Cien años en el bronce
- Por Miguel Ruffo
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El monumento a Juan de Garay, una de las tantas esculturas que embellecen a Buenos Aires, cumple cien años. Obra del escultor alemán Gustavo Eberlein, fue inaugurado el 11 de junio de 1915, al cumplirse un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad.
La figura de Juan de Garay es de bronce fundido y se realizó en Berlín; está apoyada en una base de granito, donde se hallan dos relieves alusivos a la fundación de la ciudad de Buenos Aires, y su costo fue de 435.000 pesos. El monumento está rodeado por una verja donde se pueden observar los cuatro escudos correspondientes a Vizcaya, Alava, Guipuzcoa y Navarra, ya que se cree que Garay era vasco, aunque llegado muy joven al Río de la Plata. Vemos también un retoño del árbol de Guernica –símbolo del pueblo vasco– que se encontraba en el pueblo de igual nombre y desapareció en 1892 (el actual es un retoño de aquel). El pueblo de Guernica fue bombardeado durante la Guerra Civil Española; un gran cuadro de Pablo Picasso recuerda ese acto de barbarie, y así lo expresa la Carpeta Número 712 “Juan de Garay”, que se encuentra en la Biblioteca y Archivo del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires.
Juan de Garay está representado de cuerpo entero, parado, avanzando el pie derecho respecto del izquierdo. Su brazo derecho se extiende hacia adelante señalando el solar fundacional. Por el contrario, su brazo izquierdo se separa del cuerpo, mientras la mano correspondiente se apoya sobre el sable (una de las armas de la conquista), que pende de su cintura. Lleva casaca y coraza (armas defensivas), su pecho está atravesado por la banda de Capitán General. Cubre su cabeza un yelmo, su barba es tupida y dirige la mirada hacia adelante.
Gustavo Eberlein esculpió su visión “hidalga” de un conquistador español del siglo XVI. Esta es una de las obras de arte que, comisionada en torno a la época del Centenario (1910), nos muestra cómo en el programa monumental conmemorativo se interrelacionaban las esculturas, monumentos y pinturas que evocaban la Revolución de Mayo y la Guerra de la Independencia con aquellas otras que remontaban los fastos de la ciudad a su momento fundacional.
Recordemos que, en el mismo período, el gobierno municipal le encargó al pintor español José Moreno Carbonero la realización del óleo La Fundación de Buenos Aires por Juan de Garay, que se encuentra actualmente en el Palacio Gubernamental de la Ciudad. Asimismo, para 1910, el pintor José Bouchet pintó el óleo La Primera Misa en Buenos Aires, donde aparece representado Juan de Garay entre los conquistadores-colonizadores que asisten a la misa, como acto sacro que consagraba ritualmente el acontecimiento de la fundación. Este óleo hoy se exhibe en el Museo Histórico Nacional.
Con este conjunto de obras pictóricas y escultóricas, se construía un fuerte dispositivo simbólico donde la Revolución, el hispanismo y el catolicismo se entrelazaban para dar cuenta del nacimiento de una nueva y gloriosa nación. Se trazaba así una continuidad entre la conquista española y la Revolución de Mayo. Ya en la época de la Gran Aldea, del Buenos Aires criollo, las Fiestas Mayas, establecidas por la Asamblea del Año XIII, evocaban la Revolución de 1810 y a un mismo tiempo eran fiestas populares durante las cuales la ciudad se conmemoraba a sí misma, ya que Buenos Aires había sido el centro de la revolución. Por otra parte, el antihispanismo de las primeras décadas posteriores a la revolución había amenguado y en la época del Centenario Buenos Aires festejaba simultáneamente la independencia y el origen europeo de la nación.
En otra perspectiva de análisis, dice Juan José Cresto: “En la estatua del fundador de la ciudad se muestra al vizcaíno señalando en la tierra el sitio, como indicando a sus esforzados compañeros que allí levantaría la aldea esperanzada. Pocos hombres de nuestro pasado, de cualquier período y época, gozaron en vida y después de muertos de tantos elogios y de tanta opinión laudatoria concordante. Conductor natural de hombres –hoy diríamos de liderazgo–, representa, no ya al aventurero idealista como Mendoza, sino al labriego-soldado, capaz de plantar con sus manos los primeros pilotes en tierra y, a la vez, empuñar la espada frente a cualquier peligro. Simple, querido y respetado por todos, representa al ‘buen padre de familia’, en quien su gente pudo confiar con seguridad y reposar en él sus esfuerzos y esperanzas. La ciudad, la posteridad, nosotros, en suma, estamos orgullosos del fundador”.
Reparemos en la multiplicidad de significados que emanan de la trabajada materialidad del monumento: ante todo, es la escultura del fundador de la ciudad de Buenos Aires y esto nos proyecta a 1580, cuando nace la segunda Buenos Aires, con el objeto de tener un puerto a orillas del Río de la Plata que actuase como “puerta de salida” de los productos de la tierra; es decir, un puerto que permitiese a las regiones del interior y del Litoral comunicarse directamente con España a través del Atlántico, eliminando la intermediación de Lima; en segundo lugar, la fuerza simbólica que emana de la época en la cual fue erigido: el Centenario, cuando se cumplieron cien años de la Revolución de Mayo y cuando la burguesía dominante pensaba a España no ya como el enemigo godo, sino como la “Madre Patria”; en tercer lugar, su interrelación con obras pictóricas que se plantean el cometido de evocar el momento fundacional de Buenos Aires, de la ciudad que con el correr de los siglos sería el centro del proceso revolucionario que nos llevó a la emancipación; no solo se dotó de visibilidad a Juan de Garay sino a todo el rito de fundación de ciudades en la América española, ritos que apuntaban a la construcción de un cosmos cristiano; y finalmente, por el retoño que acompaña a la escultura, ciertamente a la tradición jurídica de los fueros de los reinos ibéricos, pero también al recuerdo de la barbarie nazi que se arrojó sobre los pueblos de España, que se encuentran entre los primeros en haber luchado con las armas contra el fascismo. En suma, un monumento cuyos significados nos hacen recorrer con la mirada toda una serie de procesos que van del siglo XVI al XX.
El escultor Gustavo Eberlein
De acuerdo a lo que consigna Vicente Gesualdo, Eberlein fue un “escultor y pintor alemán, nacido en Spiekeshausen el 14 de julio de 1847 y muerto en Berlín el 5 de febrero de 1926. Cursó estudios en la Escuela de Arte de Nüremberg, con Blaser. En 1887 fue nombrado miembro honorario de la Academia de Bellas Artes de Berlín. En los primeros años del siglo XX estuvo de paso en Buenos Aires y, con motivo del Centenario de la independencia argentina, le fue encargada (por Adolfo P. Carranza, primer director y fundador del Museo Histórico Nacional) la realización de varias estatuas. Hizo la de Juan José Castelli, emplazada en el parque Chacabuco (sic Plaza Constitución); la de Juan de Garay (en Leandro Alem y Rivadavia); Bernardo de Monteagudo, y el basamento y las figuras de bronce que adornan la estatua ecuestre del general San Martín en Buenos Aires”.