A 125 años de la Revolución del Parque
- Por Miguel Ruffo
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El 26 de julio de 1890 se produjo un levantamiento en Buenos Aires que, si bien fue sofocado militarmente, tuvo consecuencias políticas de largo alcance.
Dice Fermín Arenas Luque: “Una Junta Revolucionaria, presidida por el doctor Leandro N. Alem e integrada por don Aristóbulo del Valle, don Mariano Demaría, don Miguel Goyena, don Juan José Romero y don Lucio Vicente López, dio a conocer un Manifiesto muy violento contra el presidente de la República doctor don Miguel Juárez Celman. Durante el día tronó el cañón incesantemente y la mosquetería. El general don Nicolás Levalle tomó el mando de las fuerzas adictas al gobierno de la Nación y se situó en la Plaza del Retiro, mientras que las de la revolución se ubicaron en la Plaza del Parque”*.
El general Manuel Jorge Campos era el jefe militar de las fuerzas revolucionarias acantonadas en el Parque y le imprimió a las mismas una actitud vacilante y defensiva. Pero como bien señala Lenin –siguiendo a Marx– la defensiva en una insurrección es la derrota de la revolución. ¿A qué se debió esa actitud defensiva? A las componendas entre Campos, Roca y Mitre, que querían desplazar a Juárez Celman de la presidencia y a un mismo tiempo evitar que Alem y la Junta Revolucionaria asumiesen el poder.
Para comprender la Revolución de 1890 lo primero que tenemos que tener en cuenta es que el Estado argentino, desde su propia génesis, fue un Estado burgués, solo que limitado a la burguesía terrateniente. Como en toda clase social, en esta burguesía había diferentes fracciones y focos de conflicto en torno a las prebendas y créditos del Estado y de los bancos privados, y el acceso a estos se veía facilitado por el mayor o menor control que las distintas fracciones ejercían sobre los puestos de gobierno.
Durante el gobierno de Juárez Celman se produjo en el vértice del aparato gubernamental un desplazamiento de ese control hacia fracciones provenientes de la provincia de Córdoba. El propósito de Juárez Celman, afirma David Rock, fue “crear un bastión independiente de la influencia y el control de Roca”. Por eso ubicó a sus acólitos en puestos claves y favoreció a ciertas camarillas regionales gracias a la canalización de los fondos y al reparto de las concesiones para vías férreas. “Esto minó la unidad del PAN [Partido Autonomista Nacional, que controlaba el gobierno] y el precario equilibrio de fuerzas que Roca había logrado. El epicentro político se desplazó de la provincia de Buenos Aires a Córdoba, donde Juárez Celman tenía sus seguidores”, añade Rock.
Las tensiones regionales entre las distintas fracciones de la burguesía terrateniente se extendían a las diferentes zonas de la provincia de Buenos Aires. “El nuevo partido [la Unión Cívica Radical] –continúa Rock– se hallaba integrado por grupos escindidos del patriciado y que por una u otra razón estaban descalificados, a causa de sus vínculos anteriores, para unirse a Mitre, Pellegrini o Roca. En términos generales o de posición social, poco había en ellos que los diferenciase de sus rivales [de la Unión Cívica Nacional]. A lo sumo, daban la impresión de ser ‘nuevos ricos’ y de tener sus posesiones a mayor distancia del puerto de Buenos Aires”. Pero este análisis regionalista de Rock corre el peligro de no visualizar los vínculos que ellos tenían con la magnitud de la renta diferencial que cada uno podía apropiarse, y cómo esta puja por la apropiación del excedente económico adquiría la magnitud suficiente para generar una crisis política y una revolución. Para ello es necesario reparar en que la revolución del 90 se inserta en la crisis económica que se desencadena ese año, crisis vinculada al proceso inflacionario, al despilfarro en las emisiones monetarias permitidas por la ley de bancos garantidos, al sector externo de la economía, a la cesación de pagos de la deuda externa y al riesgo que se adquiría de quedar al margen del sistema de créditos y pagos internacionales del capitalismo financiero.
Al respecto, señala Milcíades Peña: “El vertiginoso endeudamiento al capital financiero internacional no beneficiaba a la clase dominante argentina en su conjunto, sino, con un carácter muy particular, a la suboligraquía gestora que actuaba como intermediaria entre el Estado argentino y los banqueros internacionales. Ese grupo, cuyas ganancias aumentaban en la medida que aumentaba su desvergüenza y el monto de la deuda argentina en el exterior, era el verdadero sostén de la política juarista. No la oligarquía en general, sino ese grupo intermediario en particular, lo cual no niega que, mientras el endeudamiento estimuló su prosperidad, toda la clase dominante lo toleró tranquilamente; y no pasó de pequeños arrestos defensivos ni siquiera cuando fue seriamente perjudicada, como ocurrió con la venta del ferrocarril oeste”. Pero sí reaccionó en 1890 ante la virtual cesación de pagos. Este es el trasfondo económico que explica la transformación de la Unión Cívica de la Juventud, surgida en 1889 con el objeto de luchar por la “pureza del sufragio” y por la plena vigencia de las instituciones republicanas, en Unión Cívica en 1890, con la adhesión a la primera de los “grandes de la política nacional”, como Bartolomé Mitre, Pedro Goyena (este y su grupo católico impulsados también a la oposición por el laicismo de la década del 80) y hasta el mismísimo Julio Argentino Roca, a quien nunca mejor que entonces le resultó aplicable su mote de “el Zorro”; en efecto, Roca buscó en un acuerdo con Mitre, que representaba a la fracción comercial de la burguesía dominante, el desplazamiento de Juárez Celman, que representaba al sector más especulativo de la burguesía terrateniente y financiera, para así impedir que Leandro Alem asumiese la presidencia. Ello llevó, después de la renuncia de Juárez Celman y la asunción del vicepresidente Carlos Pellegrini, cuando se debatieron las candidaturas presidenciales para 1892, a la división de la Unión Cívica en Nacional, que respondía a Mitre, y Radical, seguidora de Alem. Este último se proclamó “radical” al impugnar el acuerdo entre Mitre y Roca y por ende la candidatura de Luis Sáenz Peña a la presidencia de la República.
Pero ¿a qué sectores representaba Leandro Alem? Provenía del autonomismo de los 70, y el partido autonomista tenía mayores vínculos orgánicos con la burguesía terrateniente de Buenos Aires. “Además de los grandes propietarios de tierras y ganado –resalta Milcíades Peña–, existía una burguesía predominantemente ovejera. Esta burguesía ganadera, integrada en buena medida por la inmigración vasca, irlandesa y escocesa, radicada en extensiones de 200 a 300 hectáreas en el sur de la provincia de Buenos Aires, había crecido en importancia al compás del desarrollo de la cría de ovejas”. ¿Son acaso estas las fracciones a las que alude Rock cuando se refiere a los sectores terratenientes de la provincia de Buenos Aires que apoyaron al radicalismo? Es posible, pero en todo caso no serían terratenientes, sino una burguesía rural media. ¿Cabe hablar en la revolución de 1890 de una burguesía media que tuvo en este acontecimiento político su carta de presentación? Estimamos que no. En 1890 solo se puede hablar de un despuntar –apenas un despuntar– de la burguesía media urbana. Por otra parte, para 1893, el radicalismo encontrará en la burguesía rural pequeña y media de la provincia de Santa Fe su primer sustento popular.
La revolución de 1890 es el “canto del cisne” de la burguesía terrateniente como “clase nacional”. En efecto, esta, que fue la primera “clase nacional” de nuestra historia (recordemos su actitud ante los bloqueos francés y anglo-francés durante la época de Rosas), ya hacia los 90 había perdido la mayor cuota de sus “rasgos nacionales”. Y volviendo a Milcíades Peña citamos: “Empobrecidos por la crisis económica y amenazados con perder el control del país en beneficio de los prestamistas extranjeros y sus comisionistas nativos, la burguesía terrateniente, los estancieros de Buenos Aires, grandes y chicos, a cuyo conjunto denominaremos ‘productores nacionales’, esbozó algunos planteos nacionalistas”.
Solo nos resta señalar que la crisis de 1890 es la crisis constitutiva de lo político como problema. Efectivamente, tras los sucesos del 90, se constituyó el radicalismo, el cual, con su política de abstención electoral y levantamiento armado, generaría un problema político de difícil resolución para la “república del fraude”.
*Actual Plaza Lavalle. Se la denominaba del Parque porque en el lugar que ocupan actualmente los Tribunales se levantaba el Parque de Artillería.
Fuentes consultadas
Arenas Luque, Fermín. Efemérides argentinas. Buenos Aires, 1967.
Peña, Milcíades. Historia del pueblo argentino. Buenos Aires, Emecé, 2012.
Rock, David. El radicalismo argentino, 1890-1930. Buenos Aires, Amorrortu editores, 1977.