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Con un perfil de tango

Con un perfil  de tango

Estudió con el maestro de Gardel, fue una de las dos únicas mujeres que cantaron con Troilo (la otra fue Elba Berón), grabó con Pugliese y actuó en el teatro Colón con la Orquesta del Tango de Buenos Aires. En esta entrevista, Nelly Vázquez recuerda, emocionada, a muchos grandes del género; en distintos tramos ilustra sus dichos entonando a capella algún tema y entonces esta mujer menuda ofrece, a los ochenta años y desde el sillón en que está sentada, una clase magistral de tango canción.

“...el corazón sencillo, lastimado,
con un perfil de tango y corralón...”
Aníbal Troilo y Cátulo Castillo, Patio mío

Soprano de voz potente y clara, con un timbre bello e inconfundible y una gran extensión, y dueña de una depurada técnica que le permitió salir airosa de desafíos como el de Alma de bohemio, Nelly Vázquez ha demostrado asimismo ductilidad e intensidad interpretativas que le posibilitaron abordar con solvencia un repertorio que incluyó tanto tangos dramáticos como románticos. No pasaron por su sensibilidad, en cambio, los grotescos ni los humorísticos.
Tuvo como amigos y compañeros a algunos de los mejores cantores que en el tango han sido, y supo compartir escenarios con notables músicos del género. Sabe que ya no quedan maestros, que las grandes orquestas fueron muriendo y que para el tango no hay apoyo ni difusión, y que todo eso conspira contra la vocación y la formación de los jóvenes.

–¿Dónde naciste?
–En Morón, a dos cuadras de Rivadavia. Tengo un hermano mellizo, Oscar, y ayudó a criarnos una italiana que vivía al lado. Tendríamos cuatro años cuando vinimos a la capital, a Carrasco y Avellaneda, la casa tenía un balcón y ventanas con rejas altas. Mi papá trabajaba en el ferrocarril y lo veíamos irse en bicicleta, y mi mamá lavaba, planchaba y amasaba, tenía una voz brillante y limpia y le gustaba cantar.

–¿Con quién estudiaste canto?
–Con el maestro [Eduardo] Bonessi.

–El que fue maestro de Carlos Gardel…
–…Y de Alberto Marino. Recuerdo que mi papá terminaba de trabajar y venía, se bañaba y en seguida me llevaba a lo de Bonessi. Yo era muy chica, tendría 18 o 19 años, más o menos, y estudié como siete años con él; después, el maestro se enfermó…

–¿Y con Sara César?
–Mucho antes. Ella era una gran soprano del Colón y vivía en la calle Fonrouge a media cuadra de Rivadavia, en Liniers, y yo a cuatro cuadras de la casa de ella, en Murguiondo
734, donde viví veintitrés años.

–¿Y después de Bonessi?
–Me hablaron de la maestra Marta Constante, que también era del teatro Colón: con ella estuve como un año, me hizo alcanzar una octava más y le decía a mi papá que yo podía cantar incluso un tono más arriba que ella.

–¿Aparte, estudiaste música?
–Sí, con una maestra que estaba en la calle Pichincha, que me enseñó piano y solfeo entonado.

–En el tango, ¿con qué orquesta empezaste?
–Con la de Astor Piazzolla: fui a cantar en un programa de radio Belgrano, y ahí estaba invitado él, que venía de afuera, y me dijo si podíamos conversar en el bar de la esquina. Le dije “yo vengo con mi papá, así que le voy a avisar”; “sí, sí, vaya”, y así fue como hablamos y debuté una noche en un salón de la calle Rodríguez Peña. Yo había ensayado poco, casi nada, pero me sirvió haber estudiado. Cuando di la prueba en la casa de José Bragato, el cellista, que murió hace dos días, Piazzolla también estaba y dijo que empezara a cantar Malena sin que aquél me diera el tono.

–¿Cuánto estuviste con la orquesta de Piazzolla?
–Dos años, y grabé varios temas, creo que fueron Cristal, María, Bandoneón arrabalero y La casita de mis viejos. Después Astor le preguntó a mi papá si yo podía hacer una pequeña gira, en la que había que viajar al sur, y mi papá también viajó. Me acompañaba a todos lados, después falleció, y mi mamá me acompañó once años más; nunca me vieron sola.

–¿Y después de Piazzolla?
–Después vino Mariano Mores, pero estuve poco porque me dio un tema para cantar que a mí mucho no me gustó, y tocaba la música muy fuerte, era como una banda, y entonces al año y medio, o antes, corté.

–¿Cómo te contactaste con Troilo?
–Vivíamos en la casa de la calle Murguiondo; no teníamos teléfono y el almacenero nos venía a buscar si había alguna llamada para nosotros. Un día estaba en la cocina con mi mamá y le comenté “ay, mirá, canté con Piazzolla, canté con Mores, lo único que me faltaría sería cantar con el maestro Troilo”. ¿Y no me llaman a la tarde al almacén y el almacenero me dice “la espera el maestro Troilo en el teatro Odeón”? Yo, claro, fui bastante nerviosa y me acompañó mi papá. Cuando me vio el maestro me dijo “cómo le va, piba, no se ponga nerviosa”, y ahí me puso tres temas para debutar el día siguiente en el teatro.

–¿Recordás cuáles eran?
–Madreselva, Barrio de tango y el último, Milonguita. En el espectáculo estaban [Edmundo] Rivero y otros grandes, tocaba también [Horacio] Salgán con el guitarrista [Ubaldo] De Lío y el maestro me hizo cerrar a mí con toda la orquesta. Y así fue que estuve cinco años con Troilo y viajamos bastante y canté bastante; y la esposa me contó que ellos estaban muy contentos y muy entusiasmados con lo que a mí me pasaba.

–¿Quién decidió que grabaras Alma de bohemio?
–El maestro y yo, que escribí la primera parte del arreglo, y a él le gustó porque decía que no lo había escuchado por una mujer, pero a mí me parece que hubo una que lo cantó.

–¿Ada Falcón?
–Puede ser.

–También se conoce tu ensayo de Madreselva con la orquesta…
–Estuvimos de las dos de la tarde a las nueve de la noche y entonces el maestro dijo “para no perder el entusiasmo vamos acá, que estamos a cuatro cuadras” y grabamos, y eran las once de la noche.

–¿Cómo era Troilo?
–Troilo era un alma buena, persona más buena que esa no hubo ni habrá. Y la orquesta fue lo más grande. Mientras estabas en la orquesta, él no tuteaba a nadie, ni al más grande cantante: después sí, a Marino, a Rivero, a Jorge [Casal]… Con él no gritaba nadie, “shh” hacía el gordo. Tito Reyes, que era un santo, había cantado y grabado muy bien con Joaquín Do Reyes, pero Troilo era más suave, y él gritaba, y el gordo le decía “apague, apague”.  

–¿Es cierto que Troilo cantaba muy bien?
–Sí, sí, cantaba lindo, no tenía una gran voz pero siempre daba el tono clavado, y eso que cantaba despacito.

–¿Y que lo admiraba mucho a Gardel?
–Y sí, yo digo que el que no quería a Gardel… no sé. Para mí siempre fue lo perfecto, me encantaba, de él aprendí cómo tenía que bajar la voz sin que fuera golpeando sino como deslizando, muy despacito.

–Después de Gardel, ¿quién te parece que fue el más grande?
–Marino, Alberto Marino. Él también me enseñó cómo tenía que poner la boca para cantar y que la voz no iba a salir porque abriera la boca a lo león, como él decía, sino como tiene que ser, sin ningún esfuerzo. Con el tano Marino hicimos muchas actuaciones, y qué lindas las noches en que después de cantar iba con mi papá a una casa a la vuelta del Viejo Almacén que era de los hermanos Berón y donde servían cena, estaba en una calle empedrada y en bajada, después le sacaron siete metros al Viejo Almacén y la hicieron ancha. Y Marino venía, se sentaba a la mesa y comía y cantaba. Y cuando se fue a vivir a Ituzaingó nos invitaba siempre a cenar a mi marido y a mí.

–¿Qué nos podés decir de [Edmundo] Rivero? Sabemos que lo conociste.
–Sí. Un día que yo quería ir a vocalizar me dijo “¿para qué va a ir a vocalizar, usted no canta?” Porque él no vocalizaba, practicaba solo, pero esa era una magia que le dio Dios; en cambio, yo tenía que estudiar un poquito. ¡Y cómo me gustaba cómo decía, y los dúos que hacía con Aldo Calderón! Y también cantaba obras lindísimas que no eran tangos, como la canción No, mi amor, que era una melodía que la había hecho él, y esa otra, Canción de fuego; creo que ningún otro las grabó, claro que con él era suficiente.

–¿Y de [Roberto] Goyeneche?
–Él me llevó a Japón, yo viajé con mi marido. Un día fuimos a verlo y lo encontramos con una especie de pañoleta que le había tejido la señora, sentado ante un tazón de leche y vainillas; no lo podíamos creer, mi marido se puso a reír, yo también me reí, y hasta él se reía. ¡Pero qué bueno era! A Japón fui por él, porque iba a ir otra persona, que no sé quién sería, pero él insistió en que fuera yo. Previamente estuvimos un año haciendo fotos en Buenos Aires con el productor japonés, venían todas las semanas, hasta arriba de un tranvía nos tomaron fotos. Después, en Japón, nos dijeron de hacer otro mes más y él no quiso, entonces yo tampoco quise.

–¿A qué otros cantores admiraste?
–También admiré mucho a Jorge Casal, que tenía una voz… Y qué poco trabajó el último tiempo. Cuando cantó con la orquesta de Florindo Sassone, que no era muy famosa, tenía la voz linda, y él decía que con Troilo no estaba tan bien, por más que todos le dijeran que estaba perfecto. Otro gran cantor fue Floreal Ruiz, con él participamos en unas actuaciones que todos los fines de semana organizaba un señor con la esposa en distintos clubes de Lanús. Él fumaba mucho, yo no sé cómo cantaba y no tenía raspada la voz. Otra vez fuimos a Rosario en pleno invierno, con él y con Carlos Acuña, y se venía abajo la confitería.

–De las cancionistas, ¿quién te gustaba?
–Justamente ayer estuvimos hablando de ella, de Susy Leiva: la conocí en radio Belgrano, estaba paradita, esperando ensayar con un pianista. ¡Era preciosa! Y un día, cuando me despertó, mi mamá me dijo “¿sabés quién murió?” Ella venía de Rosario, bajaron en un restaurante y cuando salieron estaba esa curva, allí fue el accidente. Yo había pasado la noche anterior por el mismo lugar.

–¿Recordás a algún músico de la orquesta de Troilo?
–A Raúl Garello, cuando entramos a la orquesta los dos teníamos la misma edad, veinticinco años. Era muy serio y muy recto, ¡y hacía cada arreglo! A mí me hizo unos arreglos preciosos. Él fue el que dirigió la orquesta de cuarenta músicos con la que canté en el Colón.

–Y después de cantar con Troilo, ¿qué pasó?
–Después pasaron siete años, yo estaba en Mar del Plata actuando en esa avenida donde había luces y luces que parecía un carnaval, y viene el maestro Pugliese con la esposa. Grabé con él una sola obra, Mentira, de Francisco Pracánico y Celedonio Flores, ¿sabés a qué hora? A las nueve de la mañana. Para eso ya habían ensayado como siete veces el tango, lo repetían y lo repetían.

–Por último, ¿cómo viviste el oficio de cantar?
–Muy simplemente, siempre ocupada en cumplir con el horario, y a veces me ponía chinchuda porque no tenía el acompañamiento que deseaba. Antes de salir me hacía unas gárgaras con una cucharadita de bicarbonato, e iba con la voz clarita. Siempre me cuidé, nunca estuve con el pucho y nunca tomé más que té o café con leche.

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