Desde los cielos luminosos de Villa Ortúzar
- Escrito por Victor Pais
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Ni la ciudad, y menos Villa Ortúzar, pueden dejar de reconocer a José Portogalo como uno de sus poetas esenciales. Prolífico autor y hombre de innumerables oficios, al cumplirse hoy el cincuentenario de su fallecimiento, estimamos oportuno reproducir aquí el trabajo que realizamos para la edición impresa de Tras Cartón de septiembre de 2013 en ocasión del 40° aniversario de su partida.
Grito de rebeldía contra un orden injusto. Canto que anuncia un porvenir luminoso. Música del lenguaje. Celebración de los rituales cotidianos de la vida. Ponderación de la amistad en su sentido pleno. Todos estos rasgos podrían aproximarnos a una configuración del universo poético de José Portogalo. Sólo aproximarnos, porque ese universo es tan vasto y rico que nos demanda aún muchas más lecturas para definirlo con mayor justeza.
Marcado por su cuna humilde y su condición de inmigrante (llegó a Buenos Aires desde Calabria con su madre cuando apenas tenía cuatro años), Portogalo transitó por varios oficios: albañil, florista, lustrabotas, vendedor ambulante, portero de escuela, periodista… Toda esta experiencia, lejos de haber postergado su vocación poética, la potenció, porque ella estaba indisolublemente ligada a su sentido de pertenencia a la clase trabajadora. En muchos de sus poemas juveniles, Portogalo canta con exaltación desde un “nosotros” que se apresta para ejercer la violencia revolucionaria como único modo de cambiar el mundo. Así de explícitos son los versos de Tumulto: “Al carajo con todas las parábolas bellas. / Al carajo con todos los escrúpulos sordos. / Presentemos las armas proletarios del mundo / y a tiro limpio, firmes, vaciémosles los ojos”.
Influenciado, entre otras, por las lecturas de Federico García Lorca, Pablo Neruda y Enrique Banchs, Portogalo, que incluso hasta tuvo que exiliarse en Uruguay durante unos años por lo “escandalosos” que resultaban sus poemas para el gusto de la burocracia cultural de la década infame, abandona su impaciencia furiosa y comienza una etapa en la que se inclina por ahondar en su veta más lírica, presente desde Tregua, el primero de sus libros editado en 1933. De ahí en más será permanente el refinamiento de su lenguaje poético.
Una bella síntesis de su madurez creativa la podemos encontrar en la Oda elegíaca del padre que llevó una aurora en los hombros. Allí el poeta le habla a su padre muerto (el padre que lo crio con amor y no el biológico que lo abandonó; el padre verdadero, en fin, y del que tomó su apellido como propio): “Para que me comprendas no quiero el epitafio / ni quiero la agonía de las lágrimas; / no quiero ese esqueleto, esa tumba de barro, / sino el aire, la lluvia, el baldío, la parra; / no quiero para ti la piedra, sino el árbol, / sino el humo, la sal y las campanas; no quiero el trapo negro, sino el hombre / que conmigo conversa cuando tú me acompañas; / quiero la mariposa, el acordeón, la esquina, / el sol que se aglomera entre las tapias, / los patios con un fondo donde el gallo comenta / el ¡buen día! golpeándose las alas; / quiero el mate, su sorbo conversado entre amigos / y los ferrocarriles que suman la distancia / el cereal que se dora madurando hacia el cielo, / aquella golondrina y este perro que ladra”. Como se puede apreciar, el receptor que subyace por detrás de su padre muerto son todos los hombres de su tiempo y de los tiempos venideros, y el mensaje condensa los valores de su vida y de su poética.
Portogalo se encontraba unido por una estrecha amistad y por una profunda afinidad ideológica con Raúl González Tuñón, uno de los vates más notorios de esta ciudad. En una conmovedora semblanza en la que este da testimonio de esa relación, a propósito de la identidad barrial en la poesía de su amigo, señala: “(…) así como Carriego es el poeta de Palermo, Portogalo siempre siguió siendo fiel a los amplios patios y a los cielos luminosos de Villa Ortúzar. Ya esos patios desgraciadamente han desaparecido. Esos patios desaparecieron, pero no los cielos luminosos. E incluso si esos cielos hubieran desaparecido y los invadiera una niebla como la de Londres, ellos permanecerían preservados en los poemas de Portogalo de la línea porteñista. Porque él, como todos nosotros, éramos y somos enamorados de nuestra ciudad. La sentimos y la cantamos”.
La fisonomía de la urbe efectivamente ha cambiado y los niveles de enajenación de la sociedad se han acrecentado pavorosamente. Precisamente por eso la poesía es más necesaria que nunca. Y entre ellas la de nuestro querido Pepe.
Fuentes consultadas
Portogalo, José (1982). Los pájaros ciegos y otros poemas. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.