Un astrónomo para la modernidad
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen 450 años del nacimiento de Johanes Kepler, uno de los más destacados astrónomos en la “ciencia del cielo”. Fue su cuna la localidad de Weil der Stadt en Baden-Wurtemberg, Alemania, y falleció en Ratisbona el 15 de noviembre de 1630.
Kepler atravesó una época, la de inicios de la modernidad, donde todavía no se habían divorciado la astronomía y la astrología. Son años que están marcados por la revolución copernicana. La Tierra había dejado de ser el centro del universo, era un planeta más que giraba en torno a una estrella que denominamos Sol. Esto implicó también que el hombre, en tanto morador de la Tierra, dejara de ser el centro de la Creación. Y este cambio de mentalidad no pudo dejar de generar zozobras y angustias. Todo el sistema geocéntrico de la Edad Media se venía abajo y el sistema heliocéntrico propuesto por Copérnico exigía un replanteo de la situación del hombre en el Universo. Cobra importancia comprender la unión de la astronomía con la astrología.
Destaca el historiador Benson Bobrick: “Algunos de los trabajos pioneros de Kepler se emprendieron a fin de proporcionar datos precisos a las cartas astrológicas. En rigor ninguna de las grandes figuras (Copérnico, Brahe, Kepler, Galileo, Newton) pertenecientes a los comienzos de la astronomía moderna fue inmune a la atracción ejercida por el arte astrológica. Por el contrario, sus aficiones por lo oculto y lo místico contribuyeron a inspirar sus trabajos científicos”.
En el sistema de Copérnico, las órbitas de los planetas alrededor del Sol eran circulares. Le correspondió a Kepler descubrir y formular las leyes que rigen los movimientos planetarios. Y este fue su gran aporte a la astronomía. Tres son las leyes formuladas por Kepler: 1) Las órbitas de los planetas son elipses, uno de cuyos focos ocupa el Sol; 2) El radio vector heliocéntrico del planeta describe áreas iguales en tiempos iguales, vale decir, el movimiento de traslación de los planetas es más rápido o más lento, según se encuentre más lejos o más cerca del Sol; y 3) Para dos planetas cualesquiera, el cuadrado del período de sus órbitas es proporcional al cubo de sus distancias medias respecto al Sol. Con estas leyes, Kepler se convirtió en el fundador de la mecánica celeste.
La principal de las obras de Kepler es Harmonía Mundi, donde formula la idea de que a cada planeta le corresponde una nota musical. Partidario de la filosofía de Pitágoras, quien ya en la Antigüedad había formulado la teoría de la música de las esferas, Kepler, al asignar notas musicales a los planetas, se adentró en el estudio de la música celestial. Al Sol le corresponde la nota Do; a Saturno, Re; a Mercurio, Mi; a la Luna, Fa; a Marte, Sol; a Venus, La, y a Júpiter, Sí. Asimismo en su esquema también le adjudicaba a los planetas un tipo de voz: Júpiter y Saturno eran los bajos; Marte, el tenor; Venus, el contralto, y Mercurio, el soprano. Nos encontramos, como observa Bobrick, frente a todo un coro celestial.
Kepler pensó la relación entre el carácter y destino de una persona con las configuraciones planetarias al momento de su nacimiento. Todo esto nos ubica dentro de la astrología como pensamiento que postula relaciones entre las configuraciones de los planetas, las revoluciones solares y los acontecimientos humanos. Decía el astrónomo alemán que, al nacer un individuo en un momento determinado, el universo, por las posiciones de los planetas y las estrellas en ese instante, se encuentra bajo un determinado estado de ánimo. Y esta espiritualidad del universo es la que lleva cada individuo a lo largo de su vida. Hay una correlación entre el estado espiritual del macrocosmos (universo) y los componentes psíquicos, espirituales y afectivos del microcosmos (individuo). Y así continuaba el desarrollo de su idea: “Al comenzar la vida la naturaleza de un ser humano recibe no solo una imagen instantánea del cielo, sino también el movimiento, tal como aparece aquí en la Tierra, durante varios días sucesivos, y de este movimiento proviene la manera en que se descargará tal o cual humor, y el tiempo en que esa naturaleza mida con toda exactitud la descarga de dichos humores está determinado por las direcciones basadas en los primeros días de vida. Se trata, pues, de una cosa realmente maravillosa y es como una imagen o superabundancia de las proporciones naturales, donde un día corresponde a un año”. Esto quiere decir que, a medida que se desplieguen el conjunto de los planetas, a medida que cambie la posición de estos en la esfera celeste, se irán desarrollando las potencialidades que cada individuo tiene conforme haya sido la posición de los planetas en las constelaciones al momento de su nacimiento.
Proseguía así Kepler la exposición de su pensamiento: “Este carácter del cielo no se recibe en el cuerpo, pues es demasiado torpe para acogerlo, sino en el alma misma, que es como un punto. (…) El alma natural del ser humano no es mayor que un punto y en este punto están potencialmente impresos la forma y el carácter de todo el cielo. En la medida en que el alma lleva dentro de sí la idea del zodíaco o, más bien, la de su centro, siente también cuál es el planeta que está a determinada hora, en un grado específico del zodíaco y mensura los ángulos de los rayos que se encuentran en la Tierra”.
Ahora bien, tenemos por un lado que cada hombre está formado por un cuerpo y un alma, idea que se remonta a la época del pensamiento griego. Y es en el alma donde se graban los estados anímicos del universo al momento de nacer un individuo. Pero está en su comunión con la exaltación y caída de los planetas lo que le permitirá al individuo descubrir el sentido y la misión de su vida. “Creo que cuando los hijos nacen, sobre todo el primogénito, los planetas, así como el ascendente y el medio cielo, suelen estar en los mismos grados zodiacales donde estuvieron en el nacimiento del padre o (especialmente) en el de la madre”, concluía Kepler. Aquí traza Kepler toda una concepción respecto de lo que podríamos denominar la gestación astral de un individuo. La carta natal de este y de sus padres, ante todo de la madre, revela la génesis del individuo. Una génesis que va más allá del origen biológico y que nos inserta dentro de lo que podemos denominar el origen astral de los individuos.
Dice el folclorista alemán Will-Erich Peuckert: “Para Kepler, la astrología era la forma divina de la filosofía natural, por muy desvalorizada que pudiera estar en la práctica común. Se quejaba de los incompetentes ‘si por rechazar con justicia las supersticiones de los astrólogos, arrojaran al bebe junto con el agua de la bañera’”.
En la actualidad los astrónomos se sienten incómodos con el pensamiento astrológico de Kepler, con sus teorías neoplatónicas y pitagóricas, con su creencia en la música de las esferas, pero lo cierto es que su Harmonía Mundi contribuyó a darle al hombre una centralidad que parecía haber perdido con la revolución copernicana.
Fuentes consultadas
Bobrick, Benson. Escrito en el Cielo. Una historia de la Astrología, Buenos Aires, El Ateneo, 2007.
Peuckert, W.E. La Astrología. Su historia, sus doctrinas, Buenos Aires, Castañeda, 1979.