Cándido López, pintura y paisaje
- Por Miguel Ruffo y María Inés Rodríguez Aguilar
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Hoy se cumplen 120 años de la muerte en Baradero de Cándido López, pintor argentino que sobresalió como paisajista. En su obra el paisaje revela toda su significación en la potencialidad expresiva de los símbolos. Había nacido en Buenos Aires el 28 de agosto de 1840. El presente trabajo puede considerarse como complementario de un artículo que publicamos sobre el artista en 2020 bajo el título “Cándido López, pintor y soldado”.
Las pinturas de Cándido sobre episodios de la guerra del Paraguay pueden ser pensadas como paisajes leídos en clave simbólica. Cándido fue protagonista de la guerra hasta que, en la batalla de Curupaytí en 1866, herido en su mano derecha por una granada, el médico tuvo que amputarle el antebrazo y dejó los campos de batalla. Ya inválido, hubo de reeducar su mano izquierda y con ella pintó la guerra valiéndose de los croquis y bocetos que había trazado durante la contienda. Aunque él declaró que estas pinturas no tenían pretensiones artísticas, al exhibirlas en el Club Gimnasia y Esgrima y tornarse públicas, ya el diario La Prensa no solo las valorizaba como obras de arte, sino que destacaba el ojo de paisajista que tenía Cándido.
Recuperado el pintor para la historia del arte a partir de los trabajos de José León Pagano, se valorizó la dimensión paisajística de su obra. Así el propio Pagano señaló: “López (…) nos da del paisaje versiones de una objetividad tan minuciosa como precisa. Él ve el bosque y el árbol, contrariando el decir del dicho. El bosque, el árbol, la rama, las hojas, con análisis prolongados, sin impaciencia y sin prisa, como quien dispone del tiempo, haciéndolo su aliado. Así los juncales y el rizado del agua, y las briznas de yerbas, lo grande y lo minúsculo, la masa de tropas, ya en tierra firme, ya en un vado”. Félix Luna ratifica el concepto: “El exuberante paisaje es un marco que da el tono preciso a cada una de sus creaciones: los bosques, los árboles aislados, los ríos y los arroyos. La descripción pictórica de la naturaleza inscribe cada una de sus creaciones en su necesario entorno. No busca el virtuosismo ni pretende hacer alarde de su arte”. De la misma opinión es Sylvia Iparraguirre: “No hay en sus cuadros ni héroes ni vencidos ni la exaltación de las facciones. Solo altos árboles de maravilloso follaje (…) Gloriosos amaneceres sobre los palmares, cruces de ríos y barcos perfectos balanceándose en las orillas del Paraná”.
Nos encontramos pues frente a paisajes y ellos pueden ser analizados desde el punto de vista de los símbolos. Cabe preguntarnos qué significan esos cielos, esos bosques, esas aguas y adentrarnos en los significados posibles a ser construidos a partir de los significantes presentes. Los cielos como moradas de Dios; los bosques como la madre selva, como la naturaleza fértil y rebosante de verdor; las aguas como fuente de la vida; todo el paisaje como útero, como principio de la vida en contraposición al principio de la muerte dado por la guerra que están protagonizando los soldados. Una naturaleza exuberante, la proliferación de los verdes, lo agreste del paisaje, los cielos entristecidos con sus formaciones nubosas, lo celeste-azulado que se desdibuja en cielos por momentos grisáceos… Todo ello nos coloca frente al flagrante antagonismo de la vida y la guerra y, con ella, la posibilidad cierta de la muerte expresada en los cambios lumínicos entre la naturaleza y la guerra.
Vayamos ahora a nuestro recorrido virtual.
En Velatorio del primer soldado muerto, perteneciente al batallón de Guardias Nacionales San Nicolás, óleo sobre tela realizado entre 1887 y 1902, vemos un cielo oscuro y cubierto en su mayor parte por nubes donde se destaca una luna llena. Esta fase lunar representa o simboliza, en la perspectiva de Robert Graves, el “amor y la batalla”. Esta unidad contradictoria entre el amor y el batallar solo encuentra validez en la lucha por el amor de una mujer. Pero el soldado ha encontrado la muerte en una guerra fratricida, alejado de todo sentimiento amoroso. El color blanco de la tela que conforma la carpa donde el soldado está siendo velado expresa la iluminación en el último instante de la vida del sentido de esta: el amor entre los hijos de un mismo Dios. Por eso el cielo, que representa a la divinidad, está expresado por la oscura noche que, cual tiniebla del mundo, halla en las nubes que la atraviesan la congoja de Dios ante la muerte entre hermanos.
En Vista del interior de Curuzú, mirado de aguas arriba (Norte a Sur) el 20 de septiembre de 1866, óleo sobre tela de 1891, encontramos un primer plano donde se destacan los árboles del bosque y un segundo plano en el que se recorta el cielo diurno. En el bosque, el ajetreo de los soldados, el trabajo diario del campamento para la guerra, y en él vemos desde el traslado de pesados fardos hasta la pesca en el río. Pero en esa vida agitada está presente, como anunciando futuras tragedias, la muerte. Árboles tronchados, derribados, han visto cortada su vida por el accionar de hombres extraviados por las pasiones de la guerra. Y así la cruz cristiana, junto a uno de los árboles talados y al lado de un gran cañón que apunta hacia el río, anuncia la contradicción con el principio de la vida, con la fuerza vital, anunciada por los árboles, el agua y el cielo y por todo el verdor de una vegetación que azorada debe asistir a la mortandad generada por el hombre. Todos los troncos apilados al centro de la composición son como las miles de vidas arrebatadas por la guerra. Y así tenemos los grupos de tumbas, señaladas con simples cruces de madera, que corren paralelas al terraplén de tierra.
Lo primero que destacamos de Ataque de la escuadra brasileña a las baterías de Curupaytí el 22 de septiembre de 1866, óleo sobre tela de 1901, es su tonalidad oscura, las humaredas grisáceas de los disparos de los cañones, el cielo donde el humo de los disparos y las nubes tienden a confundirse, a encapotarse, a alejarlo de la mirada de los hombres. La frondosa y verde vegetación que cubre la totalidad de una de las orillas hace, por su condición de fuerza vital, contrapunto con las aguas de un río donde el disparo de los cañones de los barcos revela el principio de la muerte. Por ende, la batalla nos coloca en la más límite de todas las condiciones humanas: la muerte.
En Campamento argentino en los montes de la costa del río Paraná, frente a Itapirú, abril 12 de 1866. Provincia de Corrientes, óleo sobre tela realizado entre 1876 y 1885, vemos cómo en una naturaleza pródiga, en el seno del bosque, se ha instalado el campamento militar. Podemos imaginarnos el ajetreo de la vida cotidiana de los soldados. Tal vez un viento agitaba las hojas de los árboles y arbustos, la luz del sol se introducía en el tupido bosque, el cielo podía invitar al goce estético de la naturaleza. Pero nada de esto constituye la realidad del campamento. Este es simplemente un parate de las acciones bélicas que habrán de reiniciarse en un futuro próximo. Las pequeñas fogatas, el fuego, no están para alumbrar la experiencia de la vida, sino como anuncio de nuevas batallas, porque nos encontramos frente a un campamento para la guerra.
Nos detenemos finalmente ante Batalla de Tuyutí, 24 de mayo de 1866. República del Paraguay, óleo sobre tela realizado entre 1876 y 1885. ¡Qué flagrante contraposición entre la vida del bosque y la muerte de la guerra! Los árboles están como cubriendo un acto humano contrario a la vida que ellos representan. Un cielo celeste y casi cristalino está como llamando a los hombres a detener el impulso bélico, como inquiriendo a los árboles para llamar a la cordura de los hombres. Vida y muerte, pero no como resultado del ciclo vital, sino como producto de los fuegos de la guerra.
En suma, estamos frente a pinturas que no son un simple recordatorio de acciones de guerra. Ellas expresan contradicciones, antagonismos, polaridades entre el bullir de la vida presente en la naturaleza y el drama de la muerte que, horadando la vida, hiere y lastima a la fuerza vital. Pensamos que la naturaleza opera como un gran útero y hace un llamado para que los hombres recapaciten y no viertan la sangre en una contienda que no cabe entre hijos de un solo Dios.
Fuentes consultadas
Iparraguirre, Sylvia (2001). “Cándido López”, en AA.VV., Pintura argentina. Cándido López. Buenos Aires, Banco Velox.
Luna, Félix (2001). “La Guerra del Paraguay”, en AA.VV., Pintura argentina. Cándido López. Buenos Aires, Banco Velox.
Pagano, José León (1937). El arte de los argentinos, Tomo 1. Buenos Aires, Edición de autor.