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Alexander Guerásimov y el realismo socialista

Alexander Guerásimov y el realismo socialista

Hoy se cumplen 140 años del nacimiento de Alexander Guerasimov, pintor ruso soviético adscripto al realismo socialista.

La revolución proletaria es un proceso de profundas transformaciones, no solo políticas y económicas, sino también culturales y artísticas. La Revolución de Octubre en Rusia liberó las energías creativas que latían en el pueblo. Inicialmente se desarrollaron diversos movimientos y expresiones artísticas, con sus búsquedas estéticas y de nuevos lenguajes. Sin embargo, la burocratización del Partido Comunista y del Estado, a partir de Stalin y sobre todo desde los años 30, impuso como única estética y método de producción artística exclusivo y excluyente al realismo socialista. Al florecimiento artístico de la revolución, le siguió el esquematismo y la codificación de las diversas formas artísticas. No es que el realismo socialista no haya sido capaz de producir obras brillantes en la literatura y el arte, sino que, al imponerse como única estética, malogró el despunte artístico después de la revolución y terminó por generar muchas obras carentes del más mínimo valor artístico.

Guerásimov, a quien el historiador del arte Brendan Prendeville califica de “pintorcillo dócil”, recibió en varias oportunidades el Premio Stalin (1941, 1943, 1946 y 1949), además de una Orden de Lenin y una Orden de la Bandera Roja del Trabajo. No entraremos aquí en el debate en torno a la osificación de la pintura soviética a partir de los años 30, cuando el partido definió al realismo socialista como el “método creador del arte soviético, que exige una representación verídica de la realidad en su desarrollo revolucionario, ideología comunista y estrecho vínculo con el pueblo y lucha por el comunismo”, y nos limitaremos al análisis de algunas de las obras de este pintor.

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Lenin en una tribuna, fechada en 1930, exhibe una imagen del líder de la revolución que puede pensarse como una alegoría del Estado soviético, no solo porque Lenin fue el fundador de este poder, sino porque su imagen en la tribuna parece la proa de un navío. Este es la representación simbólica de un Estado. La proa, como parte delantera de una embarcación, llevaba a veces un mascarón con la imagen de un dios o de un héroe que dispensaba protección al navío y sus tripulantes. Así, Lenin, cual si fuese el dios de un mascarón de proa, otorga protección al Estado soviético y a sus trabajadores. Como fundador y dirigente de este poder, su figura serena y firme se yergue en la embanderada tribuna desde la que dirige su palabra revolucionaria a los trabajadores. La bandera roja que flamea a su cintura denota el carácter de sus ideas: es la de los obreros y campesinos, unidos por la alianza de la hoz y el martillo.

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En Stalin en el XVIII Congreso del Partido, de 1939, el temible secretario general, representado de frente, detrás de un atril, con su mano derecha extendida y la izquierda apoyada en la tribuna, dirige la palabra a los congresales del partido. No hay vacilación alguna. Al contrario, denota firmeza y seguridad en sus palabras. Un libro de cubierta roja señala sus ideas. Esta pintura es un ícono del culto a la personalidad. Eran los años de las grandes purgas de Stalin. Valgan estas palabras de la Comisión del Comité Central del PCUS para ver cuál era el clima de ideas que imperaba en la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) al momento en que se realiza esta pintura: “El año de 1937 aportó nuevos datos sobre los monstruos de la banda bujarinista-trotskista. El proceso judicial contra Platakov, Radek y otros; el proceso contra Tujachevski, Yakir y otros, y, finalmente, el proceso contra Bujarin, Rykov, Krestinski, Rosengolts y demás encartados pusieron de manifiesto que los bujarinistas y los trotskistas eran, desde hacía ya mucho tiempo, una banda común de enemigos del pueblo, bajo la forma de ‘bloque derechista-trotskista’. Los citados procesos pusieron de relieve que estos detritus del género humano en unión con los enemigos del pueblo –Trotsky, Zinoviev y Kamenev– estaban ya confabulados contra Lenin, contra el partido y contra el Estado soviético desde los primeros días de la Revolución de Octubre”. En la imagen de Guerásimov nada hay que denote esta situación política y social. Además, 1939 es el año de inicio de la Segunda Guerra Mundial, que sería realidad en la URSS en 1941, realidad que parecía estar lejana, ya que el pueblo soviético contaba con la protección del “padrecito Stalin”. En la URSS, la burocratización significó una expropiación de la sociedad por el Estado, del Estado por el partido y del partido por el secretario general, es decir, por Stalin. Este es el meollo del culto a la personalidad. Más allá de la represión y de los crímenes, Stalin era reverenciado y esto repercutió en la pintura. Señala Tony Clark en Arte y propaganda en el siglo XX: “Stalin empleó un equipo de pintores de corte para producir cientos de retratos oficiales, algunos de ellos de tamaño inmenso y pintados por brigadas de artistas que seguían los principios del trabajo de producción en cadena. Los premios económicos y los privilegios concedidos a los artistas objeto de favor solían ser importantes, pero pintar a Stalin era un cometido peligroso. Los que trabajaron cerca de él, como sus correligionarios políticos, secretarios, intérpretes y guardaespaldas, tendían a ‘desaparecer’, a ser arrestados, ejecutados o asesinados en secreto conforme a sus paranoicas extravagancias. En realidad, Stalin era bajito y patizambo, tenía el rostro picado de viruela, la frente estrecha y el brazo izquierdo enfermo. Pero un artista oficial habría sido muy insensato si hubiera pintado su aspecto físico con la más mínima fidelidad a la realidad”. En efecto, en las imágenes de Stalin pintadas por Guerásimov no está presente el Stalin real sino su modelo público, vale decir, una fisonomía, no solo política, sino también física, que respondía a las directivas del poder. Todo respondía a un modelo ideal y por eso más que de realismo socialista deberíamos hablar de clasicismo socialista.

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En Stalin y Voroshilov en el Kremlin, de 1938, ambos líderes soviéticos caminan como si estuvieran marcando el ritmo al que debía marchar la sociedad, cual si esta estuviese militarmente regimentada. Unos pasos que, como alegoría, pretenden indicar el ritmo del avance soviético. Hacia el fondo se divisan edificios y torres de Moscú. El día se presenta nublado y lluvioso, pero el caminar de ambos es pausado, lento aunque firme y resuelto. Es como si se pretendiese indicar que ni siquiera la “diosa naturaleza”, con las inclemencias de su tiempo, podría alterar la marcha del Estado soviético.

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Todo es alegría en Fiesta en una granja colectiva, de 1936. Estos campesinos koljosianos, reunidos en torno a unas mesas rebosantes de canastas con frutos, disfrutan de la supuesta pausa alegre que le seguía al trabajo colectivo. Nada permite vislumbrar los problemas de la colectivización de la agricultura. Más aún, esta pintura es como un himno festivo y alegre por la nueva vida campesina. “Las representaciones líricas, aunque físicamente realistas, del paisaje (campo) soviético fueron uno de los rasgos más definitorios del realismo socialista”, apunta Prendeville.

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Retrato de una Bailarina, de 1939, refiere a Olga Vasiliyevna Lepeshinskaya, una bailarina y maestra de ballet soviético, nombrada artista del pueblo de la URSS en 1951. Era conocida como la bailarina favorita de Stalin e incluso se rumoreaba que era su amante. Estuvo en los escenarios del Teatro Bolshoi y en el ballet Kirov en Leningrado. Recibió cuatro premios Stalin. Se ha dicho que toda Rusia enloquece por la danza y que los bailarines de ballet tienen la popularidad que en otros países tienen los futbolistas. Su representación es de cuerpo entero, grácil en sus formas, con pasos de ballet, las manos en la cintura y, por detrás, un espejo que deja ver su espalda.

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En El funeral de Stalin, obra fechada en 1953, en el mismo año de la muerte del secretario general, vemos cómo este hasta en su lecho de muerte fue reverenciado y que, más allá de su despotismo, el pueblo lo lloró. Sergli Loznitsa, cineasta ucraniano citado por Roger Koza, se pregunta: “¿Qué sucede cuando el muerto es reverenciado como un dios? ¿Qué pasa si esa deidad es sentida como el Estado en miniatura? (…) Vemos masas llorando a un muerto, que yace rodeado de flores y plantas exóticas, una figura que no parece diferenciarse de una deidad. El pueblo ofrenda su amor a este hombre y lo proclama un ´ser inmortal´. Así podemos penetrar en el corazón mismo del culto a la personalidad”.

Fuentes consultadas

Anónimo soviético. ¿Qué es el realismo socialista? Buenos Aires, Sur, 1960.

Clark, Toly. Arte y propaganda en el siglo XX. La imagen política en la era de la cultura de masas. Madrid, Akal, 1997.  

Koza, Roger. “¿Por qué velamos al villano?”, en Ñ. Revista de Cultura, Nº 921, 22 de mayo de 2021.

Prendeville, Brendan. El realismo en la pintura del siglo XX. Barcelona, Destino, 2001.              

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