Frida Kahlo: el autorretrato como catarsis
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy 115 años del nacimiento de Frida Kahlo en Coyoacán, México. Se trata de una pintora que tuvo la capacidad de transformar en arte la tragedia que experimentó en su juventud a causa de un terrible accidente. El arte liberó a Frida. El arte libera las energías creadoras del ser humano. Es una lección que nos deja la vida y obra de Frida Kahlo, quien falleció en la misma ciudad donde había nacido en 1954.
Frida Kahlo acostumbraba a quitarse tres años de edad: decía que el año de su nacimiento era 1910. No lo hacía por coquetería sino para hacer coincidir su advenimiento al mundo con el año en que se desencadenó la Revolución Mexicana, con la cual se encontraba plenamente identificada y que fue modelo de revolución para América Latina hasta la Revolución Cubana.
Esposa de Diego Rivera, uno de los principales representantes del muralismo mexicano, la vida de Frida Kahlo estuvo signada por lo trágico: en los años de su infancia padeció la poliomielitis, que le afectó su pierna derecha; a los 18 años tuvo un accidente que le afectó gravemente la columna, debido a que el autobús en que viajaba embistió a un tranvía. Padeció 30 intervenciones quirúrgicas y sucesivos abortos. Lo cierto es que nunca pudo salvarse de opresivos corsés de yeso con los que se autorretrató en más de una oportunidad. “Comencé a pintar por puro aburrimiento de estar encamada (…) Realmente no sé si mis pinturas son o no son surrealistas, pero sí sé que son la más franca expresión de mí misma, sin tomar jamás en consideración ni juicios ni prejuicios de nadie. He pintado muy poco, sin el menor deseo de gloria ni ambición, con la convicción de, antes de todo, darme gusto, y después ganarme la vida con mi oficio”, se confesaba.
Se argumentó que en su obra se superponían valores de la tradición popular con elementos surrealistas muy imaginativos. Empezó a pintar después del accidente. Al principio se trataba de retratos de sus hermanas y amigos. Estos retratos de familiares se incluyen, desde el punto de vista estético, en lo que denominamos pintura tradicional mexicana del siglo XIX. Posteriormente advirtió que ella misma era el modelo que debía representar. En cierta medida, sus autorretratos son un indagar permanente en su persona, en su cuerpo lacerado, en su psiquis que buscaba formas de superación de su inmovilidad, todo lo cual hace de su obra una catarsis, una purificación de su ser que trasciende su incapacidad para, por medio del arte, encontrar las formas de su visión de mujer. La cama la inmovilizaba, pero su espíritu voluntarioso, su tenacidad, la condujo a la pintura. La cama fue vencida. Ella misma dijo: “Creí tener energía suficiente para hacer cualquier cosa en lugar de estudiar para doctora. Sin prestar mucha atención empecé a pintar”.
Veamos algunas de sus obras.
Las dos Fridas, óleo sobre tela de 1939, es todo un ícono de la pintura de América Latina. Las dos Fridas están representadas en posición sedente, en un sillón doble, sin respaldo y de mimbre. La Frida de la izquierda viste un traje victoriano, su mirada es implacable y con una pinza sostenida por una de sus manos controla cómo la sangre circula entre las dos Fridas. La Frida de la derecha, vale decir la Frida Tehuana, la que hunde sus raíces en el México ancestral, tiene una miniatura donde aparece representado Diego Rivera. Ambas Fridas son reales y verdaderas, son los dos yoes de ella. Es la dualidad de la artista, toda la dimensión de una personalidad, si se quiere, dividida entre el mundo europeo de la reina Victoria de Inglaterra y el mundo indígena de su México natal. Como la sangre circula entre ambas Fridas, uno siente la búsqueda de un ser superador de la dicotomía que no puede amputar a una de ellas, porque en la unión de ambas se encuentra la savia que nutre y anima su vida. Es como una representación plástica, a través de este peculiar autorretrato, del concepto de Eurindia, desarrollado en otras latitudes por Ricardo Rojas. Las dos personalidades de Frida nos la presentan entre aquella que ama Diego Rivera, la tehuana, y aquella otra de aire europeo que, tal vez, como reminiscencias del origen paterno, llevan a Frida a verse como una novia que de blanco marcha hacia el altar para contraer matrimonio.
Autorretrato como tehuana, óleo sobre masonita de 1943, es una obra que remite al hecho de que Diego Rivera estimuló a Frida a vestirse como tehuana, a encontrar en sus ancestros indígenas, por parte de madre, el elixir de la vida. Es que Frida era hija de un fotógrafo de origen húngaro llamado Guillermo Kahlo y de una mestiza de nombre Matilde Calderón. En su sangre se mezclaba lo europeo y lo indígena. Aquí, en este autorretrato, la imagen de Frida es la del México autóctono, la de la tierra americana. Pero a un mismo tiempo es como una imagen de la Virgen María, como si estuviera convocando a Nuestra Señora de Guadalupe, a la Virgen hispana y católica, en los marcos de la tradición autóctona de la guadalupana.
En La Columna Rota, óleo sobre tela de 1944, Frida ostenta su cuerpo lacerado. Es el pasamanos de acero que le atravesó la espalda, empaló su abdomen y salió por la vagina. La columna destrozada es la lesión que pretendió inmovilizarla, convertirla en un cuerpo destruido, avasallado, arrinconado para siempre en una cama. Pero el arte de Frida convirtió el trágico dolor en motivo de belleza sublime, en grito de vida y de amor por lo bello. No pudo el acero romper la columna. Sí lesionó la columna física, pero la columna como símbolo que sostiene erguida y en alto a una personalidad, el cimiento espiritual de un ser, está incólume. La columna rota puede ser la física, las correas que aprisionan el cuerpo, pero los cimientos de la sangre vital, de la sangre indígena, continúan lozanos e invencibles. La imagen de Frida es como la del México insurgente que, más allá de la derrota de Emiliano Zapata y de Pancho Villa, continúa bregando por su libertad. Así, La Columna Rota se convierte en una alegoría del México “dominado”. De la misma manera que las correas aprisionan el cuerpo de Frida, el imperialismo puede continuar dominando México, pero de la misma manera que la columna espiritual de Frida rompe las ataduras y correas, la lucha del pueblo mexicano romperá las “correas” que lo aprisionan.
Fuentes consultadas
AA.VV. “Frida Kahlo, Retratos del Mito” en Descubrir el Arte, Año VII, Nº 76.
Gonzalez Potrony, Laia. Frida Kahlo-Rigoberta Menchú. Grandes Mujeres de la Historia. Madrid, Edimat Libros, 2006.
Rivera, Jorge V. “La Revolución Mexicana” en Siglomundo. Buenos Aires, CEAL, Nº 37, 1969.
Rodriguez, Emma. “Un siglo con Frida Kahlo” en Descubrir el Arte, Año IX, Nº 101.