Berthe Morisot, dama y pintora
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen 180 años del nacimiento en Bourges de la pintora francesa Berthe Morisot. Discípula de Camille Corot y cuñada de Édouard Manet, fue la primera mujer en pertenecer al círculo impresionista. Por su audacia creativa y el talento con el que la desplegó, se la recuerda como “la gran dama de la pintura”.
Adentrarnos en la obra de Morisot nos lleva a la más amplia cuestión de los vínculos o relaciones entre la mujer y el arte. En este sentido, cabe decir que las mujeres estuvieron siempre presentes en el arte. Presencia que asumió dos formas. Por un lado, la mujer-objeto, particularmente en los desnudos: objeto de la mirada masculina y reducida a la manipulación de su cuerpo y su sexualidad. Por el otro, la mujer como creadora o productora de arte. La mujer asumiéndose como artista, mirando al mundo desde sus perspectivas y muchas veces luchando contra las formas patriarcales de las sociedades de clases.
Mujeres artistas las hubo en todas las épocas. Ya están presentes en la pintura desde la Antigüedad. Sin embargo, según afirma Amparo Serrano de Haro, “la historiografía clásica las presenta como excepciones a la regla, seres más exóticos que extraordinarios, casi del mismo orden que los perros sabios, los loros poetas o los monos matemáticos”. En efecto, no debemos perder de vista que la historiografía del arte fue cultivada por varones y que, en sus formas tradicionales, no podía perder sus formas patriarcales en la comprensión de las artistas. Por eso, las mujeres pintoras se les presentaban a estos historiadores no solo como una excepción a la regla, sino como una excepción exótica, que salía de los cauces de la “normalidad”. “No es que las mujeres artistas no hayan existido, sino que no han sido reconocidas como tales ni han sido valoradas por la posteridad. Ni reconocidas ni imitadas”, continúa Serrano de Haro.
Las mujeres fueron invisibilizadas por la historiografía del arte. En la historia, la práctica artística limitó a las mujeres a géneros menores dentro de la clasificación de las artes. La pintura de historia, que las academias consideraban la forma superior entre los géneros de la pintura, estaba vedada para las mujeres. Se habló de una pintura o de un arte femenino como si la condición de mujer empujase a esta a circunscribirse a un arte familiar y de intimidades. “Así puede explicarse el éxito de Berthe Morisot en medio del vilipendio crítico que sufrió el grupo impresionista”, sostiene Serrano de Haro. Y agrega: “La temática doméstica, con retratos informales de familiares, diversiones sencillas y paseos en el campo era ajena al aspecto épico, sublime, intelectual, grandioso que debía reflejar la pintura masculina por definición”, vale decir, la pintura de historia. Por eso, lo que hubiera sido calificado de ridículo y deleznable en artistas varones, fue aceptado e incluso alabado en Morisot, y posteriormente en otras pintoras impresionistas, concluye Serrano de Haro. En efecto, como el impresionismo no cultivó la pintura de historia y produjo una renovación de los temas de la pintura desarrollando marinas, paisajes, paseos campestres, abrió en la práctica espacios que pudieron ser cubiertos por mujeres.
Analizaremos ahora algunas de las obras de nuestra artista.
En La Cuna (1872), con una gran dulzura, la joven madre observa con tranquilidad a su pequeño hijo recostado en una cuna cubierta por transparentes tules. Toda la composición transmite serenidad. Es la apacible maternidad, el más puro de los sentimientos humanos, presentado en esta pintura por la artista. Parece estar diciéndonos que no hay nada más noble, nada más puro que una madre. Este lienzo es sumamente lírico por su calor humano. La Cuna, entonces, sintetiza la imagen de una madre.
En Vista de París desde el Trocadero (1872) vemos, en un primer plano, dos mujeres y una niña. Las dos primeras revelan un contrapunto cromático entre el negro de una de las señoras y la claridad del vestido de la otra. Por detrás de la baranda y a lo lejos, separada por un espacio verde, se dibuja la ciudad de París, en la que se destacan algunas torres y cúpulas. Sorprende la audacia con que plasma las diversas formas de la naturaleza, los matices y reflejos de los colores y la transparencia del aire.
Cuando contemplamos En una casa de campo junto al mar (1874), el mar se nos presenta estimulando un sinnúmero de sugerencias y de sentimientos a esa mujer y a esa niña que lo observan. La serenidad del mar, un oleaje que casi no se distingue, nos habla de su bondad y mansedumbre. El cielo blanquecino con destellos de celestes acompaña los sentimientos sugeridos por el mar.
En La Lectura (1869-1870), las modelos son la madre de la artista, vestida de negro, y su hermana Edma, vestida de blanco, esperando su primer hijo. Cuenta Belinda Thomson que “Morisot había sentido escrúpulos al enviarla al Salón como una obra suya, puesto que Manet había hecho varias alteraciones en la falda y la cabeza de la señora Morisot”. No obstante fue aceptada y expuesta allí en 1870.
En Lectura (La hermana de la artista) (1873), Edma, sentada en forma apacible, se concentra en la lectura de un libro, mientras un paisaje enmarca su posición sedente. Los contrastes de colores que se dan entre el verdor de la vegetación y la tonalidad blanquecina del vestido de Edma contribuyen a resaltar los valores cromáticos de la pintura. Es claramente discernible la relación figura (Edma) – fondo (paisaje).
Sobre Barcas en construcción, señala Belinda Thomson que Morisot expuso este estudio en la Segunda Exposición Impresionista entre un grupo de once paisajes similares que representan puertos y barcas. Y la historiadora apunta: “Los críticos los ignoraron y se centraron, en cambio, en los encantadores estudios de mujeres de Morisot. Aunque era una pintora sin prejuicios, se encontró cada vez más estereotipada y limitada a representar lo que se juzgaba apropiado para una pintora”. Aquí vemos cómo la recepción de su obra está atravesada por los criterios que los críticos, todos ellos varones, tenían de lo que llamaban desdeñosamente arte o pintura femenina. No podía escapar la obra de Morisot a los prejuicios que el patriarcalismo de la sociedad burguesa tenía respecto del rol de las mujeres en la sociedad y en el arte.
La obra Día de Verano (1879) fue expuesta en la Quinta Exposición Impresionista. Vemos en un bote de remos a dos mujeres elegantemente vestidas que están disfrutando de un paseo en el lago artificial del Bois de Boulogne, que formaba parte de las transformaciones urbanísticas introducidas por el Barón de Haussmam en París en la época del Segundo Imperio, cuando Francia se encontraba bajo la égida de Napoleón III.
Respecto de Copia de detalle de “Venus en la fragua de Vulcano” de Boucher (1884), que es una copia de una pintura de tema mitológico, nos dice Thomson: “Morisot volvió a su ejercicio de estudiante de copias en el Louvre. Con el fin de realizar esta copia libre de una alegre decoración rococó de Boucher, la instaló en su nuevo apartamento, por encima de un espejo. Más tarde lo sustituyó el pariel decorativo sobre el tema de Bordighera que Monet había pintado a petición de ella”.
Para concluir consignemos que Morisot no solo participó de los Salones del Impresionismo sino que además tuvo en vida una exposición individual de sus pinturas en la galería Boussod y Valadon en 1892 con un rotundo éxito. Un año después de su muerte, ocurrida en París el 2 de marzo de 1895, sus amigos artistas organizaron una muestra retrospectiva de sus pinturas, lo que constituyó un reconocimiento de sus capacidades como pintora.
Fuentes consultadas
Haro, Amparo Serrano de. Mujeres en el arte, Barcelona, Plaza & Janés editores, 2000.
Thomson, Belinda. El impresionismo. Orígenes, práctica y acogida, Barcelona, Ediciones Destino, 2000.