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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 29 de marzo de  2024
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La milonga del dolor y del trabajo

La milonga del dolor y del trabajo

Hoy se cumplen 55 años de la muerte del gran músico y compositor Juan de Dios Filiberto.

“Y estás en las riberas del Riachuelo / cuyas aguas oscuras van diciendo / Juan de Dios Filiberto”. Así terminan los versos que Florencio Escardó ideó para el tango En qué esquina te encuentro, Buenos Aires, con música de Héctor Stamponi, “Chupita”.

Porque a Filiberto se lo suele asociar con el barrio de La Boca, donde nació el 8 de marzo de 1885. A diferencia de lo que sucede con otros protagonistas del tango, en torno de su figura no pululan los biógrafos; y los pocos que se inclinan sobre ella aportan datos imprecisos y no siempre coincidentes.

Sí concuerdan en que desde chico debió contribuir a la manutención de la familia ejerciendo distintos oficios: así, fue lustrabotas, mandadero, estibador, herrero, mecánico y calderero. Se hizo anarquista, y participó activamente en las huelgas portuarias de la primera década del siglo pasado y en la huelga general de 1907.

Cuentan que obtuvo su primera guitarra robándosela a un marinero inglés, pero omiten que el instrumento terminó estrellándose en la cabeza de un agente de policía. Muchos años después, a  propósito de un concurso de tangos, mantuvo una discusión con otro anarquista célebre, José González Castillo, que según el hijo de este último, Cátulo Castillo, concluyó en los siguientes términos:

“Sepa, señor Castillo, que yo me he criado matando vigilantes”, dijo don Juan de Dios.

“Sepa que yo me crié matando sargentos”, replicó don José. 

Tras la fallida aventura guitarrística, formó con varios compañeros de militancia un grupo que llamaron Orfeón Los del Futuro. “En su decisión impostergable hacia la música”, refiere Francisco García Jiménez, Filiberto “tuvo maestros de todas las cataduras”. Refiere también que quiso hacerse profesional del violín y en 1914 formó, con un pianista y un bandoneonista, un trío que debutó en el café de Patricios y Olavarría.  

Era la época en que grandes músicos del tango como Eduardo Arolas, Agustín Bardi, Roberto Firpo, Vicente Greco, Juan Maglio “Pacho”, Augusto Berto y Ángel Villoldo, entre otros, al frente de tríos o cuartetos, actuaban en los cafetines de la ribera del Riachuelo. José Ingenieros era uno de los personajes ilustres que gustaba frecuentarlos, y acaso fue así como conoció a Filiberto, quien en 1915 se trasladó a Mendoza por consejo de aquel, devenido en amigo y médico. En esa provincia escribió su primer tango, Guaymallén.

“En 1916 lo atrae el armonio”, cuenta García Jiménez; ese instrumento fue su favorito, y en él compuso toda su obra. Ese mismo año, con motivo de los festejos del Centenario de la Independencia, llegó al país Camille Saint-Saëns, contratado para ofrecer conciertos de piano y de órgano en Buenos Aires y en Tucumán. En ambas ciudades se vio asediado por autoridades, académicos y promotores que le llevaban jóvenes intérpretes para que los escuchara, cosa que el maestro hacía con indisimulado fastidio. Un día, caminando por Florida, llamaron su atención sonidos que provenían de una casa de música; era Filiberto, que estaba haciendo la demostración de un armonio. El francés se mostró interesado y le expresó su deseo de recibirlo, pero Filiberto no respondió a la invitación.

En 1917 compuso un tango en el que ya están definidos los principales rasgos de su estilo: frases dulces de melancólico colorido, armonías simples, ritmo preciso y sostenido, sonoridad grave y profunda. Su amigo y camarada, el artista plástico  Guillermo Facio Hebecquer, le adosó una letra y le puso título, La planchadorcita. Ni una ni otro fueron del agrado del músico, que guardó la pieza y al año siguiente compuso su gran tango instrumental Quejas de bandoneón, que fue estrenado por el conjunto de Augusto Berto. En 1920, Filiberto mostró la pieza relegada al poeta Gabino Coria Peñaloza (que, dicho sea de paso, profesaba el mismo ideario) quien le puso nueva letra y lo tituló El pañuelito. Gardel lo grabó en 1921, y lo convirtió en un éxito.

Fue la primera de las diecisiete piezas que le llevó al disco, entre las que descuellan los tangos Amigazo, con letra de Juan Velich y Antonio Brancatti, y Yo te bendigo, con versos de Juan Andrés Bruno, ambos grabados en 1925,

A ellos están consagrados los dos mejores trabajos de Tangos, el primer libro de Enrique González Tuñón, dedicado “a san Juan de Dios Filiberto, muy devotamente”, y que reúne varias de las glosas a letras de tango que había escrito en Crítica. Leer cada una de ellas y escuchar seguidamente la versión de Gardel resulta una experiencia interesantísima, que permite apreciar cómo la interpretación literaria y la vocal se complementan y enriquecen mutuamente.

Por aquellos tiempos, Enrique conmocionó a los ámbitos culturales y académicos cuando pronunció una conferencia sobre tango en la Facultad de Ciencias Económicas, con ilustraciones musicales a cargo de Filiberto.

García Jiménez describió a la vieja cortada como “un callejón de tierra y yuyos altos, a espaldas de las típicas casitas de madera y chapa”, que seguía la traza de un curvo desvío de cien metros del antiguo Ferrocarril Sud, desde la esquina de las calles Garibaldi y Lamadrid hasta la Vuelta de Rocha. Ese atajo, que solía atravesar Filiberto, fue, según la tradición, el origen de Caminito; otras versiones mencionan un polvoriento senderito de Olta, provincia de La Rioja, como fuente de inspiración de Coria Peñaloza, autor de los versos.

Lo cierto es que en 1926 la Intendencia Municipal organizó un concurso de canciones y ambos autores presentaron a Caminito como “canción criolla”, pues el tango no estaba aprobado por los burócratas de la cultura de entonces. Obtuvo el primer premio, pero fue silbado y abucheado por la concurrencia; ese mismo año lo grabó Gardel, y el siguiente lo interpretó Corsini en el sainete Facha tosta, de Alberto Novión. Así, Caminito terminó por convertirse en uno de los tangos más populares y difundidos internacionalmente.

Filiberto no había dejado de frecuentar el taller de Hebecquer, donde se reunía el grupo Los artistas del pueblo, integrado además por José Arato, Adolfo Bellocq, Abraham Vigo y Agustín Riganelli, y reconocido como el primer grupo de arte social de la Argentina; también solía asistir a esas reuniones un joven autor, Enrique Santos Discepolo. Acaso en una de esas tenidas surgió la idea de Malevaje, el único tango que compuso con Filiberto; fue en 1927. Gardel lo grabó dos años después, más precisamente el 1 de marzo de 1929.

En opinión de Oscar García, “el hombre que Enrique dibuja aquí es uno de los prototipos de aquellos tiempos, pero tomado con un profundo y sutil humorismo, como este autor solía hacer. Además, que el padre de la música fuese Juan de Dios Filiberto puede haber sido otro de los guiños de Discepolín. Filiberto era la viva imagen torva, seca y oscura del personaje pintado en esta historia. Es muy posible que la música haya sido escrita con anterioridad a la letra y que esa imagen que mostraba don Juan de Dios, que a mí me metió miedo cuando lo conocí -todo vestido de negro, crencha como engrasada, sombrero sobre un ojo, lengue blanco- le haya arrimado la idea de la historia”.                                          

El 15 de julio de 1927 la revista El Hogar publicó una entrevista a Filiberto en la que este manifestaba; “(…) la milonga porteña, que es la milonga mía, del dolor y del trabajo; la milonga de la necesidad, de la fatiga, del obrero que trabaja todo el día y que, de noche, le limpia la cara roñosa a las penas, cantándole a la novia todas las angustias de ese perro flaco que se llama Destino...”

Conocemos estos conceptos gracias a Borges, quien los transcribió, con el objeto de desacreditarlos, en su Apunte férvido sobre las tres vidas de la milonga, que empieza definiendo a Filiberto como “un par de patillas y un acordeón que andan entristeciendo el Riachuelo” y termina calificando al bandoneón de cobarde y negándole la condición de porteño.  

También son conocidas las declaraciones formuladas por el músico a La Nación y publicadas en la edición del 10 de mayo de 1929 a propósito de otro gran tango, que lleva letra de María Luisa Carnelli y fue grabado por Gardel el 17 de agosto de 1928:  “En Cuando llora la milonga quise expresar el dolor del hombre de arrabal que vuelve a su casa sin traer de comer y encuentra su viejita esperándolo para decirle que los desalojan, la ve quieta en un rincón, resignada con la débil luz de una lámpara, y se desespera más, mientras mira hacia afuera y las sombras pasan y los hombres vuelven a su hogar cansados del trabajo, tristes de no encontrar en él más que tristeza… y tristeza son las calles, y las casas, y todo el arrabal”.

Con Clavel del aire, cuyos versos pertenecen al poeta tradicionalista uruguayo Fernán Silva Valdés y fue llevado al disco por Gardel el 19 de septiembre de 1930, se cierra el ciclo de los grandes tangos populares de Filiberto. Si bien siguió creando –en SADAIC hay más de sesenta títulos registrados a su nombre-, ninguna de esas composiciones alcanzó el reconocimiento y la difusión de las mencionadas. 

En su trayectoria no faltaron los detractores que criticaron a sus composiciones e interpretaciones estar contenidas en las formas y procedimientos tradicionales, sin tener en cuenta los aportes innovadores de Julio De Caro; sin embargo, este último no desdeñó ejecutar en su violín corneta las variaciones sobre el tema inicial de El pañuelito con que Pedro Maffia enriqueció la versión de La Cumparsita grabada por el sexteto en 1930, y que cinco años antes ya había incorporado a su interpretación de ese tango con Pedro Laurenz en dúo de bandoneones. La variación de El pañuelito aparece también  en la grabación de La Cumparsita que la orquesta de Aníbal Troilo realizó en 1963, soberbiamente ejecutada por el director (si algo se acerca a la perfección, es esta versión de ese tango). También se debe a Pichuco la versión arquetípica de Quejas de bandoneón, grabada por la orquesta en 1944.

Juan de Dios Filiberto murió en su casa de la calle Magallanes, de La Boca. El cortejo fúnebre inició la marcha a la Chacarita a los acordes de El pañuelito.

Cuarenta y tres años y diez días después murió en Madrid el famoso actor y escritor español Fernando Fernán-Gómez. Su féretro, cubierto por la bandera anarquista, fue despedido por el cantaor Enrique Morente, quien interpretó Caminito.

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