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El Obelisco, ícono de Buenos Aires

El Obelisco, ícono de Buenos Aires

Hoy se cumplen 80 años de la inauguración del monumento que con el correr del tiempo se convirtió en el sello distintivo más característico de la ciudad de Buenos Aires.

Recuerda Gustavo Brandariz: “El 23 de mayo de 1936 se  inauguraba el Obelisco y en la ceremonia decía el Intendente (Mariano de Vedia y Mitre) en su discurso: ‘Este Obelisco será, en el correr de los años, el documento más auténtico de este fasto  glorioso del cuarto centenario de la ciudad. Dentro de las líneas clásicas en que se erige, es como una materialización del alma de Buenos Aires que va hacia la altura, que se empina sobre sí misma para mostrarse a los demás pueblos y que desde allí proclama su solidaridad con ellos. Buenos Aires se siente grande, fuerte, pujante. Y como todos los grandes, no alienta sino sentimientos nobles, generosos, fraternales. Porque es grande no siente emulaciones sino amor. Porque es grande tiende sus brazos a todos los pueblos…’. Y agregaba: ‘… para hacer una vez más realidad la frase feliz de que la Capital Federal de la República es el patrimonio común de todos los argentinos. Están aquí las fundaciones iniciales, está la federalización y está, sobre todo, la rememoración del sitio en que por primera vez en Buenos Aires se levantó la insignia de la nacionalidad. Que ella nos enseñe a unos y a otros, ahora y siempre, que los Estados no pueden vivir sino con la conciencia de su nacionalidad, que el sentimiento nacional es     vínculo que solo pueden romper la traición o el extravío, y que los pueblos en las horas inciertas de su destino solo han de salvarse rodeando a su bandera, inspirándose en ella, sintiendo, sabiendo, palmando, que si se sigue tras de ella jamás se extravía el camino del bien común, de la grandeza colectiva, del bienestar de todos, dentro de la comunidad internacional”.

La extensa referencia a la nacionalidad y a la bandera se explica, en parte, por el nacionalismo de los años 30, y por otra lado porque en la torre de la Iglesia de San Nicolás de Bari, que se levantaba en parte del predio donde se encuentra actualmente el Obelisco, se vio por primera vez la bandera celeste y blanca en la ciudad de Buenos Aires.

En ese 23 de mayo de 1936 culminaba el rápido proceso de erección del Obelisco, que se había iniciado por un decreto del 3 de febrero de 1936, donde el intendente y sus secretarios dispusieron que para conmemorar el IV aniversario de la fundación de la Buenos Aires de Pedro de Mendoza en 1536 se construyese tal monumento, ya que “a la significación del acontecimiento debe corresponder la ejecución de una obra de carácter extraordinario, que señale al pueblo de la República la verdadera importancia de aquella efeméride”.

La idea de construir un Obelisco fue del doctor Atilio Dell’Oro Maini, secretario de Hacienda y Administración del intendente De Vedia y Mitre. Dell’Oro Maini se insertaba dentro del pensamiento católico, tan relevante en los años 30 (recordemos el Congreso Eucarístico Internacional de 1934), y encontró en el arquitecto Alberto H. Prebish, también nucleado en torno al pensamiento católico, al hombre indicado para llevar a la práctica esa idea. “Desde el inicio de la obra –dice Gustavo Brandariz–, el 19 de marzo de 1936 a las 9 hs hasta su inauguración oficial, el 23 de mayo de ese mismo año a las 15 hs, transcurrieron tan solo 69 días y 6 horas”.

 Se había dispuesto levantar el Obelisco en la Plaza de la República, que no era más que una plaza seca de forma circular recientemente formada, en la intersección de la ensanchada avenida Corrientes, Diagonal Norte y la amplia Avenida 9 de Julio.

Pocos sabemos que el hoy indiscutible ícono de la ciudad despertó en su momento agudas polémicas artísticas, jurídicas y políticas, y que estuvo a punto de ser demolido.

Desde el punto de vista urbanístico, el Obelisco se inserta dentro del vasto proceso de modernización de la ciudad de Buenos Aires. Proceso que reconoce numerosos hitos, como el Parque 3 de Febrero, la Avenida de Mayo, el Palacio Barolo, la Galería Güemes, las mansiones de la avenida Alvear y tantísimos más. Su modernismo racionalista y abstracto lo ponía en contraposición con el clasicismo naturalista y “verista” de los otros monumentos y esculturas de la ciudad. Así, “por motivos estéticos y conceptuales, se opusieron contundentemente al Obelisco personalidades como el escultor Agustín Riganelli, el urbanista y paisajista Benito Carrasco y los arquitectos Alejandro Christophersen y Alejandro Bustillo, adversarios del racionalismo. (…) En cambio, se manifestaron a favor del Obelisco los escritores Macedonio Fernández y Victoria Ocampo, el ingeniero Antonio U. Héctor Basaldúa, pintor y escenógrafo del Teatro Colón, el escultor Alfredo Bigatti y el arquitecto Ángel Guido –proyectistas del Monumento a la Bandera en Rosario– y el escultor José Fioravanti, que sostuvo que el Obelisco ‘nos ha de obligar a levantar nuestra mirada hacia lo alto y así miraremos el azul de las estrellas’”, señala Gustavo Brandariz.

Pero también despertó polémicas de orden político: en efecto, su construcción se decidió por un decreto del intendente municipal, que era designado por el Poder Ejecutivo Nacional, mientras que los miembros del Consejo Deliberante eran elegidos por medio del sufragio; pues bien, un concejal socialista propuso la demolición del monumento en construcción “sosteniendo que el intendente se había extralimitado en sus atribuciones. El hecho podía ser discutido a la luz de la legislación vigente, pero no faltó un diario que, para apoyar al Obelisco, hiciera una apología de la ilegalidad para defender al intendente, sosteniendo la peregrina teoría de que gobernantes tan prestigiosos como Sarmiento, Torcuato de Alvear y quienes aprobaron la construcción de Puerto Madero, si lograron concretar obras importantes, solo fue transgrediendo la ley (…). No fue el último sobresalto, todavía la polémica siguió. El 13 de junio de 1939, el Consejo Deliberante de Buenos Aires aprobó la inmediata demolición del Obelisco, aduciendo razones económicas, estéticas y de seguridad pública. Recuerda Elisa Casella de Calderón, en la revista Buenos Aires nos cuenta, que, en medio de la ‘obeliscofobia’, en 1939, ‘en una memorable sesión del Consejo Deliberante se resolvió demolerlo por una mayoría de 23 votos sobre 3. Pero la Ordenanza no se cumplió: el intendente Arturo Goyeneche la vetó por considerar que ‘el Obelisco es un monumento que está bajo la jurisdicción y custodia de la Nación a cuyo patrimonio pertenece’. Y un decreto del Poder Ejecutivo Nacional salvó definitivamente al Obelisco al declararlo ‘patrimonio nacional’”, nos continúa informando Gustavo Brandariz.

El obelisco como tipología arquitectónico-escultórica tiene su origen en el Antiguo Egipto. Está vinculado al culto solar del Estado de los faraones. Era una representación de la colina sagrada, de aquella colina que había recibido inicialmente los rayos del dios-sol. Cuando Egipto quedó bajo la dominación de  Roma, la ciudad eterna trasladó a la urbe imperial algunos de los obeliscos existentes en las tierras del Nilo. Pero con el desarrollo del cristianismo los obeliscos fueron considerados una expresión del paganismo, y por eso fueron censurados. Su recuperación se inició en la época del Renacimiento y particularmente en la Roma barroca, como parte de las transformaciones urbanas introducidas por el Papa Sixto V. Roma es una ciudad con numerosos obeliscos; uno de los más famosos es el que se encuentra en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano. Fue trasladado a la antigua Roma desde Heliópolis, la ciudad del sol del Egipto Faraónico.

Los obeliscos son símbolos solares, y el de Buenos Aires también lo es. En este sentido, ¿cómo se relacionan los significados del símbolo solar con el mundo urbano?

“La Ciudad del Sol” es también el título de un trabajo filosófico de Tomás Campanella, que data de principios del siglo XVII. Este trabajo se inserta dentro de las utopías sociales que describen una sociedad armónica y justa: en la utopía social de Campanella la sociedad se basa en la comunidad de bienes y en una asignación racional a cada individuo de la jornada de trabajo, que es de cuatro horas, y de los bienes que tiene derecho a disfrutar. Así, la “Ciudad del Sol”, el Estado Solar, goza de armonía y proporción.

Si los obeliscos son símbolos solares, si uno de los más famosos es el de la Plaza de San Pedro, que proviene de Heliópolis, entonces si pensamos a nuestro Obelisco como lo que es, un símbolo del sol, deberíamos preguntarnos cuánto nos falta como sociedad para responder a la armonía, el equilibrio y la justicia, que Tomás Campanella asignaba al Estado del Sol.

 

Fuentes consultadas

Brandariz, Gustavo. Obelisco, Ícono de Buenos Aires. Buenos Aires, Zurich, 2011.

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