Durero y el Renacimiento en Alemania
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen 520 años del nacimiento en Nüremberg de Alberto Durero, pintor y grabador que se constituyó, por su obra, en el principal representante del Renacimiento alemán. Si tenemos en cuenta sus grabados en madera y cobre, fue uno de los principales exponentes de esta técnica.
A principios del siglo XVI, Germania se nos presenta constituida por un conjunto de microestados, fragmentación típica de los señoríos feudales. Pero Germania era también el centro del Sacro Imperio Romano-Germánico. El emperador, por entonces de la casa de los Habsburgo, se encontraba en una situación debilitada para desarrollar un proceso de centralización y unificación capaz de dar origen a una monarquía absoluta como forma de organización política del Estado nacional. A ello se le sumó, como factor de debilitamiento de una posible autoridad central, la Reforma Protestante, que dividió a la cristiandad occidental en católicos y protestantes. Muchos príncipes adhirieron al protestantismo para apropiarse de los feudos y otros bienes de la Iglesia católica, a la par que luchaban contra el emperador, católico por su fe religiosa. Para complicar el panorama político, la lucha de los campesinos contra las diversas formas de la opresión y explotación feudal provocó las guerras campesinas que el reformador Lutero no vaciló en impugnar y cuya represión avaló. Así era el mundo germánico que conoció Alberto Durero.
Al lado de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel, los más grandes exponentes del Renacimiento, Durero fue el único no italiano que se constituyó en expresión del nuevo arte de este periodo. Fue, antes que pintor, dibujante y grabador. Sin embargo, fue también evidente para los grandes exponentes de la pintura veneciana que Durero fue no solo un gran dibujante sino también un gran pintor. Legítimo hombre del Renacimiento, fue también un erudito, como lo prueban sus meditaciones y observaciones empíricas acerca de los fundamentos de la belleza. Asimismo, y dada su raigambre germánica, Durero unió los principios de la tradición gótica con los del Renacimiento italiano, síntesis que otros artistas no pudieron lograr. Había aprendido el oficio de orfebre con su padre y luego ingresó en el taller de Michael Wolgemut, que lo relacionó con la pintura de Martin Schongauer.
Para su formación y desarrollo artístico, fueron importantes sus viajes a Italia y Flandes. “Estudió a fondo a los artistas italianos, en particular su reproducción del espacio y de las formas del cuerpo, así como el tratamiento del color. Recibió influencias sobre todo de Andrea Mantegna y de los Bellini. De esta forma se convirtió en el lazo de reunión más importante entre el arte del sur y del norte de Europa y sentó las bases del Alto Renacimiento en Alemania”, señalan Christiane Stukenbrock y Barbara Töpper.
Durero pudo mantener un equilibrio entre culturas tan diferentes como la germánica y la mediterránea, y supo hacerlas suyas. Se interesó por la geometría y las proporciones matemáticas, observó atentamente la naturaleza y, a esta aptitud por las ciencias lógicas y naturales, le sumó un gran sentido de la historia. Todo ello revela que en él se daba ese espíritu de curiosidad intelectual, de búsqueda de la verdad y, si se quiere, hasta de inconformismo con las tradiciones heredadas, que caracterizaron a los hombres del Renacimiento.
Leemos en Viaje a las ciudades del arte, en el tomo dedicado a Munich y a Durero: “La calidad de las obras de Durero y su prodigiosa producción artística influirán sobre la mayoría de los artistas alemanes de las generaciones posteriores que no podrán ya evitar trabajar bajo su manto. Aunque Durero se autorretrató muchas veces durante su vida, la primera vez lo hizo a la edad de 13 años, en 1484. Es en este autorretrato como Ecce Homo, realizado en 1500, que alcanza expresión de dolor, de sufrimiento. Es 'la humanidad como símbolo', con esa mirada que desnuda el alma de parecidos rasgos con Cristo Salvador, donde se ve más claramente una demostración de gran amor por los hombres y su infinita madurez y grandeza”.
Analizaremos ahora algunas de sus obras.
La posibilidad de autorretratarse, o sea de representarse uno como individuo en una imagen, depende en primer lugar o sobre todo de que exista el individuo como sujeto social, y ello solo se dio con la disolución de las formas sociales propias del feudalismo y el surgimiento de las ciudades, en las cuales se reunían individuos procedentes de distintos feudos. El desarrollo de las relaciones mercantiles y dinerarias como nexo entre productores y consumidores gestó una nueva economía y una nueva sociedad en las ciudades burguesas. Entonces la presencia del individuo en la sociedad contribuye a explicar el desarrollo del autorretrato como género plástico. En Autorretrato, de 1498, se ve a un Durero joven y de llamativa elegancia. Stukenbrock y Töpper afirman que es “el primer artista occidental que se pintó a sí mismo en una serie de autorretratos”. Y agregan: “Estas obras no solo muestran su evolución como persona humana sino que constituyen también un interesante documento de su evolución artística: de artesano experto a pintor consagrado”.
En Autorretrato con pelliza, de 1500, el artista revela una mirada penetrante y una expresión de altivez. Coincidimos con la descripción general de Stukenbrock y Töpper: “La vista frontal y simétrica, así como la perfección de las proporciones, remiten a los Acheiropoietem, retratos de Cristo, ‘que no parecen pintados por mano humana’, y a las representaciones medievales de Jesucristo. Con ello Durero admitía la idea renacentista de que el artista se siente inundado por una fuerza de creación divina”.
Lamento por Cristo muerto, del año 1500, es una tabla en la que la naturaleza es tan solo el soporte del Cristo. Las oscuras nubes que amenazan tormenta, la luz mágica, reflejan el estado anímico de los personajes que lamentan la muerte del Mesías.
En Retrato de su madre, lápiz sobre papel, de 1514, el artista dibujó a su madre con devoción y cariño, pero al mismo tiempo con la cruel sinceridad que el paso de los años, la vejez, ejercen sobre el rostro de una mujer. No podemos decir que haya fealdad en la representación de la madre. Se trata de la belleza de los últimos años de la vida, la belleza de los “abuelos”, contemplada por un hijo devoto y cariñoso.
Liebre es una acuarela de 1502. Se trata del estudio de una liebre. Las orejas tensas y paradas, en atención a cualquier peligro. Los bigotes que parecen desplegarse al viento. La posición general agazapada, que la coloca en una situación que puede ser previa a cualquier amenaza a su vida y de salir a la carrera huyendo del depredador. Los ojos que avizoran el horizonte. En suma, un estudio que revela, a través de la liebre, esencias del mundo animal.
En Jesús entre los doctores, óleo sobre tabla de 1506, la juventud y lozanía de Jesús contrasta con la vejez de los doctores, hasta tal punto que uno de ellos parece cadavérico. Es la transformación del mensaje de Dios. Es el Nuevo Testamento (juventud de Jesús) que renueva y da otra perspectiva a la alianza de Dios con su pueblo formulada en el Antiguo Testamento (vejez de los doctores). Es el nuevo Israel (el pueblo cristiano) que desplaza al antiguo Israel (el pueblo hebreo).
En Desnudo femenino con bastón, pluma y tinta de 1498, vemos la suavidad y firmeza de los trazos del dibujo, la precisión en la representación del cuerpo, la melancolía del rostro. Todo se combina para hacer de este dibujo una obra excelsa.
Retrato de un Clérigo es un óleo sobre papel de 1516. Representado de busto y casi frontalmente, con hábito oscuro y gorra, este clérigo mira con atención a un horizonte donde podemos imaginar a los futuros contempladores del retrato. Les está transmitiendo un mensaje duro y, si se quiere, hasta cruel pero necesario para una humanidad cristiana sumida en la crisis de la Reforma.
En San Miguel luchando contra el dragón, grabado en madera de 1488, el San Miguel de Durero está luchando inexorablemente contra el dragón. Emplea ambas manos en un supremo esfuerzo para hundir una gran lanza en el cuello de la criatura y su poderoso ademán domina toda la escena. En torno a él están sus huestes, otros ángeles bélicos. Están combatiendo con arcos y flechas a los diabólicos monstruos del Apocalipsis. Las fantásticas apariencias de los monstruos desafían toda descripción. Bajo ese campo de batalla celestial, hay un paisaje sereno y reposado. Se trata de una imagen visual que se corresponde con lo dicho en Apocalipsis 12:7-8: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatiendo con el dragón. También el dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos”.
Sus estudios y apuntes revelan que igualmente era su propósito contemplar la belleza de la naturaleza. Parece ser que Durero se concentró para lograr alcanzar una maestría en todo lo que hace a la imitación de la realidad. Todo ello apuntaba a alcanzar una visión verista de los temas abordados en sus trabajos. Hierbas en un prado, acuarela de 1503, como la ya mencionada acuarela Liebre, se nos presenta entonces como un estudio de la naturaleza, pero que trasciende a la naturaleza misma, ya que la destreza adquirida en la representación se pone luego al servicio de temas sagrados, como lo ejemplifican sus estampas y grabados.
En Natividad, grabado de 1504, el rol central es desempeñado por una casa destartalada donde se produce el nacimiento de Cristo, una casa que es ciertamente humilde, como queriendo anunciar desde un principio la cualidad de la humildad como señero valor de la condición humana. Nos está diciendo que desde que nacemos en nuestra familia debemos aprender, todos y cada uno, a ser humildes en nuestras relaciones, porque así fue Dios en su nacimiento entre los hombres.
En Adán y Eva, grabado de 1504, nos encontramos con los padres del género humano en su desnudez e inocencia, la cual ya están perdiendo por la diabólica tentación de la serpiente y el fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal. Las hojas de parra que cubren sus sexos nos están indicando el avance de la vergüenza, no solo en la relación con Dios, sino también en los vínculos humanos. Adán y Eva, imagen y semejanza del Creador, ya no podrán reconocerse como tales.
Este recorrido que hemos realizado sobre unas pocas obras de Durero nos muestra su versatilidad, su interés por temas sagrados, sus estudios de la naturaleza y su indagación sobre sí mismo.
Fuentes consultadas
AA.VV. Viaje a las ciudades del arte. Munich, Durero, Madrid, Descubrir el Arte, s/d.
Chadrabar, R. y otros. Renacimiento y humanismo, Buenos Aires, Cartago, 1965.
Gombrich, E.H. La Historia del arte, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999.
Stukenbrock, C. y Töpper, B. 1.000 obras maestras de la pintura, H.F. Ullmann, 2005.