45 años: duros testimonios, sabias reflexiones
- Por Tras Cartón
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A lo largo de su trayectoria de casi tres décadas, Tras Cartón demostró su sincero compromiso con la causa de los derechos humanos, a la que consagró muchas y diversas crónicas, notas y entrevistas que conservan notable vigencia. De entre ellas hemos seleccionado algunas para esta reseña, realizada con motivo de cumplirse hoy 45 años de la última y más sangrienta dictadura a la que ya nadie niega el calificativo de genocida.
En el número de diciembre de 1999, en oportunidad de haberse conmemorado recientemente quince años de la creación de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, entrevistamos a dos de sus fundadoras, Adriana Calvo (1947-2010) y Graciela Daleo. De esa entrevista seleccionamos algunos pasajes que describen las dificultades que incluso los familiares de las víctimas experimentaban para aceptar que tanto horror pudiera haber tenido lugar.
Comencemos por transcribir lo que Adriana Calvo –cuyo desgarrador testimonio sobre su atroz cautiverio resultó decisivo en el Juicio a las Juntas– contó sobre cómo se formó la Asociación:
“Hay compañeros que ni bien salieron comenzaron a militar en los organismos de derechos humanos existentes y siguen ahí hasta el día de hoy; otros, cuando se formó la Asociación, consideraron que su lugar estaba aquí; otros no nos animamos a hacer nada, o muy poco, hasta que asumió Alfonsín, y después nos incorporamos a la Asociación, y hay otros que siguen sin haber dado jamás testimonio. Digamos que, en valor medio, los integrantes iniciales de la Asociación éramos aquellos que habíamos hecho algo o no habíamos hecho demasiado hasta el gobierno constitucional, pero sentíamos la necesidad de hablar y juntarnos con gente que hubiera pasado lo mismo, porque en ese momento ni en Familiares, ni en Madres ni en Abuelas podíamos contar lo que habíamos vivido. Era absolutamente inhumano contarles a las madres de los compañeros desaparecidos lo que habían hecho con nosotros, porque evidentemente lo mismo habían hecho con sus hijos”.
En ese último sentido, Daleo, sobreviviente de la ESMA, refirió: “Al haber vivido la brutalidad dentro del campo y estar convencida de que había que denunciarla, me llamaba muchísimo la atención que los familiares no quisieran escuchar, aun cuando ni siquiera hubiéramos empezado a entrar en detalles, y la pregunta que más me hacían era si tenían frío. Nosotros también tuvimos que hacer un tremendo aprendizaje. Creo que hubo una necesidad de parte de los familiares de tener que recortar lo que sabían para no desmoronarse y poder seguir luchando”.
En el número 100 de Tras Cartón, correspondiente a la edición de julio de 2001, ocupó las páginas centrales una entrevista a la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, quien, preguntada sobre cómo definiría el rol que deberían tener los organismos de derechos humanos, esto expresó:
“Yo creo que los organismos deberían darse cuenta de que tenemos que ser una organización política sin partido. Tomar conciencia de que el trabajo social es lo más importante. No andar corriendo atrás de cada milico: que lo van a poner preso, que no lo ponen… Porque es una burla, una mentira total, descarada. Los tipos están presos donde ellos quieren, con catering, visita, cine. Están presos, y cuántos quisiéramos estar como ellos. ¿Andar detrás de esas quimeras? No. ¿O de un monumento? ¿O de que te declaren persona notable? En cada lugar, los políticos hacen actos para blanquearse. Me parece detestable, de terror, aceptar diplomas y diplomitas y alabanzas de gente que perdona asesinos”.
En la edición de marzo de 2013, fue nota de tapa una entrevista al sobreviviente de la ESMA y destacado luchador por los derechos humanos Enrique Fukman, el recordado Cachito, que empezó por la siguiente reflexión:
“Cuando se dice que los derechos humanos se respetan o se violan se los toma, esencialmente, en función de las libertades políticas; esa es una parte de los derechos humanos, no la totalidad, porque están también los derechos económicos, los sociales, los que tiene el pueblo. Y, por lo general, las libertades políticas son conculcadas después que se violaron los otros derechos: primero se violan los derechos del pueblo a tener una vida digna, y cuando el pueblo reacciona se violan las libertades políticas. Por eso en la Argentina, cuando se habla de derechos humanos, se suele hablar de una parte, nada más, y a su vez de una parte de esa parte, porque se habla de las violaciones a las libertades políticas en la dictadura militar, nunca en el presente. Entonces, para hacer un balance de los derechos humanos hay que examinar dos partes: la que normalmente se nombra y se refiere a las violaciones a los derechos humanos en la dictadura y a la lucha contra la impunidad, que se desarrolló en todos estos años de gobiernos constitucionales, y las violaciones a los derechos humanos en el presente”.
Posteriormente, entre otros conceptos, sostuvo:
“Este no es el país por el cual nosotros luchamos, y que haya funcionarios que vienen de organizaciones populares no legitima al sistema. Nosotros peleábamos por un país sin opresión y sin explotación, un país de hombres y mujeres libres; desgraciadamente, en la Argentina, en Uruguay y en Brasil nos encontramos con funcionarios –en algunos casos, presidentes– que fueron luchadores por ese mundo mejor, pero el hecho de que ellos hayan abandonado las ideas por las cuales peleábamos es algo por lo que tendrán que rendirles cuentas a sus pueblos, y no significa que nosotros peleáramos por las ideas que ellos defienden hoy”.
Con motivo de conmemorarse el cuadragésimo aniversario del golpe, Miguel Ruffo escribió un meduloso artículo titulado precisamente El golpe terrorista contra la clase obrera, que se publicó en la edición gráfica de marzo de 2016 y en la digital del 23 de ese mes. De ese trabajo extractamos los siguientes párrafos:
“Con el golpe de Estado se profundiza el enfrentamiento con el proletariado y el pueblo. Este enfrentamiento se desplegó por medio del terrorismo de Estado, por la fascista política represiva que dio origen a los detenidos-desaparecidos y, por otro lado, con la política económica de Martínez de Hoz, tendiente a modificar la anatomía económica de las clases sociales en la Argentina contemporánea”.
Ruffo subraya que “el principal objetivo del terror eran los trabajadores” y recuerda que, “según el informe de la CONADEP, los desaparecidos eran obreros (30,2%), estudiantes (21%), empleados (17,9%), profesionales (10,7%), docentes (5,7%), autónomos y varios (5%), amas de casa (3,8%), conscriptos y personal subalterno de Fuerzas de Seguridad (2,5%), periodistas (1,6%), artistas (1,3%) y religiosos (0,3%)”.
Pone de manifiesto asimismo que “la política de terror amparaba a la política económica de José Alfredo Martínez de Hoz, el ministro de economía del dictador Videla”, que “estuvo orientada a quebrar el mercadointernismo que con variantes se fue desarrollando en la economía argentina desde mediados de los años 30”.
Explica al respecto que “con Martínez de Hoz se inició un proceso tendiente a dividir a la sociedad argentina en tres fracciones: a) un sector minoritario integrado a un sofisticado mercado de bienes y servicios; b) un sector incorporado al mercado de trabajo, pero con salarios comprimidos y devaluados y que tiene acceso a un restringido mercado de bienes y servicios; y c) un sector excluido del mercado de trabajo y por ende del mercado de bienes y servicios”.
Y enfatiza: “Empezó así una duradera política de la burguesía financiera para mantener sujeta a la clase obrera argentina y explotarla”.
En ese mismo número fue tapa y nota central la entrevista (publicada también en la edición digital del 19 de ese mes) a Elia Espen, una madre de Plaza de Mayo que exhibe una admirable trayectoria de lucha coherente y tenaz. Su hijo, Hugo Miedan, permanece desaparecido desde el 18 de febrero de 1977.
La entrevista recoge el terrible testimonio de ese día, cuando un grupo de tareas irrumpió en su casa en busca de su hijo y no lo encontró:
“Hugo iba a venir a cenar. Yo me desperté a la mañana, enfrente de mi casa había un almacén; crucé. La señora del almacén me dice: ‘Elia, me parece que está pasando algo en su casa’. En ese momento estaban dos de mis hijas solamente. La más chica, que tenía once años, y la de veintitrés. Corrí, crucé la calle, fui a abrir la puerta, que ya estaba rota, me agarra uno del brazo y grita: ‘¡Acá hay otra!’. Me vendaron los ojos. Arriba estaba la habitación de mi hijo y la de mis dos hijas. Con los ojos vendados me llevaron a la habitación, me tiraron en la cama donde ya estaban mis hijas ahí acostadas, llorando por supuesto. Lo que hice fue tocarlas para que sepan que era yo. Pero fue un segundo nada más. Me volvieron a hacer bajar la escalera, pero me habían agarrado de los hombros. ‘Te tiro y no te tiro’, decían. Fue un suplicio bajar esa escalera porque pensaba que en cualquier momento me iba a dar la cara contra el piso, pero no me tiró. Era para hacerme una tortura, insultándome y diciéndome de todo. Bueno, me llevó a mi habitación, con los ojos vendados. ‘Hijo de mala perra, yo te tengo que ver’, pensaba. Me destapé, así [Elia junta los dedos como para dar a entender que fue apenas]. Me dio una trompada que de este oído casi no escucho, porque prácticamente me lo reventó. Pero su figura me quedó grabada. Era un rubio. Pelito todo enrulado y tenía un pilotín del ejército. Verde. En el torso tenía una cruz que le había robado ya a mi hija. Me volvió a tapar los ojos, siguió revolviendo y robando. Me sacó al patio. Me sacó la venda y de la puerta me dijo: ’No salgan a la calle por dos horas’. Se fueron después de haber estado cuatro, cinco horas. Lo primero que hice fue ir a ver a mis hijas. A la de once años la levantó de la cama y con la itaka le dejó una marca en la espalda y golpes en la cabeza. Once añitos. Y a la otra le retorció bien los pezones y la manoseó. Suerte que no la violaron. Les dije a las chicas que se queden tranquilas. Les preparé el desayuno, me quedé un rato con ellas mientras tomaban algo y después les dije: ‘Bueno, se quedan acá tranquilas, me voy a recorrer la casa’. A la casa parecía que había entrado medio tsunami, no te digo un tsunami completo, medio tsunami, porque de la pieza de Hugo habían sacado hasta la cama afuera y la habían tirado en la terraza”.
Elia también contó, entre otras cosas, cómo repercutió el hecho en el vecindario, revelando un estado de cosas del que nadie parece querer acordarse:
“A la mañana siguiente de lo que pasó en casa, salgo a hacer las compras. ‘Buenos días’, saludo. No me contestan. Pensé que tendrían algún problema. Volví al otro día. Nadie me saluda. Todos me retiraron el saludo. Todos. No me miraban. A su vez, la nena estaba acá y enfrente jugaban dos amiguitas que venían a casa o la nena iba a la casa de ellas, porque fuimos a vivir ahí cuando ella tenía dos años y medio. Nadie se acercaba. O sea que ella, sentadita en la puerta, llorando porque veía a todas sus amigas ahí. Por eso digo: la desaparición fue terrible hasta el día de hoy, y así pasen 50, 60, 100 años, si uno llega a vivir, no te podés olvidar y te sigue la misma angustia de lo que quedó, lo que pasó después. Perdés amigos, perdés familiares, perdés vecinos, perdés todo. Todo. Te quedan las secuelas de una angustia terrible, no solamente a mí, que soy la mamá, sino que a los chicos también. Todos”.