40 años de democracia: un balance
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy cuarenta años de la asunción de Raúl Alfonsín como presidente de la Nación. Se reestablecía, después de la más atroz de las dictaduras, la democracia, ciertamente burguesa por su forma y contenido, pero democracia al fin. Y eso es mucho decir en un país que había padecido el terrorismo de Estado. Por fin, las libertades y los derechos se convertirían en un imperio de la ley.
Pero ¿de qué democracia estamos hablando? Nos parece pertinente señalar las diferencias entre la recuperada en 1973 y la que nacía en 1983.
La primera se dio en el marco de la caída del Onganiato, período de gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía, que tuvo lugar entre 1966 y 1970. Ese gobierno fue derrotado por la clase obrera, por entonces una clase en ascenso y en la cual parte de sus militantes políticos y sindicales hablaban de socialismo.
En 1973, el peronismo, como movimiento de liberación nacional, ganó las elecciones. 1983, en cambio, representa el momento en que el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, derrotado en la guerra de Malvinas en 1982, se vio obligado a convocar a elecciones y por primera vez en elecciones libres el peronismo fue vencido por la Unión Cívica Radical.
¿Cuáles fueron las transformaciones en la sociedad argentina en los diez años que median entre 1973 y 1983 para transitar de una situación política en que se hablaba de socialismo a otra donde la democracia “a secas” se constituyó en el valor social dominante?
En primer lugar, el terrorismo de Estado privó a la clase obrera de sus dirigentes más lúcidos y clasistas, dejando al conjunto de la clase a merced de la burocracia sindical y política del peronismo, que es un agente de la burguesía en el movimiento obrero. En segundo lugar –y este no es un dato menor– la política neoliberal de Martínez de Hoz inició la transformación de la anatomía económica de las clases para que la Argentina pudiese ser gobernada por la burguesía terrateniente, monopolista y financiera. Al respecto, señala Luis Alberto Romero: “Los militares y el ministro Martínez de Hoz coincidieron en atacar lo que juzgaban el núcleo de la conflictividad social: un sector industrial hiperdesarrollado merced al apoyo del Estado, que decidieron disciplinar apelando a la apertura de la economía. El resultado fue herir de muerte a la Argentina industrial”.
En suma, lo central para la Argentina de 1983 es la derrota de la clase obrera, una derrota político-militar en 1974-1975, a la que se sumó la derrota propinada por la transformación de las condiciones materiales en que se constituye la clase.
La derrota de 1983 se sustenta en las mutaciones experimentadas por la sociedad argentina. La dimensión cada vez más violenta que habían adquirido las luchas políticas en la segunda mitad de los sesenta (Cordobazo y otros levantamientos provinciales) y las acciones guerrilleras que se generalizaron en los primeros años de los setenta determinaron que la democracia de 1973 fuese endeble dado el nivel del enfrentamiento político. Por el contrario, para 1983, las matanzas indiscriminadas de dirigentes y militantes obreros –matanzas que se iniciaron en el propio gobierno peronista de 1974 con el accionar de la Tripe A y luego su generalización con los secuestros y asesinatos del Proceso– llevaron a la sociedad, en palabras del citado Romero, “a la valorización de la libertad, del pluralismo y la ley”. Es que gran parte de la sociedad había asistido estupefacta a la observación de los enfrentamientos militares entre las guerrillas y las Fuerzas Armadas, a la indefensión de los secuestros de la dictadura y finalmente a consensuar la denuncia por parte de Raúl Alfonsín de un pacto “militar-sindical” para tender un manto de olvido sobre lo acontecido en la Argentina.
La UCR ganó las elecciones con casi el 52 % de los votos, mientras que el peronismo obtuvo poco menos del 40 %. Este resultado electoral, que reflejó cambios en la sociedad argentina, había sido abonado por fuertes señales de ruptura con el pasado por parte del presidente electo y su grupo. Alfonsín, continúa glosando Romero, “se separó de la violencia, de la impunidad, de la violación de los derechos humanos y adoptó una posición crítica con respecto a Malvinas distanciándose no solo del resto de la dirigencia política sino de su propio partido”.
Esto solo resulta comprensible si tenemos en cuenta el diagnóstico que las grandes burguesías hicieron del problema argentino, el problema de una sociedad donde les resultaba difícil gobernar, a menos que fuese por medio de una dictadura militar. Y ese diagnóstico decía que después de la crisis de 1929-1930 la centralidad de una industria subsidiada por el Estado había llevado a una puja distributiva entre los trabajadores y los empresarios. O expresándonos más correctamente: en la medida en que la industrialización por sustitución de importaciones dio origen a una burguesía nacional y a un proletariado industrial afirmados en sus condiciones de existencia al apropiarse de una parte alícuota de la renta agraria diferencial, mediante los salarios reales y la tasa media de ganancia de las empresas industriales. Todo esto condujo a una situación donde la renta agraria diferencial no podía ser usufructuada exclusivamente por las grandes burguesías, ante todo la terrateniente. El diagnóstico era iniciar un proceso de supresión de esa estructura industrial y con ello las bases de sustentación de la burguesía nacional y del proletariado industrial, vale decir, eliminar a las clases oponentes, para que las grandes burguesías pudiesen gobernar la sociedad argentina. Esto solo podía hacerse silenciando a la sociedad por medio del terrorismo de Estado, y así ir creando las condiciones para el imperio único del mercado, lo que llevó a una mayor concentración y centralización del capital, al pleno dominio de la economía por medio de los monopolios.
El gobierno de Alfonsín, al principio y muy tímidamente, con su ministro de Economía Bernardo Grinspun intentó cierta dinamización de la economía interna, constituyendo un club de deudores para hacer frente colectivamente a la deuda externa acrecentada durante la dictadura. Pero esto duró menos que el canto de un gallo. Con el arribo de Juan Sourrouille, se vuelve al proceso iniciado por Martínez de Hoz. Pocos años después, Menem impulsaría con su ministro Domingo Cavallo la reducción drástica del Estado abriendo para el capital imperialista nuevos ámbitos de valorización a través de la privatización de las empresas públicas.
Más allá de las alternativas que tuvo el sistema democrático, lo cierto es que la clase obrera careció de fuerzas para revertir lo iniciado por las grandes burguesías en 1974-1975. La democracia ya no expresa como lo fue en la mayor parte del siglo XX el ascenso social de nuevas clases que cuestionaban el poder económico y político de las grandes burguesías, sino que es el instrumento más eficaz para que el dominio sobre la sociedad argentina sea realizado precisamente por esas burguesías. La democracia ha dejado de tener dimensión “plebeya”, como ocurrió con Hipólito Yrigoyen y con Juan Domingo Perón; la democracia hoy languidece como instrumento de las grandes burguesías. Los partidos-movimientos que forjó el pueblo argentino para enfrentar a la “oligarquía”, el radicalismo yrigoyenista y el peronismo, han dejado de expresar los intereses del pueblo. Un pueblo que ve cómo las herramientas que había forjado para liberarse, cuando llegan al poder, asumen los intereses de esa “oligarquía” contra la que se habían gestado. Mientras que el radicalismo con Yrigoyen se había desarrollado en oposición a los conservadores, hoy la Unión Cívica Radical está aliada a los conservadores en Juntos por el Cambio; el peronismo ha dejado de ser el movimiento de liberación nacional y social vertebrado en torno a la clase obrera y, si John William Cooke había previsto como posibilidad que el peronismo se convirtiese en un elemento más de la partidocracia liberal, con Menem llegó a ser el partido liberal de la gran burguesía financiera.
En este 2023, tal vez muchos se pregunten cómo fue posible el triunfo del “liberal” Javier Milei. La respuesta hay que buscarla en las mutaciones de la sociedad argentina después de la derrota de la clase obrera de 1974-1975.
Fuente consultada: AA.VV. (2011). “Historia de las Elecciones Argentinas. 1983: Alfonsín y la Nueva Democracia”. En Historia de las elecciones, Buenos Aires, Clarín.