegos y sobre todo de los entretenimientos de los tipificados como “vagos” por rehuir el trabajo en las estancias. Como en todos sus paisajes, los referenciados con la pampa tienen un sentido evocador. Así abordó el reto de incorporar a esa inmensa y desierta llanura a la pintura de la nación. Si Echeverría convirtió a la pampa en sujeto de la literatura, Sivorí la haría sujeto de la pintura.
Fuentes consultadas:
Amigo, Roberto (2011). Grandes Pintores del Museo Nacional de Bellas Artes: Eduardo Sívori, Buenos Aires, MNBA/Clarín.
Payro, Julio E. (1988). “La Pintura” en AAVV. Historia General del Arte en la Argentina. Tomo VI. Buenos Aires, ANBA.
Pagano, José León (1937). El Arte de los Argentinos. Tomo 1. Buenos Aires, Edición de Autor.