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Antoni Gaudí, arquitecto de la modernidad

Antoni Gaudí, arquitecto de la modernidad

Se cumplen hoy 170 años del nacimiento de Antoni Gaudi, uno de los máximos representantes del modernismo y, sin lugar a dudas, el mayor entre los arquitectos catalanes.

La Cataluña en que se desarrolló el modernismo, la más desarrollada de las regiones de España, estaba recuperando su conciencia nacional, potenciada por sus industrias y el despuntar del conjunto de las artes plásticas. Recordemos, por ejemplo, a Pablo Picasso y su período barcelonés. Es que la Cataluña de fines del XIX y principios del XX recupera sus tradiciones, abreva en los siglos XIII y XIV, cuando había alcanzado su esplendor, y ello la llevó a desarrollar el interés por las formas medievales que el romanticismo exaltaba al considerar que las naciones europeas tenían su origen en la Edad Media. Y como en esta época las catedrales, obra de varias generaciones, se encontraron con ser reconocidas como los principales edificios, se creó un clima propicio para que Gaudi pensase a su Sagrada Familia como una catedral gótica inserta en el espíritu de las tradiciones catalanas. 

La arquitectura de Gaudí, pensada como modernista, vendría a ser la versión catalana del movimiento artístico que se desarrolló en Europa desde fines del siglo XIX y que recibiera distintos nombres: Art Nouveau, Judendstil, Liberty. Su arquitectura se basó en el estudio de la naturaleza  considerando a la misma como la única fuerza capaz de producir no solo formas bellas sino también lógicas y resistentes.

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Una de las principales construcciones de Gaudí es Casa Milá, más conocida como La Pedrera. Se nos presenta como una montaña pétrea, cual si esta fuese un organismo vivo y como tal dotada de movimientos. Así, como el hombre es inseparable de la naturaleza y debe vivir armónicamente con ella, Gaudí concibió a las fachadas de La Pedrera como cuerpos dinámicos dotados de ondulaciones que al recibir la luz expresan sus cambios constantes. Todo ello nos remite a las montañas y el mar, a lo pétreo y al agua, a lo fijo y el fluir, a lo estático y lo dinámico. Para Gaudí toda la arquitectura procede de la luz, es la ordenación de la luz, mientras que la escultura es el juego de la luz y la pintura la reproducción de la luz por medio del color. La Pedrera es una obra de destacada personalidad donde los valores arquitectónicos y escultóricos alcanzan una perfecta conjunción. Es tan fuerte la unidad entre arquitectura y escultura, entre los componentes del soporte y aquellos otros que constituyen su ornamentación, que no sabemos si nos encontramos frente a una arquitectura ctónica o frente a una construcción que es esencialmente escultórica. No podemos dejar de ver en este edificio múltiples alusiones a la naturaleza, tanto a sus formas geológicas (la montaña) como a sus formas acuáticas (el mar). Los componentes más visibles de esta construcción son sus fachadas y los acabados tridimensionales de su cubierta. Parece que la fachada, toda ella de piedra, hubiese sido modelada con arcilla. La piedra es lo sólido, lo consolidado, pero la forma en que ha sido trabajada la presenta como algo fluido, si se quiere no consistente, a saber, la arcilla. La fachada se nos presenta ligada a los movimientos del mar, al ir y venir de las olas, a un oleaje agitado, a las huellas que dejan las olas en la arena de la playa. Pero a un mismo tiempo, y casi como contradiciendo el dinamismo, aparece la solidez de la montaña, de aquello que se vincula a los grandes macizos, y si pensamos su relación con el mar nos encontraremos con la imagen de un acantilado.

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La cubierta es ante todo muy original. Todos los componentes de la azotea se desempeñan como una cámara protectora del edificio. Sus barandillas son también ondulantes. Predominan en ellas las líneas curvas, todo lo cual vuelve a sugerir la idea de movimiento. Y como en Barcelona tenemos mar y montaña, aquellas que miran al mar son de una sinuosidad suave y aquellas otras que miran a la montaña son más altas y siguen los ritmos de las sierras de la zona. Así pues, dos formas naturales se conjugan en esta arquitectura de la modernidad que también ha sido interpretada en claves de la magia, el ocultismo y la astrología, como si fuese una recreación del país de las maravillas, con referencias a las culturas megalíticas, a los caballeros templarios y a los castillos de la medievalidad.

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En 1910, cansado Gaudí de servir con su arquitectura a la burguesía catalana, se decidió a abandonar todas sus obras para consagrarse a una sola, a una obra que había iniciado en 1883, que había dejado en más de una oportunidad y que se convertiría en la obra de su vida: nos estamos refiriendo a Sagrada Familia, conocida en aquellos años como la “catedral de los pobres” porque los recursos necesarios para construir la obra provenían de las limosnas y donaciones.

Como hombre de profunda fe religiosa, consideró a esta catedral como una realización que llevaba adelante para mayor gloria de Dios. De la misma manera que las catedrales medievales eran obras de varias generaciones, donde cada una de ellas aportaba sus ideas y sentimientos, Sagrada Familia sería una obra de largo aliento. Gaudí la concibió con tres fachadas, cada una de las cuales estaría formada por cuatro torres, con lo que hacían un total de doce, una por cada uno de los apóstoles llamados por Jesús para evangelizar el mundo. Cada fachada, a su vez, tendría motivos escultóricos, en una unidad de arquitectura y escultura: serían las fachadas del Nacimiento, de la Pasión y de la Gloria. El proyecto era tan descomunal que Gaudí solo tuvo tiempo de terminar una fachada, la del este, dedicada al Nacimiento de Jesús. No solo es una obra de arte excepcional, sino que además puede ser considerada como una de las construcciones más importantes de principios del siglo XX. Es realmente majestuosa. Entre las construcciones de Gaudí es la obra de mayor síntesis y complejidad. Se trata, desde el punto de vista simbólico de un templo expiatorio, de una obra destinada no solo a redimirse sino a redimir a toda la humanidad, consagrada al Redentor, es decir, a Cristo. Gaudí trabajó en Sagrada Familia durante más de cuarenta años, desde 1883 hasta ese fatídico junio de 1926 en que tropezó con la muerte cuando un tranvía lo atropelló al salir de las obras. Seguramente encontraba su mente, su alma, proyectada hacia lo divino, en un mundo de ángeles y de ensueños, si se quiere distraído por el arrebato, y no advirtió al tranvía del mundo pedestre.

En Sagrada Familia hallamos, por un lado, los mejores aciertos arquitectónicos que Gaudí llegó a concebir, frutos ellos de un alma delirante, pero, por el otro, inercias provenientes del academicismo, retóricas neogóticas y un gusto recargado por sus ornamentaciones, como puede verse en las esculturas del Nacimiento. Tal vez estas contradicciones, señaladas por más de un historiador del arte, se deban a la dificultad de traducir una realidad divina y metafísica, vale decir, celestial, con elementos propios del mundo terrenal. Sagrada Familia, como las catedrales medievales, se proyecta hacia el cielo, hacia las alturas, con sus impulsos ascensionales, y de esta manera estimulan al hombre a elevarse al mundo de los ángeles y no retrogradar al mundo de los animales. Si en La Pedrera tenemos una catedral laica, como más de una vez fue pensada, en Sagrada Familia tenemos la catedral religiosa que llama a un hombre moderno, extraviado en los senderos positivos del cientificismo, a recuperar su dimensión religiosa y sagrada como hijo de Dios.

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Finalmente, mencionemos otra obra importante de Gaudí: nos referimos a Parque Güell, un universo de formas fantásticas inspiradas en la naturaleza, en las tradiciones artísticas del cristianismo, en la arquitectura del mundo mediterráneo. Aquí realizó un parque naturalista y romántico, cuyos espacios evocan la música de Wagner y el universo de las fábulas de Gulliver. Es la fantasía deslumbrante para envolver y acariciar al hombre.

Antoni Gaudí brillará siempre como uno de los más grandes arquitectos.

Fuentes consultadas

AA.VV. La Pedrera. Gaudí y su obra, Barcelona, Fundacio Caixa Catalunya, s/d.

Gran Enciclopedia Universal Espasa-Calpe, Tomo 18, Buenos Aires, Planeta, 2005.

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